Después del 20 de julio


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Relaciones CUBA-EEUU

Al celebrar el nuevo año en este 2015, comenté que el tema fundamental para tener menos riesgos en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, sería “aprobar” algunas asignaturas pendientes. En aquella ocasión volví a comentar sobre la importancia de contribuir al debate responsable, promover polémicas con total respeto a las diferencias de opiniones, construir la cultura del diálogo olvidando el monólogo autoritario, asimilar que la crítica puede garantizar una edificación superior, identificar y reconocer los errores del pasado para superarlos dialécticamente... A ello se suma nuestra histórica ineficiencia económica, no pocas veces acompañada por un exceso de entusiasmo que nos sigue llevando al triunfalismo anacrónico: los periódicos y los medios  televisivos siguen dando cifras de cumplimientos y sobrecumplimientos, sin analizar lo que realmente hace falta para cubrir las demandas y resolver los problemas prácticos. Podría añadir la imperiosa necesidad de que nuestro parlamento trabaje a tiempo completo en sesiones plenarias y no solamente en comisiones, para promulgar no pocas leyes que se han ido postergando; tal vez cuando la restauración del Capitolio esté concluida, nuestros diputados elegidos por el pueblo sesionen allí de manera permanente, como ocurre en las repúblicas, y Cuba no es otra cosa que una república con un orden constitucional, independientemente de que sigamos haciendo revolución.

Después del 20 de julio existe un nuevo escenario: hay embajada de Estados Unidos en La Habana y de Cuba en Washington, y nuestros problemas debemos resolverlos ?o adelantar en su solución? nosotros mismos lo antes posible, con suficiente legalidad y rigor, no por una condición exógena, sino por un evidente requisito interno que nos hace más fuertes y seguros ante cualquier intromisión extranjera. Eduardo Galeano afirmó hace algún tiempo que el único lugar en el mundo donde no ha habido golpes de Estado ha sido en Estados Unidos, porque no tienen embajada de Estados Unidos; desde el asesinato de Abraham Lincoln hasta el de John F. Kennedy, se ha demostrado cómo se producen en la nación norteña los golpes de Estado. Hoy el mundo ha cambiado y hasta los golpes más espectaculares, con auxilio de las bases militares, como el de Honduras, o más suaves desde el punto de vista legislativo, como el de Paraguay, van quedando atrás, pero ya se ensayan nuevos métodos de subversión desde un Estado Mayor General que son las embajadas, y por ahí van los intentos evidentes de desestabilización en Venezuela y Ecuador. Aceptar embajada estadounidense en La Habana es una demostración de fortaleza en materia de seguridad nacional, pero la protección al país pasa por un conjunto de factores económicos, comerciales, financieros, sociales, culturales, jurídicos y políticos, que contribuyen o tributan a esa seguridad.    

El canciller cubano Bruno Rodríguez ha expresado una verdad irrefutable: “Es grande el desafío porque nunca ha habido relaciones normales entre los Estados Unidos de América y Cuba, pese a un siglo y medio de intensos y enriquecedores vínculos entre los pueblos”: o ellos han mandado en la Isla, o se ha producido una ruptura total para que eso no ocurra. También es cierto lo planteado por el secretario de Estado John Kerry: “Los cambios no son fáciles, sobre todo cuando las relaciones están profundamente arraigadas, y aunque nosotros podemos y debemos aprender del pasado, nada más fútil que tratar de vivir en el pasado”; y añadiría que todavía es menos legítimo “vivir del pasado”, pues la eficacia de conocer lo que ha sucedido es productiva solo cuando ayuda a entender el momento actual y prever con preparación responsable lo que pueda ocurrir: estamos no solo en un instante histórico, sino también inédito.

Cuba no rompió relaciones con Estados Unidos; sería absurdo suponer que nuestro pequeño país pudiera embargar o bloquear a la poderosa nación vecina, o descabellado imaginar que tuviéramos una base naval cubana en territorio norteamericano, u ocasionáramos desastres y pérdidas humanas a ese país, que van desde agresiones militares hasta la negativa a vender medicamentos o alimentos. Resulta estimable que el presidente Obama haya reconocido públicamente que la política de aislamiento a Cuba había sido errónea, pues ha ocasionado muchos daños a su pueblo y, en definitiva, aisló al gobierno de Estados Unidos; pero si se concreta el paso de eliminar el bloqueo; si se llega a acuerdos financieros para indemnizar esos daños ya reconocidos, e incluso, si se renuncia al “arriendo” de la base naval de Guantánamo, que en realidad no es más que un reducto colonial, entonces sí se iniciaría un verdadero proceso de relaciones normales entre Cuba y Estados Unidos. Ese sería el grado cero para comenzar.

Este largo y tortuoso proceso de conversaciones y diálogos se ha iniciado por la libre voluntad del gobierno cubano, que acertadamente ha interpretado lo que desea la inmensa mayoría de su pueblo, pero Estados Unidos debe hacer más para igualar esa normalidad de relaciones que proclaman. Después del 20 de julio no se eliminan las irreconciliables contradicciones políticas entre los dos países, pero se abre un importante canal diplomático que puede lograr otros espacios para dialogar y entender mejor las causas de esas antagónicas posiciones. Sin embargo, hay temas que no son de carácter político, sino que tienen propósitos prácticos y mutuamente ventajosos, como las relaciones comerciales, que ni siquiera tendrían por qué esperar mucho.        

El mérito de decidir las relaciones diplomáticas es de ambos mandatarios, y no de uno solo, como no pocas veces presentan poderosos medios de comunicación del mundo: de Obama por darse cuenta de que la política norteamericana ha fracasado y asumir un cambio; y de Raúl por aceptar el reto de comenzar una nueva era con la constante inamovible de que Cuba se mantenga independiente y soberana: dos actos de suprema valentía y audacia. También el mérito les pertenece a los diplomáticos de ambas naciones, que trabajaron sin interferencias políticas públicas que pudieran enrarecer la comunicación; y además, a muchas personas de diversos sectores que a lo largo de los años han contribuido a que llegara este minuto, algunos de las cuales no pudieron disfrutarlo ?pienso en Lucius Walker, Francisco Aruca y Saul Landau, por ejemplo.

Ahora se abre una nueva época: ¿estará dispuesto Estados Unidos a no interferir en los asuntos internos de Cuba y no caer en la tentación de venir a dar lecciones de democracia y derechos humanos?; ¿estará dispuesta Cuba a proseguir perfeccionando la democracia socialista y un país más inclusivo, de mayor diálogo entre cubanos, y realizar los cambios que la sociedad necesita, sin verlo como una “claudicación”?

Lo más importante después del 20 de julio es mantener una mayor preparación para defender la soberanía y aumentar los espacios de confianza para salir todos beneficiados de los intercambios. Las relaciones interpersonales, las culturales y deportivas, entre académicos y religiosos, sindicalistas y de ONGs, en sentido general, han sido muy productivas porque se han fundado en la confianza, el entendimiento común basado en la Historia y en las amistades personales, aspecto esencial que no siempre se entiende por no pocos de aquí y de allá. Hay que lograr otros espacios de confianza, especialmente en las relaciones comerciales de beneficio mutuo, posiblemente lo más inmediato.

La mayoría de los cubanos son antimperialistas, muchos de ellos sin que lo sepan, pero no somos antinorteamericanos; en este país nunca se ha quemado una bandera norteamericana ni se ha humillado o maltratado a un ciudadano estadounidense; aquí admiramos la cultura de Estados Unidos y no poco hemos asimilado de su música, su cine, sus artes escénicas y visuales, su literatura...; el pueblo cubano siempre ha respetado la eficiencia tecnológica e industrial lograda en ese país, su eficacia productiva, sus razones pragmáticas. La gran mayoría de los norteamericanos que conozco, si bien pueden mantener un marcado interés por lo útil, también son capaces de defender ideales y comprender la importancia de la cultura; pueden actuar de manera individualista y competitiva, pero he comprobado que no rechazan actitudes de colectivismo y generosidad. Hay que confiar en la grandeza de los pueblos.

No podemos aceptar las predicciones apocalípticas de que con este proceso seremos tragado por un poderoso vecino, pues esas opiniones siempre están basadas en un desconocimiento real de lo que desea el pueblo cubano, y por la falta de confianza en lo exactamente quiere y aspira, en lo que no tolera y rechaza; la mayoría de los cubanos trabaja para un bienestar individual y colectivo, y no acepta imposiciones ni autoritarismo. Criterios simplistas y prejuiciosos, casi siempre sustentados por pesimistas deprimidos del patio o por agoreros fracasados extranjeros, algunos de ellos todavía alucinados por lo que sucedió en la URSS, con su prolongada política neoestalinista que nunca fue superada, pues la mayoría continúa comparando a Cuba con la Unión Soviética. Nuestra tarea interna es prepararnos mejor con instituciones útiles y leyes lógicas que tributen a la prosperidad de todos.       


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