El domingo 15 de mayo de 1955 Fidel Castro y veintinueve de sus compañeros salen excarcelados del Reclusorio Nacional para Hombres de Isla de Pinos, después de diecinueve meses de confinamiento en ese penal. Era la culminación de una masiva campaña popular por la amnistía de los presos políticos que obligó a la dictadura batistiana a disponer su libertad.
Cincuenta y tres días más tarde, el 7 de julio, Fidel tomaba la senda del exilio. Emprendía así —como él mismo expresó en hermosa paráfrasis al Bolívar referido por Martí— “un viaje del que no se regresa o se regresa con la tiranía descabezada a los pies”.
Es en uno de esos días que se produce el acontecimiento más trascendental de los muchos ocurridos en esas siete semanas y media: la integración de la primera Dirección Nacional de aquella organización diseñada para encauzar en una nueva fase su proyecto insurreccional, hecho que equivale al paso inicial con el que el Movimiento Revolucionario 26 de Julio echó a andar por nuestra historia.
El accionar político de Fidel en ese corto lapso se concentra en dos vertientes nítidamente delimitadas: una, la de sus actividades públicas y publicísticas; la otra, su trabajo clandestino. Ambas dirigidas a un mismo fin, el reinicio de la insurrección armada popular.
La batalla política se hizo evidente en el instante mismo de la salida del presidio. Su finalidad táctica principal fue demostrar que a pesar de la apertura democrática que el régimen simuló con las falsas elecciones de noviembre de 1954, de la restitución oficiosa de la Constitución de 1940 y de la amnistía de los denominados delitos políticos recién dictada, el equipo gobernante continuaba siendo ilegítimo y reaccionario, y pretendía detentar indefinidamente el mando a contrapelo de la voluntad del pueblo.
En contra de lo reiterado en la propaganda gubernamental, que coincidía con lo ilusamente anhelado por la totalidad de los partidos de oposición, Fidel, por su parte, se esforzaba en esclarecer que el déspota no estaba dispuesto a ceder un ápice de poder y que, por tanto, no había condiciones para la llamada lucha cívica o lucha política más o menos pacífica.
Pero no bastaba mostrar la inconsistencia de esa vía y quedar con los brazos cruzados. Era necesario señalar una solución alternativa. Y, tan importante o más, darla a conocer y actuar en consecuencia. La cuestión era demostrar que no se arribaría a una solución por vía incruenta y, al mismo tiempo, que sí la habría mediante el empleo de determinado método de violencia revolucionaria y que existían quienes estaban dispuestos a utilizarlo.
Todo cuanto Fidel dijo y escribió públicamente en esas pocas semanas estuvo encaminado a lograr tales propósitos; y a que se viera claramente cómo al cerrar las posibilidades de arreglo político el gobierno dictatorial había sido y continuaba siendo el único responsable de la violencia. La tiranía misma asignaba así vigencia y legitimaba históricamente la línea del Moncada, la de la insurrección armada popular.
Aquella batalla política no puede ser vista por separado de la batalla secreta que paralelamente llevaba adelante. Una y otra forman parte de un mismo plan, se complementan para la promoción de los mismos objetivos, el derrocamiento del régimen batistiano, la toma del poder y el desarrollo de una revolución.
Ninguno quedaría olvidado en la batalla oculta que ya es el despegue de la fase preparatoria de la guerra. De ahí que ni un día, ni una hora de ese tiempo se haya perdido. De manera que cuando le impiden utilizar uno a uno hasta el último medio de expresión publicística —desenlace que él tenía previsto— ya había culminado inadvertidamente para los cuerpos represivos la tarea estratégica esencial de ese momento, la puesta en marcha del Movimiento Revolucionario 26 de Julio (MR-26-7).
Simultáneamente con la quiebra del liderazgo de los partidos políticos de oposición y de las organizaciones insurreccionales, el MR-26-7 irá fortaleciendo su rol como intérprete y vocero de los intereses y esperanzas populares, y como vehículo concientizador y energizador de la acción de los sectores radicales para su emancipación.
En realidad, Fidel había orientado la colosal tarea de reestructuración del Movimiento organizado para el Moncada desde antes de salir excarcelado. El domingo 15 de mayo de 1955 y los siguientes días, lo que hace es instruir a los moncadistas para extender el Movimiento a todo el país. Con tal propósito partieron Léster Rodríguez para Oriente, Reinaldo Benítez para Camagüey, Gustavo Arcos a Las Villas, y José “Pepe” Suárez a Pinar del Río.
A ellos se les incorporan personas recién captadas, simpatizantes y colaboradores ya vinculados durante la distribución de la primera edición de La historia me absolverá y la campaña por la amnistía. Entre muchos, María Antonia Figueroa, de Santiago de Cuba; Cándido González, Calixto Morales y Raúl García Peláez, de Camagüey; Guillermo Rodríguez del Pozo, de Santa Clara; Ricardo González Tejo, José Manuel Torres e Ismael Pérez, procedentes de la Ortodoxia y del Movimiento Nacional Revolucionario (MNR), de Jovellanos; y Universo Sánchez, de Colón; René Reiné —quien ya trabajaba con Melba Hernández— y Héctor Ravelo, de Habana Campo.
En estas semanas, entre centenares de conversaciones de Fidel con personas de los más disímiles sectores, partidos y movimientos políticos, resultaron de especial significación las que sostiene con Rafael García-Bárcena, en las que resaltan las diferentes posiciones que lo alejan del profesor de psicología y sociología en sus concepciones para el enfrentamiento a la dictadura, lo cual anuló toda perspectiva de unidad entre ellos dos. Mas, precisamente, ahí radica su importancia, ya que a partir de ese resultado el grupo de jóvenes radicales que mantenía en precaria vigencia al Movimiento Nacional Revolucionario, encabezado por Faustino Pérez y Armando Hart, decidió incorporarse a Fidel, actitud que en los meses siguientes fue seguida por la mayor parte de los elementos más activos de esa organización.
La estructuración del Movimiento 26 de Julio en Oriente por Léster Rodríguez con la colaboración de María Antonia Figueroa, implicará la captación de algunos de los combatientes más valiosos de Acción Libertadora de esa provincia (Otto Parellada, Oscar Lucero y Casto Amador, entre otros) y, en especial, la incorporación en septiembre de 1955 de Frank País; su segundo, José “Pepito” Tey; y los experimentados militantes de su extensa y bien entrenada Acción Nacional Revolucionaria.
En lo público Fidel actúa con sagacidad. Cuando plantea que está por una solución pacífica, política, lo hace a sabiendas de que esta es imposible. Pero mientras hace esa afirmación a la prensa no detiene un segundo el trabajo secreto preparador del reinicio de la guerra. Si algo queda por hacer y definir, es solo que la limitación del tiempo lo impide. Lo más importante fue realizado antes de que se produjera la clausura del diario La Calle, el 16 de junio de 1955. De haber partido para el exilio en ese momento lo habría hecho con la tranquilidad de dejar cumplida esa vital tarea, la que debía garantizar el aseguramiento de su proyecto revolucionario: la estructuración inicial del Movimiento Revolucionario 26 de Julio.
En este vertiginoso proceso se inserta la reunión que se efectuó en la humilde vivienda de dos ancianas jubiladas ortodoxas en la calle Factoría 62, bajos, en La Habana, la noche del domingo 12 de junio de 1955. Allí, en ese momento, quedó integrada la primera Dirección Nacional del MR-26-7. Esa noche, allí, se encontraron ocho hombres, incluido Fidel Castro Ruz que entonces tenía 28 años de edad, y dos mujeres, Haidee Santamaría Cuadrado (28 años) y Melba Hernández Rodríguez del Rey (33); Antonio “Ñico” López Fernández (22), Pedro Miret Prieto (28), José Antonio “Pepe” Suárez Blanco (28), Pedro Celestino Aguilera Fernández (30), Faustino Pérez Hernández (35), Luis Bonito Milán (36), colectivo de dirección al que también pertenecieron Jesús Sergio Basilio Montané Oropesa (32) y Juan Manuel Márquez Rodríguez (39), a quien la policía acababa de propinar una brutal golpiza y se encontraba hospitalizado.
En esa primera dirección figuraban tres de los dirigentes del Movimiento de la época anterior al Moncada: Fidel, Miret y Montané. Permanecían Haidee y Melba, designadas después, en presidio. Se le incorporaban ahora tres moncadistas más: “Ñico” López, procedente del exilio, “Pepe” Suárez, excarcelado de Isla de Pinos, y Aguilera, emergido de la clandestinidad. Seis de ellos habían cumplido sanción por los sucesos del 26 de julio de 1953: Fidel, Miret, Montané, “Pepe”, Haidee y Melba. Se completaba con Hart y Faustino, del MNR, también expresos políticos, Luis Bonito, dirigente sindical azucarero, y Juan Manuel Márquez, tabaquero, periodista, exconcejal de Marianao y luchador contra el tirano Gerardo Machado en los años treinta y frente a Batista en sus dos etapas dictatoriales.
Todos procedían del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos), a excepción de Miret. Bonito y Márquez eran miembros del Consejo Director Nacional de ese partido. Fidel no había aceptado formar parte de ese consejo ni presidir la más importante Asamblea Municipal Ortodoxa del país, la de la capital, a la que pertenecía como delegado de barrio desde el 27 de noviembre de 1951, acuerdos ambos que se habían adoptado por el máximo órgano de dirección y la Asamblea Provincial de La Habana, respectivamente, poco antes de que él saliera del presidio.
Cuatro eran graduados universitarios, los abogados Fidel Castro, Melba Hernández y Armando Hart, y el dentista Pedro Aguilera; Faustino había terminado sus estudios, pero le faltaba defender su tesis de grado para obtener el título de Doctor en Medicina, ejercicio que haría después del 1º de enero de 1959.
Únicamente Haidee desempeñaba en ese momento un modesto empleo asalariado como auxiliar de oficina en el bufete de un abogado ortodoxo. Las actividades revolucionarias y la reclusión en presidio habían hecho perder los ingresos económicos a siete de ellos: Fidel, Miret, Montané, “Pepe” Suárez, Aguilera, Faustino y Juan Manuel.
Fidel había rechazado dos importantes ofrecimientos, según informó posteriormente en la revista Bohemia, el 8 de enero de 1956: “Renuncié a un sueldo de quinientos pesos mensuales que me ofreció una Compañía de Seguros, porque no lucro con mi prestigio, que no es mío sino de una causa; renuncié al sueldo ($200) de un periódico importante de la capital (Diario Nacional) para que fuese colaborador suyo, y me puse a escribir en el periódico de Luis Orlando (La Calle) que no podía pagarle un centavo a nadie.”
Melba y Hart ejercían en contadas ocasiones, sin cobrar, y únicamente para defender en los tribunales a opositores del régimen. “Ñico” López, recién llegado de México, también estaba desempleado. Luis Bonito recibía una subvención de $60 al mes del PPC(O), ya que dedicaba todo el tiempo a sus funciones como responsable del sector azucarero de la Sección Obrera del partido. Aguilera laboraba esporádicamente, pagaba alquiler por el uso de un sillón dental en la calle San Rafael, en La Habana, y cuando ganaba algo sus escasos ingresos solo servían para mitigar un día el hambre propia y la de uno o dos compañeros.
La edad promedio del grupo dirigente aumentó casi dos años, de 28,5 años los diez que lo formaron antes del Moncada a 30,3 los doce de la primera Dirección Nacional del MR-26-7.
Solamente cinco de los doce eran casados, los tres de mayor edad (Juan Manuel, Bonito y Faustino), más Aguilera y Miret. Y seis tenían hijos, todos menores: Fidel, Montané, Aguilera y Juan Manuel, uno; Faustino, dos; y Bonito, tres. Ninguno poseía automóvil; los tres únicos que lo tuvieron antes del Moncada, Fidel, Montané y Aguilera, lo habían perdido, así como sus hogares.
En la reunión de la calle Factoría se consagró el nombre de la organización que ya Fidel había concebido tempranamente en sus días de prisión: Movimiento Revolucionario 26 de Julio. Se acordaron aspectos tácticos y estratégicos que normarían su ética, estructura y funcionamiento. Y se asignaron determinadas responsabilidades permanentes, como las actividades bélicas a Miret, la atención a los obreros a Luis Bonito y el trabajo con la juventud a “Ñico” López.
El Movimiento funcionaría en dos frentes, uno interno, dentro de Cuba, y otro externo, en el exilio, al que marcharía de inmediato Fidel con el objetivo de organizar y adiestrar un contingente armado para volver al país e iniciar la guerra. Las palabras de Fidel, que divulgaría la prensa cuando partiera, días después, hacia el extranjero, descubrirían la esencia del método a seguir: “Cerradas al pueblo todas las puertas para la lucha cívica, no queda más solución que la del 68 y el 95”.
Lo ocurrido hace sesenta años, el 12 de junio de 1955, se resume episódicamente en esos rasgos fundacionales. Pero su significado mayor tuvo carácter perspectivo. La noche de aquel domingo 12 de junio de 1955 transitó por Factoría 62 el vórtice de nuestra historia. Allí, ese día, renació para una nueva etapa de combates decisivos el partido histórico de la Revolución cubana, el mismo que desde 1868 condujo al pueblo a los tiempos de gesta que hicieron posible el primero de enero de 1959.
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