Descubriendo la redacción


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Uno de los primeros recuerdos de la existencia del oficio de periodistas que conservo lo debo a un programa televisivo llamado San Nicolás del Peladero que escribía ese genio del humor y el costumbrismo llamado Carballido Rey.

Entre sus múltiples personajes —todos amados por el público por ser representantes del tejido social de una época de la historia de Cuba— sobresalía el interpretado por German Pinelli que respondía al nombre de Éufrates del Valle y asumía la dualidad periodista/director de El imparcial, nombre que recibía el periódico del imaginario pueblo en que transcurrían aquellas estampas que nos divertían a todos. Éufrates, el de Pinelli, era todo pompa y grandilocuencia, además de que tenía “en modo automático” el botón de la guataconería ante el alcalde y su esposa.

Sin embargo; el asunto del periodismo no era tal y como lo contaba el programa televisivo y habría de descubrirlo a lo largo de la vida.

Los dos nombres de periodistas cubanos que más escuché en mi infancia adolescencia fueron los de Juan Emilio Frigulls y Guido García Inclán; y era debido a la dependencia que tenían mis padres y familiares por la radio. No había casa cubana en la que no reinara el tic tac de Radio Reloj en dos momentos fundamentales de la vida familiar: antes de dormir, para poner en hora el reloj despertador. Una vez que este sonaba y ponía en alerta máxima a toda la familia, Radio Reloj dictaba las pautas sobre las que se coreografiaba la rutina mañanera de la familia.

En ese primer momento del día, en medio del sonido que identificaba el paso de cada segundo —que contaba y definía el orden de entrada al baño para el aseo y tomar el café o desayunar— escuchar nombrar a Juan Emilio Frigulls como quien reportó una noticia era como tomar un café con el vecino.

De Guido García Inclán solo escuchaba decir su nombre y papel en el momento que la emisora que él fundara anunciaba un cambio de programa. Aquello de “…COCO, el periódico del aire, un diario sin papel y sin distancia …fundador Guido García Inclán…” eran los acordes que antecedían a algunos de los programes de esa emisora que se escuchaban tanto en mi casa como en la de muchos de mis amigos: Recordando al Benny Moré, el dedicado a Vicentico Valdés o el que recorría la ruta musical de Los cinco Latinos y Estela Rabal. Que por cierto solo el del Benny ha resistido el paso del tiempo y de las generaciones de realizadores que han pasado por esa emisora.

La radio, hasta hace muy poco, fue el alter ego de lo que son hoy las redes sociales —en cuanto a alcance y número de seguidores— lo que la convirtió en una de mis primeras fuentes de acceder rápido y fácil a ciertas zonas de la cultura cubana y universal. Es en este primer descubrimiento en que sé de la existencia de un periodista llamado Orlando Castellanos. Para ser más honesto, lo debo a la existencia de las emisoras de “onda corta” que mi padre escuchaba al final del día, justo antes de poner en hora el despertador según los dictados de Radio Reloj.

Formalmente informal —así se llamaba su programa de entrevistas— me conectó con un mundo de personajes, historias y leyendas que ayudaron a mi imaginación a despertar, pero que me estimularon a conocer ciertas zonas de la cultura universal que aún hoy me causan asombro. Castellanos era un excelente comunicador y un conversador como pocos. Una de sus virtudes —y lo sé porque tuve la suerte de conocerle y compartir algunas de sus historias— era la capacidad para hacer sentir cómodo al entrevistado, en confianza o “en familia”, aunque su fin fuera acribillarlo a preguntas. 

Pero el asunto del periodismo y los periodistas no se quedó en aquellos primeros momentos ni se redujo a la radio. 

Ese animal consumidor de noticias que fuimos en los años ochenta (turbulentos, por cierto), nos trajo la figura del comentarista en temas políticos con alta especialización. Así aprendimos a escuchar y ver cada domingo en el noticiero de la una de la tarde los comentarios de Eduardo Dimas, que solían terminar con una frase medular “…los invito a que saquen sus propias conclusiones…” después de haber dado argumentos e interioridades del tema sobre el que había disertado. Lo que nos remite al autor real de la frase y a su contexto.

Dimas, el profe como le comenzaron a llamar en la redacción del NTV, era un analista de temas internacionales fuera de serie. Tenía la costumbre de cada día recoger los cables —aún no había internet, ni concentradores de noticias ni otras facilidades de estos tiempos— en la sala de teletipos y los organizaba por agencias o por firmantes del despacho (así se llamaba a la noticia una vez construida) y con esa información armaba su comentario.

La televisión llegó a tener en los años ochenta, en la época de la Revista de la Mañana —que fundó y dirigió Freddy Moros— un equipo de comentaristas con un nivel de profesionalismo total: Daniel Díaz e Irma Cáceres, quien sería —desde mis recuerdos— la primera mujer en emitir criterios sólidos y profundos sobre la realidad mundial o sobre un tema determinado del contexto político de esos años. Estaban también Armando Morales (El regañón), Lino Fernández y algunos nombres que se pierden en la memoria.

En esos mismos años ochenta la radio se transforma y Radio Rebelde lanza su revista matutina Haciendo Radio, la que comienza a robar protagonismo a Radio Reloj a la hora del despertar familiar. Sus fundadores, el periodista uruguayo Jorge Ibarra y Juanito Hernández, crea dos espacios para el destaque de comentaristas: “Nuestra Opinión” para tratar temas internacionales, y el que se dedicaba a los asuntos de orden doméstico. Así nos llegaron los puntos de vista cargados de cierta ironía o con un dominio de los hechos de Ariel Larramendi y su frase de cierre “…De eso se trata…”; y la voz del periodista chileno aplatanado y con nombre de bolerista llamado Orlando Contreras.

Es en esos años ochenta, en sus finales, que por vez primera entro a una redacción de periódico. Fue la de Juventud Rebelde, y me subyuga esa atmósfera inexplicable que tienen esos lugares: máquinas de escribir sonando en una sinfonía desordenada pero de una profundidad sublime, muy al estilo de la música concreta; hombres y mujeres con espejuelos a media cara que se comentan una noticia o se revisan un texto. Y no por último menos importante: el ambiente cultural que descubrí y donde el gran erudito o erudita era la persona que manejaba el archivo. De ella o él dependía no solo la memoria del periódico sino también la recurrencia de información necesaria para completar una nota o simplemente evitar una pifia.

Fue en aquel lugar donde escuché por vez primera la frase “…Enmendar la plana…”, y se refería al trabajo del editor y el corrector de estilo. El llamado dúo mortal de cualquier medio de prensa serio. Ellos eran los responsables de esa diferencia y calidad de las publicaciones y en el caso que nos ocupa era tanto el rigor que muchos periodistas entre sí se intercambiaban los trabajos para llegar ante ellos con la menor cantidad de errores o impresiones posibles. Y conste que hablo de una redacción donde muchos eran “escopetas del tema que trataban”.

Parte de aquellos perfeccionistas de Juventud Rebelde eran Manuel González Bello, Ángel Tomás González y Tony Évora hijo. 

En ese deambular por conocer y aprender un oficio —el mejor oficio del mundo según Gabriel García Márquez— un buen día me vi en la redacción de Prensa Latina, para ser exactos en su dirección de publicaciones y vinculado al rigor de un periodista como Jorge Garrido que dirigía la revista Prisma. Publicar en esa revista me ayudó a “hacer el grado”, como decía el periodista Luis Manuel Sáez o “Wichy el negro”, como todos le conocían.

Hubo otros nombres y otras historias que viví y conocí en el mundo del periodismo cubano de los años ochenta y noventa. Alguna que otra vez lo he recordado y hablado de ello. Quizás, como decía el maestro De la Osa: “…Sea recurrente hablar de ello para mantenernos vivos”…

Esta semana hemos celebrado el 14 de marzo y pienso en cada uno de ellos que ya, lamentablemente, no están. Los conocí a todos, menos a Guido García Inclán, y gracias a su magisterio he llegado a este día y a escribir estas líneas… Radio Reloj ya no es mi primer acercamiento a la noticia en las mañanas ni dependo de su definición del segundo para actualizar mis relojes, el biológico me despierta cada día y es gracias al paso del tiempo. Hoy duermo menos y recuerdo más… es decir, he vivido y tengo mis propios demonios.


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