Descolonizar la recreación en Cuba
Una es la recreación que reproducimos y otra la re-creación que necesitamos en nuestro país, para emanciparnos, para ser más cultos y prósperos. No crecemos cuando nos repetimos en los moldes que nos fabrican las hegemónicas industrias del entretenimiento. El “modelo” que se nos inocula, pantalla mediante, re-produce al consumidor colonizado que los dueños de estas necesitan, con los comportamientos e imaginarios que a los de su clase social les interesa para re-producir hedonismo y enajenación en sus subordinados.
No les importa a las corporaciones más influyentes, ni a Disney, ni a Universal ni a la Sony, el ascenso que experimenta quien se expresa a través de las artes, ni la expansión espiritual de quien se descubre a través del goce estético, goce desinteresado. Tampoco, que un cubano o un nicaragüense o un venezolano sientan orgullo por su terruño o admire al talento artístico de su comunidad. Apuesta e invierten para que todos los jóvenes del globo adoren a sus ídolos, a sus prefabricados “famosos”.
Mediante estos influencers, se atan a grandes masas a un “tiempo libre” reducido al “tiempo de consumo y enajenación. De mucha copia y poca iniciativa. Diversión escandalosa y publicitada, para que todos se enteren que hacemos lo que los “exitosos”, que bebemos lo que ellos y vamos a los sitios que postean en sus perfiles de las redes digitales. Con las fuentes del placer siempre afuera, de la mano de las marcas registradas de la industria y el negocio del entretenimiento.
En ese hegemónico modelo se ha constituido predominante el patrón del megaconcierto. Hasta tal punto, que importa más el amplificador que el talento a amplificar. Hoy, en nuestro país, muchos promotores culturales no conciben una actividad sin micrófonos, sin un equipo de audio. Aparataje que ha terminado siendo de propiedad privada, con unos dueños en muchos casos nada cultivados y que reciben un pago mayor que los artistas. Estos, y es lo peor, resultan tan poderosos en un barrio o pueblecito que terminan imponiendo su “política cultural”, alquilando locales donde solo se oferta alcohol y reguetón.
Descolonizarnos comienza en muchos casos en ir a las raíces, para re-des-cubrir esencias ensombrecidas por las hojarascas. Volver, en este caso, al significado primigenio de recreación, término que ha terminado constreñido a diversión o entretenimiento. La re-creación, si responde a su nombre, deberá reparar y revitalizar, tanto el cuerpo como el espíritu, en los momentos de ocio, libre de competencias. Con actividades no habituales, para que regresemos con más vigor y frescura al trabajo o al estudio. No para que en la búsqueda excesiva de placer agotemos las energías requeridas para el trabajo útil o el cultivo de la virtud, no para que destruyamos nuestras potencialidades de obrar bien, por el bien común.
La recreación es una actividad necesaria, como el descanso y el esparcimiento, como resulta necesaria la trasformación interior. La que en Cuba necesitamos socializar es aquella que posibilite el enriquecimiento espiritual, que ejerciten la memoria y la capacidad de metaforizar, de relacionar mundos y las infinitas posibilidades de involucrarse a plenitud. La recreación que cultive al hombre nuevo, mediante experiencias vivenciales centrífugas, que capilaricen su condición humana y lo haga más parte de la familia, del barrio y del país.
Nuestras prácticas recreativas, no deberían reproducir las estructuras de la opresión colonial, ni sujeciones como el esnobismo o el deseo de ser como el colonizador occidental.
Hemos de obrar articuladamente para que la recreación no sea evasión sino participación e implicación. Para que nuestros jóvenes se sientan parte de nuestra rueda de casino y no ruleta en el casino global. Para que experimenten, gracias a sus propios esfuerzos e iniciativas, vivencias placenteras de colaboración, para que se comprometan en la co-creación de espacios de participación lúdica y de alegría compartida.
La alegría es más reparadora que la enlatada gozadera, pone a vibrar hasta al corazón, a resonar esa “alma cubana” que tanto evocó Martí. La alegría deja una traza, como un link para despertar una red de recuerdos. La gozadera, efímera como el sudor, suele tirarnos en la resaca, hasta la próxima evasión de los problemas cotidianos.
En el latín vulgar, la forma adjetiva de alegre, “alăcer”, se traduce como suspicaz o entusiasta. Estar alegre es elevarse hasta otro estado energético, positivo y enriquecedor. La alegría es expresión de plenitud, movimiento del espíritu, más que del cuerpo. La alegría, sutileza emotiva, puede acompañarse con la reflexión.
La bullanguera gozadera, sin embargo, es solo emoción a chorro. Gozar es removerse en uno mismo, agitar el cuerpo para que suba la temperatura. ¿Quién no ha sentido después de una extensa gozadera cierto vacío, y hasta bochorno: “me pasé!” Con miles de gozaderas el farandulero no se sacia. Por ello, a las industrias entretenimiento le es más rentable enlatar la gozadera, para re-producir la opresión y la distracción.
El modelo de entretenimiento del que debemos emanciparnos y superar, ha sido concebido por las élites capitalistas para la reproducción de la mentalidad sumisa. Como ha señalado el comunicólogo español Vicente Romano: “El entretenimiento y la distracción de las grandes masas de la población, la organización interesada de su tiempo libre, se ha convertido en una de las industrias más lucrativas de nuestros días (...) Esta explotación interesada de las necesidades humanas de entretenimiento, de asueto y relajación, cumple una función importante, distraer de la realidad a las grandes masas , lo cual debe entenderse también dentro del marco de la manipulación ideológica y la formación de la mentalidad sumisa”.
En cada barrio de nuestro país siempre habrá posibilidades de satisfacer las necesidades de expresión y de desarrollo, de enarbolar la alegría y el orgullo por la patria chica. Solo hay que aunar esfuerzos, las instituciones y los promotores culturales, junto a los líderes comunitarios y de las organizaciones de masas, para movilizar ese “intrincadísimo complejo de elementos emocionales, intelectuales y volitivos”, del que nace la cubanía, al decir de Fernando Ortiz. Esa “cubanidad plena, sentida, consciente y deseada: cubanidad responsable; “cubanidad con las tres virtudes —dichas teologales—, de fe, esperanza y amor”. Eso nos urge para salvar la Nación.
Ilustración y artículo: J. Ángel Téllez
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