La contraposición héroe-antihéroe constituye un punto de debate muy antiguo en la historia de la literatura. Autores de tan diversa orientación como Thomas Carlyle y Ralph Waldo Emerson en el siglo XIX, o Vladimir Propp y Fernando Savater, en el XX, entre muchos otros, han abordado el asunto. Amén de las diferencias existentes entre ellos, hay coincidencia en la ejemplaridad ética del héroe, en la capacidad para el sacrificio, en la valentía, en el ejercicio de la virtud, todo ello con un grado ideal de perfección y ausencia de fallas. En el caso de Carlyle, por ejemplo, la sublimación de lo anterior lo hace identificar al gran hombre con el héroe y a plantearse la condición divina de este y de sus relaciones con los hombres comunes.
Aunque José Martí conoció la obra del autor británico, su visión del héroe es muy personal. En reiteradas ocasiones formuló un concepto propio al respecto. Entre las definiciones martianas más notables están, sin duda, las siguientes, ambas referidas al abogado y político estadounidense Wendell Phillips:
[…] el que se consume en beneficio ajeno, y desdeña en cuanto solo le sirven para sí las fuerzas magnas que en él puso el capricho benévolo de la naturaleza, héroe es y apóstol de ahora, en cuya mano fría todo hombre honrado debe detenerse, a dar un beso. (1)
[…] era de esa raza de hombres radiantes, atormentados, erguidos e ígneos, comidos del ansia de remediar los dolores humanos. (2)
Todas las referencias en la obra de José Martí hacia el destacado abolicionista rebosan admiración y gratitud. Indudablemente, el cubano veía reflejadas en él muchas de sus propias ideas en torno a la esclavitud, y el lector no puede dejar de reconocer el perfil del Maestro en las frases recién citadas, sobre todo en lo que atañe a su propia condición de héroe y Apóstol.
En esa misma línea de pensamiento se inscribe este criterio de 1889, escrito en La Edad de Oro:
Esos son héroes; los que pelean para hacer a los pueblos libres, o los que padecen en pobreza y desgracia por defender una gran verdad. Los que pelean por la ambición, por hacer esclavos a otros pueblos, por tener más mando, por quitarle a otro pueblo sus tierras, no son héroes, sino criminales. (3)
Si pensamos que el antihéroe es, obviamente, la contrapartida del héroe, pero no solo entendido como antagonista, sino como aquel que encarna determinados rasgos negativos, entonces cabe decir que Martí consideraba a otro estadounidense, el general y presidente Ulysses S. Grant, como un antihéroe, aunque no deja por ello de ser un gran hombre. Al contrario de Carlyle, el cubano no los identificaba: el gran hombre puede ser un antihéroe, y eso enriquece el lado humano del individuo y muestra su verdadera faz.
Tal parece que el Grant de Martí es la antítesis de Wendell Phillips, pues dirá de él en 1885, cuando acababa de fallecer: “No era de los que se consumen en el amor de la humanidad, sino de los que se sientan sobre ella”. (4) Mejor se aviene con el final del fragmento de La Edad de Oro, que acabamos de citar, donde muchos de los defectos que ciertamente poseía son presentados como un verdadero crimen. Ello confirma el lado antiheroico del militar.
En su retrato biográfico, publicado en La Nación, de Buenos Aires, el 27 de septiembre de 1885, el General aparece siempre en tintes de claroscuro, insistiendo en virtudes y defectos, en aciertos y errores. Veamos un ejemplo puntual al respecto, procedente de una crónica ligada al retrato mayor, aparecida en el propio rotativo argentino el 2 de junio de 1885:
Grant, vindicado, expira; y si como Presidente dejó pensar y gobernar por sí a sus amigos y valedores, que abusaron de su nombre y desconocimiento de la cosa pública en provecho de ellos y de sus camarillas; si como soldado deslució sus glorias adquiridas en la campaña contra los Estados del Sur, con su disposición a marchar a la cabeza de las tropas que debían en caso de protesta armada de los electores del demócrata Tilden, colocar en la Presidencia al republicano Rutherford Hayes, nombrado en virtud de fraude; como hombre de negocios al menos, aunque débil y ciego, cual suelen ser fuera de sus quehaceres militares, los hombres de armas, queda bien probado que le engañaron en vil acuerdo un atrevido bribón, Ward, a quien quería como a un hijo aventajado, y un presidente de banco, Fish […] (5)
Obsérvese, no obstante, que el modo de declararlo libre de culpas en su actividad comercial, con la utilización de la locución conjuntiva ‘al menos’ para expresar excepción o salvedad, no solo señala su absolución en ese terreno, sino que contribuye a realzar la verdadera magnitud de sus yerros políticos y éticos. Con toda esta indagación en su aventura dentro del movedizo terreno de las finanzas, preparará Martí una sintética forma de calificarlo, cuando alude al asunto en su retrato mayor. Se referirá allí a “que su misteriosa cualidad de héroe negociante le llevó a curiosear por Cuba y México […]” (6), con lo que alude, en el mismo párrafo, de manera muy sucinta, a estos infortunados hechos y también a su vocación expansionista, que se sustenta, obviamente, por apetitos fundamentalmente económicos, aunque entren en juego coyunturas políticas internacionales, su ambición de poder y afán de protagonismo, alimentados luego de finalizada la Guerra de Secesión por las desmedidas muestras de devoción de que fuera objeto, dada su condición de jefe de los ejércitos del Norte, vencedores en la contienda. El insólito binomio héroe-negociante viene a ser, en la expresión mínima de un sustantivo común, calificado a su vez por otro sustantivo que adquiere aquí valor adjetival, toda una transfiguración de la noción de héroe que en alguna medida obtuvo de Carlyle, enriquecida luego por su especial modo de acercarse al ser humano en todas sus potencialidades de realización y complejidad psicológica.
Al publicar sus trabajos en La Nación, y en otros diarios sudamericanos, Martí debía enfrentar a una dirección editorial que, como una buena parte de sus lectores, perteneciente a una élite adinerada, admiraba desmesuradamente a los Estados Unidos. Tuvo entonces que formular sus criterios con extrema cautela para garantizar una efectiva comunicación con el público. Muy conocida al respecto es su carta al director del diario bonaerense, Bartolomé Mitre y Vedia, donde le dice: “las cosas censurables, ellas se censurarán por sí mismas [...]” (7)
Años después reiteraría el mismo proceder en carta a Manuel Mercado del 13 de noviembre de 1884, cuando se refiere a su intención de colaborar con el Diario Oficial de México. Entonces insiste en el papel activo del lector latinoamericano cuando declara que este periódico no se aviene con las opiniones extremas “[...] que yo cercenaría, y haría de modo que los lectores las dedujesen por sí, sin ir en esto a más de lo que el Diario desease.—Un centinela de la casa propia, con todo el cuidado de quien sabe el peso y alcance de toda palabra oficial: este sería yo en esto”. (8)
Los textos martianos sobre el general Grant son una zona privilegiada de realización de lo que he denominado “discurso de la alerta”: se trata, por parte de Martí, de la “puesta en escena de un conjunto de recursos expresivos, que abarca desde el empleo de determinados signos de puntuación; el uso consciente de vocablos cuidadosamente elegidos para explotar al máximo todas sus posibilidades sémicas; la construcción gramatical de las oraciones, insistiendo, según el caso, en determinado tipo de ellas y no en otros, también factibles, pero no adecuados a la intencionalidad ideológica subyacente, hasta la introducción de imágenes poéticas y formas narrativas y descriptivas que desembocan en el suspense y la sorpresa para ofrecer, finalmente, la verdad iluminadora”. (9)
El binomio que acabamos de ver, “héroe-negociante” ?y las líneas que lo enmarcan?, es muy ilustrativo al respecto. Son dos términos inconciliables, si pensamos en una noción del heroísmo como la de Carlyle, pero que al ir unidos, dota a la persona así calificada de un halo antiheroico, y revela, sin emplear la censura, el lado negativo y peligroso de su carácter. Grant visitó Cuba y México en 1881, y es curioso contrastar el texto martiano con lo que dice Emma E. Brown, en Life of Ulysses S. Grant, al respecto: “Su viaje a Cuba y México fue muy útil en la obtención de tratados comerciales seguros y ventajosos para nuestro país”. (10) El proceso de lectura crítico-creativa que realiza Martí, estrechamente vinculado a su “discurso de la alerta”, convierte ese viaje tan beneficioso para Estados Unidos en una aventura exploratoria de franco contenido agresivo y expansionista.
“Muerte de Grant”, inmediatamente anterior al estudio mayor, es una crónica muy ilustrativa en ese sentido. En esta suerte de retrato sintético se adelantan las líneas maestras de la futura semblanza, para la que ya seguramente trabajaba, y en el mismo insiste en la especial disposición de las oraciones y en el empleo de la analogía como principio cimentador de la escritura:
Mascaba fronteras cuando mascaba en silencio su tabaco. La silla de la Presidencia le parecía caballo de montar; la nación regimiento; el ciudadano recluta. Del adulador gustaba; del consejero honrado no. Tenía la modestia exterior, que encubre la falta de ella, y deslumbra a las masas, y engaña a los necios. Concebía la grandeza cesárea, y quería entrañablemente a su país, como un triunfador romano a su carro de oro. Tenía el rayo debajo del ojo; y no gozaba en ver erguido al hombre. Ni sabía mucho del hombre; sino de empujar y de absorber. (11)
Si se observa la primera oración subrayada en el texto, se impone la vigorosa imagen del geófago, pues no solo se alude al militar rumiando sus planes expansionistas mientras fuma o masca, que es lo que ocurre literalmente, sino que este acto se materializa a través de la boca, con la connotación agresiva que puede adquirir este órgano cuando responde a apetitos incontrolables. Lo curioso es que el párrafo citado in extenso sucede a otro en que Martí sí advierte claramente respecto al alcance de estos planes, que afectaban a nuestra América y a otras regiones. Eso nos lleva a reiterar que la imagen aludida funciona dentro de lo que hemos denominado “discurso de la alerta”, pues con ella se refuerza la nota de prevención, de alarma, que quiere Martí ir sembrando en nuestros países, respecto a las peligrosas intenciones del gigante de las siete leguas, más efectiva por medio del tropo que a través de la declaración explícita.
Debe tenerse en cuenta que en su afán por advertir respecto a los riesgos del caudillismo acude continuamente a otros referentes, que al lector de La Nación, mayoritariamente culto, deben serles familiares. Así, gracias al uso de la analogía, esta vez puesta en función de explicar la peculiar relación afectiva entre el personaje y su patria, asistimos a la construcción de un símil que lo equipara a un emperador romano, y de esa fuente cultural parte también la imagen siguiente, cuando al aprovechar el valor expresivo de los ojos en el rostro del individuo (12), hace de este un Júpiter, implícito en el texto, que fulmina a los enemigos desde su omnipotencia, sin admitir ni revanchas ni réplicas. Un hombre imperial, sin duda, nocivo para nuestra América. Un digno representante, para decirlo con palabras del propio Martí, no de la América de Lincoln ?de la que proviene Wendell Phillips?, sino de la de Cutting. (13)
NOTAS:
(1) José Martí, “Wendell Phillips”. OCEC, t. 17, p. 168.
(2) José Martí, “Wendell Phillips”. OCEC, t. 19, p. 65.
(3) José Martí. “Tres héroes”. OC, t. 18, p.308
(4) José Martí. “Muerte de Grant”. OCEC, t. 22, p. 154.
(5) José Martí. “Sucesos de la quincena. Proceso del banquero Fish. Vindicación de Grant”. La Nación, Buenos Aires, 2 de junio de 1885. OC, t.13, p. 73. OCEC, t. 22, p. 80.
(6) José Martí. “El general Grant”. OC, t.13, p. 113. OCEC, t. 22, p. 188.
(7) Carta a Bartolomé Mitre y Vedia. OC. T. 9; p. 16.
(8) José Martí. Correspondencia a Manuel Mercado, Ed. Cit. p.159.OCEC, t. 17, p. 396-397.
(9) Marlene Vázquez Pérez. La vigilia perpetua: Martí en Nueva York. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2010, p. 18-19. La noción discurso de la alerta está relacionada con lo que Iván A. Schulman ha denominado discurso del deseo, en tanto avizora y plantea un proyecto de futuro realmente practicable, pero aún distante, para las jóvenes repúblicas americanas, y con discurso informativo, dirigido a develar las interioridades de la sociedad norteña. Aunque válidas, las nociones propuestas por el destacado estudioso, a mi juicio, no alcanzan a definir en toda su magnitud la nota de alarma, la conciencia del peligro cierto presente en los textos martianos. Véase de Iván A. Schulman, “Textualizaciones sociales y culturales del proyecto moderno martiano: las crónicas norteamericanas.” En: José Martí: En los Estados Unidos. Periodismo de 1881 a 1892. Edición Crítica. (Coordinación de Roberto Fernández Retamar y Pedro Pablo Rodríguez). Colección Archivos-Casa de las Américas, 2003, p. 1884-1885. Véase también Marlen A. Domínguez Hernández. “Martí emigrado: la voz de los otros”. En Congreso Internacional José Martí en nuestro tiempo [Celebrado en Zaragoza, 26-28 de enero de 2004] / Coordinador José A. Armillas Vicente. —Zaragoza: Institución “Fernando el Católico”, 2007, p. 119- 131.
(10) Emma E. Brown. Life of Ulysses S. Grant, D. Lothrop and Company, Boston, 1885, p. 276.
[” His journey the following year to Cuba and Mexico was also helpful in bringing about certain commercial treaties advantageous to our country.”]
(11) José Martí. “Muerte de Grant”. La Nación, Buenos Aires, 20 de septiembre de 1885. OCEC, t. 22, ed. cit., p.153-154. Subrayados de MVP. Véase también OC, t, 13, p.82.
(12) Es este un recurso muy bien empleado por Martí en sus semblanzas. Véase al respecto “Noche de Blaine”, OC, t. 13, p. 362.
(13) José Martí, “Vindicación de Cuba”. OC,t.1,p.23.
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