Actualmente a la manera capitalista, el debate básico no gira en torno a la eficiencia de los procesos de asignación de recursos, sino a la necesidad de someter permanentemente a la humanidad a la tiranía de leyes económicas objetivas que se manifiestan en la economía de mercado. Hay muchos ejemplos de países en los que el crecimiento económico no va acompañado de desarrollo social, mientras que por otro lado países como Cuba utilizan escasos recursos económicos para el desarrollo humano, debido a la voluntad política del Estado de transferir recursos al bienestar de la población.
Pensamos, como nos enseñaron Fidel y el Che en la práctica revolucionaria, que el crecimiento económico debe lograrse a partir de niveles de calidad y equidad socioambiental y sustentabilidad que garanticen el crecimiento mismo, incluso en tiempos de reestructuración económica.
Por ejemplo, este es el desafío colosal que Cuba ha enfrentado a lo largo de los años, y que Venezuela y los demás países del ALBA deben enfrentar ahora si realmente quieren fortalecer la transición revolucionaria al socialismo para el siglo XXI sin indecisiones.
Cada país tiene sus propias condiciones, sus propias peculiaridades y no se puede pensar en dar un modelo único y universal de socialismo para ser aplicado a todos; Hay que tener en cuenta los diferentes niveles de desarrollo de cada país, las distintas relaciones de poder entre clases sociales, los diferentes movimientos y figuras históricas de cada país.
De hecho, la utilidad de las funciones básicas de la planificación socialista, con sus principales objetivos, es cada vez más central.
En primer lugar, debe establecer, directamente, y no mediante la ley del valor, las relaciones de reproducción ampliada, tanto a nivel global como en los distintos niveles y sectores. La segunda tarea es incorporar las prioridades sociales que caracterizan a la sociedad socialista en los procesos económicos.
Finalmente, la planificación debe poner en práctica un adecuado equilibrio entre las tensiones de los mecanismos de generación de excedentes y el aumento de la eficiencia económica.
El proyecto revolucionario guevarista y lealista contrasta claramente con el modelo capitalista, ya que quiere construir una sociedad centrada en el sistema laboral, es decir, en el socialismo. Para construir una sociedad socialista en un país sujeto al modelo de acumulación capitalista, dependiente y subdesarrollado, es necesario tener en cuenta los aspectos peculiares y el estado de las relaciones generales de poder en el conflicto internacional capital-trabajo.
Oponerse al capitalismo significa para los países del ALBA enfrentarse primero al inmenso poder militar, económico y cultural de Estados Unidos; por eso uno de los requisitos necesarios del proceso bolivariano es el antiimperialismo que se enmarca en la situación de crisis financiera, monetaria y más en general sistémica actual, asumiendo así las características anticapitalistas en una experiencia concreta de transición al socialismo.
Y así estamos convencidos de que de las victorias y contradicciones del proceso revolucionario martiano y bolivariano se derivará mucho en las perspectivas para la construcción de los caminos de transición del socialismo en el siglo XXI, como esperanza viva de un futuro libre digno para toda la humanidad.
Con Fidel y con Guevara, estamos cada vez más convencidos de que la racionalidad del modelo económico debe ser coherente con la racionalidad social del modelo, y no al revés. En otras palabras, la racionalidad social requiere la racionalidad económica como premisa, pero esto no expresa automáticamente la racionalidad social; es decir que el socialismo no se implementa según premisas imaginarias y nunca es un ideal que deba someter la realidad.
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