Un espectáculo concebido para calle y plaza encontró, sin embargo, dentro de Nave Oficio de Isla, un espacio ideal. La luz y el aire magníficos de la Bahía de La Habana inundaron la amplitud del hangar sede del proyecto liderado por Osvaldo Doimeadiós. El lugar, siempre habitado por una empática energía, acogió Faro, de Teatro Andante, de Bayamo, en orgánica línea con el teatro libre y festivo, crítico y afirmativo que se promueve en La Nave.
Las jóvenes actrices abren los brazos al público, se dirigen directamente a los espectadores en el umbral de la puesta, firmada en el diseño, la dramaturgia y la dirección por Juan González Fiffe, con el aporte de todos en creación colectiva, según reza en el programa de mano, fertilidad palpable en el transcurso de la misma.
Me recuerda una línea de espectáculos de Teatro Escambray y de otros grupos de tradición popular en la cual se reconoce Andante. De ahí este artefacto artístico sencillo, vital, flexible, transparente, directo y metafórico a la vez. Cualquier complejidad nace del contacto humano con cada espectador, partícipe solitario de un colectivo. No admite enjuiciamientos de regla y cartabón, sería no entender su prístina naturaleza, su tosca belleza, su condición poética.
La que se va a cualquier parte, representada al unísono por Lara Ante de la Torre, Laura Figueredo Rosales y Rosely del Carmen León, marca ese inicio entre cantos, música y bailes. Detrás, encima de un túmulo, La Madre, Mileydy Jiménez Fiffe, vela por sus hijos como ante una extensión física infinita en tiempo y espacio, donde todos y todas son sus hijos. Mientras, La que cuida de la madre, Dailin Anaya, cuela café rústico, cubano de la loma, en colador o “empinao” sobre el carbón, y yo me remito hasta un cuadro de Flora Fong que, antaño, parece retratar el momento, en tanto el olor se expande por la sala.
También están: Uno que vive para el arte, Manuel A. Pérez Cedeño, activo desde la ejecución musical y la banda sonora; El recuerdo del que se fue a la guerra, Reinier Riera, deambula por la escena como un fantasma sin sosiego, y Uno que está loco, Ruslan Domínguez de la Torre, responsable del diseño coreográfico, devoto del fútbol.
Las pautas individuales se entretejen hasta conseguir una burbuja emocional. Nos sentimos dentro, reconocemos quejas, protestas, frustraciones, coloquios, consignas, confesiones. La música, asentada como identidad, nos cuenta. Rememora pasados y actualidades. Los versos que contienen las canciones importan, son textos que conforman la obra misma para fotografiarnos. El canto enuncia las contradicciones entre el dolor y la fe, la dura pelea cotidiana, las salidas encontradas por cada quien.
Pero la pertenencia no se discute. Es refugio, seguridad, confianza. Talismán mayor de una comunidad. Es luz. No importa que la familia pesque o labre el surco, somos todos en relación con la Isla. La Isla que es madre, tierra… faro.
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