En entregas recientes, fui publicando algunas reflexiones acerca de las políticas culturales, tema controvertido en la contemporaneidad como consecuencia de la arremetida neoliberal en todas las esferas. Un infausto accidente introdujo un paréntesis en la serie. Intentaré ahora un resumen provisional, dado que en este terreno hay mucha tela por donde cortar.
Con su lucidez habitual, el presidente uruguayo Pepe Mujica ha subrayado el peso decisivo de la cultura en la confrontación entre la hegemonía que aspira a afianzar la globalización neoliberal, expresión actual del imperialismo y aquellas que sostienen proyectos emancipadores. En este terreno también, el dominio creciente del mercado se contrapone al papel regulador del estado, auspiciado históricamente por el modelo capitalista que, con distintos matices, se instituyó en el siglo XIX y durante gran parte del siglo XX, heredero del legado de la Revolución Francesa. Sabido es que los Estados Generales convocados por Luis XVI devinieron pronto en Asamblea Nacional. En nombre de la nación, un ejército de nuevo tipo defendió las fronteras del país asediado. Se ha convertido en tópico común sugerir la idea de nación bajo el manto de una globalización homogeneizante, con marcado signo norteamericano. Y, sin embargo, la información cotidiana revela un panorama bien diferente. Las distintas áreas geográficas son portadoras de marcas históricas y culturales que manifiestan sus diferencias de muchas maneras, entre ellas, las que conceden protagonismo a tendencias religiosas con una intensidad nunca vista desde el auge de la ilustración. La violencia colonial engendra nuevas formas de violencia. También descartada por muchos, la distancia entre centro y periferia se reafirma.
En el terreno cultural más estrecho, la noción del consumismo se sitúa en polo opuesto a la formulación de proyectos orientados a la emancipación y el verdadero desarrollo humano. Son inconciliables, por cuanto el concepto de consumo cultural propende a la formación de un receptor cada vez más pasivo y manipulable, frente a la necesidad de dar voz y espacio de participación a todos aquellos silenciados durante tanto tiempo, mediante la apropiación de las herramientas indispensables para entender su realidad e intervenir en ella de manera creativa.
La definición de las políticas culturales responde a una concepción del mundo y del desarrollo humano. Las prácticas derivadas, sin renunciar a los principios, se ajustan a las demandas de cada circunstancia concreta. Así, en el caso de Cuba, en los años que precedieron a las Palabras a los intelectuales de Fidel Castro, se habían tomado medidas que configuraban un diseño innovador. Por primera vez, la cultura se integraba a una estrategia transformadora para interactuar con la vida de la sociedad. La creación de instituciones se avenía con las aspiraciones históricas de los escritores y artistas. Muchos de ellos participaron activamente en este proceso fundacional que abría paso a la profesionalización del sector, así como a la producción y difusión de las obras de arte, a fin de encontrar el interlocutor tan anhelado. Se sentaron entonces las bases de una industria cultural propia y se reconoció en la América Latina nuestro espacio natural, sin renunciar por ello al diálogo con otras culturas.
En un trabajo anterior me he referido a algunos de los factores que intervinieron en la fractura que marcó los difíciles setenta. El primer Ministro de Cultura, Armando Hart, planteó el papel del estado en términos de impulsar un clima creador en todos los ámbitos de la sociedad. La gestión de aquellos merece un análisis más detallado. Me limito tan solo a apuntar algunos rasgos. Se restableció la indispensable confianza entre funcionarios y creadores. Numerosos escritores y artistas integraron los consejos asesores en todas las instancias de dirección. Los festivales se constituyeron en vías de acercamiento a distintos sectores de público. Las áreas consagradas a la investigación se propusieron dotar de base científica las decisiones en materia de cultura. Los estudios sobre cultura popular recopilaron un fondo de datos significativos para la reanimación de la vida, atendiendo a las tradiciones específicas de cada territorio. El Instituto Superior de Arte delineó modelos pedagógicos innovadores que repercutieron favorablemente en otros países de América Latina.
La crisis de los noventa laceró la autoridad de las instituciones y el funcionamiento de las industrias culturales. En aquella coyuntura de extrema precariedad, Fidel planteó que la cultura, esencia de los valores espirituales e identitarios del pueblo, era lo primero que había que salvar. Los largos apagones y la quiebra del transporte urbano se interponían a la continuidad de las habituales vías de intercambio interpersonal. Más allá de la Isla, después del derrumbe del campo socialista, en plena crisis de la izquierda internacional, muchos se interrogaban acerca de la inminente caída. Llegaron los mercaderes del arte para adquirir testimonios de las vísperas en las artes visuales y en la literatura. Y, sin embargo, a contracorriente de tantas profecías, sobrevivimos. Fue el tiempo de las bicicletas. Los visitantes asombrados contemplaban el fervor del público en los conciertos. En el campo literario, las revistas y los plaquettes cubrieron la ausencia de libros, abiertas las primeras a la difusión de las ideas y una reanimación del espacio de debate. Criterios, Gaceta de Cuba y Temas fueron representativas de esta tónica. Sin disponer de mucho instrumental científico, numerosos artistas se dispusieron a animar la vida de sus comunidades.
Transitada la primera década del siglo XXI, los desafíos son otros en una sociedad más heterogénea. Los Lineamientos Económicos, sin renunciar al papel que corresponde al estado, reconocen opciones para la iniciativa privada. En ese contexto, a las estrategias culturales les corresponde resguardar los principios por los cuales se validaba la cultura, junto a la educación, la salud pública, el deporte y la seguridad social, como uno de los derechos inalienables del pueblo. En este panorama complejo, hay que despejar conceptos y definir programas de acción. A esas soluciones habrá de arribarse mediante una reflexión colectiva. En próxima entrega, me propongo adelantar algunas ideas, como una provocación a un pensar cada vez más urgente.
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