En tiempos que no eran de calma, Obatalá vivía con su esposa e hijos. Acostumbraba siempre a acostarse tarde por estar trabajando en su ilé (casa), pero cerca vivían unos vecinos escandalosos que le hacían la vida imposible. No lo dejaban trabajar en paz.
Dicen que la mujer del vecino sufría porque el marido no la atendía. Y que para desahogarse cantaba y cantaba desafinada, tanto de noche como de madrugada. Lo que más sufrían los vecinos no era su canto, sino la música estrepitosa y escandalosa estremeciendo muros, puertas y ventanas.
Obatalá sufría porque en la tierra Ayere Lekun vivía Awó Faré, despreocupado de lo que allí sucedía. Decía que para vivir no había que discutir.
Un día el rey de la paciencia la depositó toda en un saco, y echándosela sobre sus espaldas se encaminó muy sereno a casa de los escandalosos a fin de suplicarles cordura.
“Aquí no hay nada de qué hablar si no le gusta la música. Váyase con su familia a otra parte” dijo uno de los promotores de aquella algarabía.
Consciente de que todo intento por persuadirlos sería en vano, y siendo una persona que no escatimaba esfuerzo para lograr lo que pensaba, Obatalá optó por irse a otro pueblo con la idea de buscar un lugar donde vivir. Sabía que no podía incomodarse porque eso podía costarle la vida; lo mejor entonces era mudarse.
Al ver salir a un hombre vestido de blanco, los escandalosos imaginaron por un momento que iba a buscar a la ashelú (policía). Estaban alarmados porque eran ilegales, y aunque la ashelú se hacia la desentendida y no actuaba, estaban preocupados.
Fueron a ver a Orunmila para hacerse osodé (consultarse). Este los registró y salió el oddun Oyekun Ojuani con Osobo Tiyatiya (contrariedad por riña, pelea y guerra).
Orula preguntó: “¿Onishe Arà?”, (si hay que hacerle algo a la persona, limpieza). Luego de determinar el ebó que había que hacer. Orula les dijo: “Ustedes han botado los santos y le deben una promesa al santísimo sacramento. Pero, además, hay que saber valorar la importancia de un buen vecino. A veces un buen vecino es mejor que un familiar. Métanse eso en la cabeza, tienen que hacerse una limpieza”.
El grupo de escandalosos dijo que cumpliría con el mandato y se marchó burlonamente. Lo único que les interesaba en la vida era ser felices, sin importarle los demás. Eran caprichosos y trataban de conseguir lo que querían a toda costa.
Mientras tanto, Obatalá llegó al pueblo al que se había dirigido en busca de una nueva casa. Después de buscar sin encontrar, de repente dio con Eleguá, Oshosi y Shangó. Al verlo tan preocupado, le preguntaron: “¿Babá, qué hace usted por estas tierras?”
Obatalá les contó la historia del ruido y las incomprensiones de sus vecinos. Enfurecidos por lo que habían escuchado, Eleguá, Oshosi y Shangó se dirigieron a la casa de Obatalá en busca de los perturbadores.
Era tarde en la noche. De repente, divisaron a un grupo de gente sentado en la calle.
“Es aquí, dijeron, y ahí mismo se formó el inkan arayé. Apareció la ashelúa y sorprendió a los indeseables, cargando con ellos.
Shangó fue a buscar a Obatalá y lo llevó de nuevo para su casa, librándolo así de aquel desesperante ruido infernal.
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