Había una vez una tierra donde se olvidaba todo, menos el olvido. La gente era desmemoriada hasta el punto de olvidarse de quiénes eran.
Un día a Olofin, que andaba en busca de un gran secreto, le hablaron de un pueblo llamado Agba Niyerun. Allí tal vez podría encontrar lo que buscaba, a pesar de que todo escaseaba, menos los sueños. Confiado en que hallaría la fórmula para que existieran los testamentos y la palabra sagrada, y para que la gente no olvidara, se dirigió a aquel poblado marcado por su destino.
Los habitantes de Agba Niyerun se habían propuesto no olvidar, pese a que los jefes de la aldea no se cansaban de repetir siempre lo mismo. Entonces decidieron inventar un medio para perpetuar la memoria: la escritura. Pero cada vez que escribían en la tierra venía el viento y con un soplo borraba lo que habían escrito.
Decepcionado por la frustración en aquel lugar en el que, además, los hijos no obedecían a sus padres, Olofin se marchó disgustado mientras entonaba esta oración:
-Baba bayekun lorun atefa omo yare efiteku yayeni Olofin ofiteku.
Después de andar y andar sin perder la esperanza, llegó a Agba Ayé. La mayoría de sus pobladores usaban un abo-faca (iddé o pulso con los colores de Orula). Las personas hablaban con los difuntos y tenían la costumbre de escribir en las piedras, pero venían las aguas y lo borraba todo.
Decepcionado nuevamente por lo que había visto, y porque aquel pueblo era un pueblo sin viejos (pueblo sin viejos es un pueblo perdido), y porque, además, las tinieblas de la noche querían convertirlas en día, Olofin optó por irse para su casa, siempre con la idea de lograr algún día la gran escritura, y de que los humanos pudieran traducir sus pensamientos en signos y estos convertirse en la lengua de cada pueblo.
Una tarde Olofin hizo ebbó adari (limpieza para evitar lo malo) con una eyele (paloma) y se dio un baño con ewué (yerbas) “quita maldición” y “maloja”. Se acostó a dormir sobre su estera. Estaba preocupado porque no había confirmación de nada. Durmió relajadamente. De repente, soñó con un pueblo nombrado Bowa Oyekun, donde quizás pudiera encontrar lo que buscaba con tanto anhelo.
Al día siguiente emprendió la marcha hacia el lugar mientras por el camino iba tocando una campanilla y cantando:
-Awo dire awo laye niye awi dire awo laye niye baba orun.
Aquel suyere pronto se escuchó en la tierra Bowa Oyekun, en la que por entonces residía Shangó. Al oír el canto de Olofin, cogió un asheré (güiro) y empezó a tocar y a bailar mientras preparaba una jícara con omi (agua).
Cuando Olofin apareció, Shangó le rindió moforibale (pleitesía) y le dijo:
-Baba, el que bien anda bien acaba. Dígame qué necesita y yo le serviré.
-Hijo, tenemos el ashé de la palabra, pero nos falta el de la escritura. Pasé por un poblado y el viento se la llevó. Pasé por un poblado y el agua la borró. Hace falta salvar la memoria y la palabra sagrada.
-¿Y con la escritura se salvan? -preguntó Shangó.
-Tal vez no, tal vez sí. De cualquier forma, quiero dejar mi testamento. Quédese a dormir aquí esta noche. Mañana será otro día.
Temprano en la mañana Olufina (Shangó) se levantó. De una palma que tenía en el patio sacó un pedazo de tabla, la limpió y la escondió en la casa.
Cuando Olofin se despertó, se inclinó ante él. Mostrándole la tabla de palma, le dijo:
-Baba, aquí tiene una de las cosas que necesita para el fundamento de su gran secreto. En la otra mano traigo algo más, pero antes debemos consagrarlo.
Y así se hizo.
Lo que Shangó estaba haciendo tenía a Olofin preocupado y emocionado.
-Esto, Baba Olofin -dijo Shangó- servirá para las grandes consagraciones. Sin esto usted no podrá estar.
Olofin escuchaba con cierta incredulidad todo lo que decía el rey del tambor.
En medio de la ceremonia, Shangó comenzó a llamar:
-Baba odara Lonire Ifá odara Awó Loniré Bi Olofin.
Y se hincó de rodillas ante Olofin sosteniendo en la mano un palito de mariwo y una jícara con cascarilla y pintura roja.
-Esto que voy a escribir aquí tendrá el significado de usted mismo.
Y Olufina grabó sobre el tablero palitos y ceritos debajo de una pequeña cruz. Así, mediante un proceso que solo él conocía, comenzó a escribirse en el mundo con firmeza y seguridad para lo bueno y para lo malo.
Esta escritura deberá ser pintada con efun y osun (cascarilla y pintura roja). Entonces Olofin le preguntó qué quería decir aquello. Le respondió:
-Para nosotros será un secreto, pero para la humanidad significará que la primera escritura fue pupua (roja).
Shangó siguió haciendo lo que estaba haciendo. La pintura se fue poniendo negra. Así nació la tinta negra. Olofin añadió:
-Esta será la más correcta para los seres humanos. La otra será para nosotros.
Y así nació la escritura en el mundo.
TO IBAN ESHU. (Todo está bien).
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