Allá por la época de Oyekun Meyi la humanidad estaba pasando por más de las mil y una noches. A pesar de todos los pronósticos, los problemas de salud afectaban grandemente a los hijos de Olofin. La alimentación era como para sufrir.
La tisis hacía estragos, igual que la gastroenteritis y toda clase de problemas intestinales y epidemiológicos; los huesos no tenían fortaleza y las personas vivían congregadas cerca de las masas de Omí (agua), tanto dulces como saladas, porque grandes monstruos poblaban la Tierra y les hacían la vida imposible a los primeros habitantes.
En fin, los seres humanos padecían mucho. La mayoría de todos sus problemas los causaba la falta de un alimento suficientemente nutritivo.
En aquellos tiempos a las masas las dirigían grandes líderes que después de muchos sacrificios humanos se habían convertido en Orishas.
Ante el intenso período de calamidades que atravesaba la humanidad, los Orishas no tuvieron otra alternativa que implorarle a Olofin por el bienestar de todos sus hijos.
Entre los que invocaron sus rogaciones al gran poder divino se encontraba Olufina, más conocido por Shangó entre los miembros del panteón yoruba. Tanto y tan fuerte fueron las plegarias de Kawosile, que tuvieron la virtud de ser escuchadas por Olofin.
“¿Para qué me llamas con tanto ruido, Shangó?”, preguntó Olofin sosegado.
“Para que intercedas por tus hijos aquí en la tierra mi padre. Nadie se muere de hambre, pero nuestros huesos y paciencia se resquebrajan cada vez más”.
Sentado en su trono y vestido de azul, Olofin meditó por un instante. El jefe supremo de los Orishas le dijo a Olufina que buscara un alimento que aún no se conocía en la tierra, ni en el río ni en el mar. Diciéndolo, le mostró un Agboran (fotografía) de lo que después se conocería en la tierra de los Orishas como Eyá-tuto (pescado fresco).
“Con esto podrás lograr la perpetuación de la especie humana.”
Y fue así que cayeron lluvias de peces. La humanidad tuvo la oportunidad de probar su carne, que con el tiempo contribuyó a fortalecer sus huesos y cerebros. Pudo progresar en la vida y alcanzar los puestos con los que Olofin designaba a los elegidos.
Entre estos peces, dos se distinguieron por ser los contenedores de los secretos cercanos de la religión: “Eyá-bo (el pargo) y Eyá-oro (la guabina).
Igual que estos dos peces, los demás se fueron multiplicando en distintas aguas, tanto dulces como saladas. Así se creó, por la voluntad de Olofin y la gracia a Shangó, una fuente de alimento muy importante para la vida.
Nota
Este Ifá recomienda tomar sopa de pescado y de gallina. Aquí se conoció por primera vez el pescado en el mundo.
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