De la africanía en Cuba. Okana Yabile (Ojuani)


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Cuando el hombre pisó la Tierra por primera vez no la conocía. Si la hubiese conocido, la hubiese pisado gradualmente.

Un día Olodumare mandó a buscar a Orunmila para que le interpretara el sentido de la vida. Como pago, le dio por adelantado cinco caracoles y cinco objetos para echar la suerte.

Después de tirar la estera en el piso, Orunmila extrajo de un bolso los instrumentos de interpretación. Tiró los ikines: salió el odun Okana Ojuani. Entonces dijo:

- Quieres hacer algo maravilloso, pero tendrás pesadumbre porque al final te llenarás de tristeza.

Después de meditar por un instante, Olodumare le respondió:

- Quiero crear la Tierra.

- Si eso es lo que quieres, así será.

Siguiendo los dictados de este odun, donde nació el dolor de muelas, Orunmila hizo los ritos y ceremonias correspondientes. Olodumare creó la Tierra.

Una vez creada, envió a un grupo de orishas con poderes benévolos y sobrenaturales. El primero fue Obatalá, el segundo Egun, el tercero Ori, el cuarto Ifá, el quinto Ogún, el sexto Shangó, el séptimo Oshún, el octavo Oyá, el noveno Yemayá, el décimo Inle, el décimo primero Awon, el duodécimo Sampana y el último de todos, Eleguá.

Olodumare le dijo a Orunmila:

- Serás el líder de todos y lo que tú hagas en la Tierra no podrá estar lejos del Cielo. Un jinete pasará en su brioso corcel cerca de un omokekere y te preguntará: ¿Muchacho, tú crees que llegaré sin problemas al pueblo?” El omokekere responderá: “Si vas despacio, llegarás”.

Además, le dijo:

- Nunca te sientes en un parque público y no digas a nadie lo que vas a hacer. Termina lo que comiences. No reniegues, no seas ácido, mucho cuidado con los vecinos y recuerda que en la guerra quien se duerme pierde.

Dichas estas palabras, Olodumare puso su ashé en la boca de Orunmila. Cogiendo una cadena lo envió para la Tierra, en aquel entonces cubierta de agua.

La Tierra salió debajo del agua, de un lugar nombrado Oke Ara, que significa “montaña de maravillas”.

Pasado un tiempo, Orunmila le contó a Olodumare lo que había hecho. Fue el mismo día en que Olodumare mandó a los orishas para la Tierra. Les dijo que no podían hacer nada sin el permiso de Orunmila. Los orishas descendieron a Oke Ara después de 201 años.

El tiempo, el implacable, volvió a trascurrir acompañado por sus penumbras e incertidumbres. Orunmila tuvo que decirle a Olodumare que los orishas se habían multiplicado y que la Tierra ya no aguantaba más.

El afán de protagonismo y la corrupción eran muy grandes. La miseria humana se convertía cada vez más en una epidemia infinita.

Las familias que él había creado ya no eran familias. Las mujeres ya no querían parir. Se casaban con mujeres; los hombres se casaban con los hombres.

- ¿Adónde vamos a parar?, le preguntó Orunmila a Olodumare.

- Súúrú, opolopo súúrú (paciencia, mucha paciencia), respondió Olodumare. Habla con los orishas para que hablen con la gente y se salve la Tierra.

Pero había muchas hierbas en el camino de los orishas. Ogún cogió el machete y se puso a desbrozar montes, hasta llegar al final de los suelos.

Los orishas se reunieron para nombrar el lugar. Lo llamaron “Ilé Femo Ilé Ifé”.

Transcurridos 201 años, Orunmila fue a hablar nuevamente con Olodumare porque la Tierra ya no podía soportar más. Este le dijo que hablara con ella y ella entendió y se extendió; lo que quedaba era el agua que los orishas llamaron Ipakunjun (okun), que significa “todo el esfuerzo para extender la Tierra”.

De acuerdo con la tradición, desde ese tiempo a Orunmila lo llamaron, por alabanza, Akoko Leu Okun. También Ifá Olokun Ado Rodayo, lo cual significa “no habrá ninguna tristeza que llegue a Orunmila que no sea resuelta”.

Después de 201 años Orunmila se casó con la primera esposa, que se llamó Oshún Laya. Ella tuvo el primer hijo, nombrado Ela. Por su talento, llegó a tener mucho poder.

Orunmila también se llama Ifá, el nombre de su adicción. Él abarca el Cielo y la Tierra.

Según este odun, cada 201 años se produce un hecho relevante en la Tierra.


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