De la africanía en Cuba. Ogbe Fun Funló


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Había una vez un hombre caprichoso, obstinado y muy fuerte de carácter. En una ocasión le dijeron que no contara su secreto a nadie y no escuchó el consejo, que no dejara las cosas sucias de un día para otro y era lo que más hacía. Le dijeron que no debía tener relaciones con mujeres mestizas y era lo que más tenía.

Ogbe Fun Funló, que era el nombre y signo de esta persona, buscaba el secreto de la vida eterna y le pronosticaron que según se cuidara, así viviría; padecía del corazón y de la presión alta y no debía acostarse acabado de comer.

Durante una consulta con Orula, a Ogbe Fun le recomendaron ponerse pronto el Iddefá, que no vistiera de ropa negra y que no dejara a su mujer porque la suerte de ella era la suya, pero que siempre tuviera presente que el hombre y la familia eran como el río y el cauce. El río abre el cauce y éste esclaviza al río. Marca muerte triste y afligida.

Dicen que cuando se consultó con Ifá le contaron una historia según la cual un día Orula salió a buscar a la muerte y resulta que a quien se encontró muerto en el suelo fue al propio Ogbe Fun Funló. Orula preguntó a la familia qué había sucedido y le dijeron que la Ikú había llegado y se lo había llevado. Orunmila preguntó si sabían dónde vivía la muerte y la familia le indicó el camino.

Después de mucho caminar Orula, acompañado por Shangó, Ogún y Eleguá, llegaron a una casita vieja donde justamente vivía la Ikú. La muerte, al verlos llegar, se puso muy contenta. De repente le llegaban cuatro personas sin ella habérselo propuesto; sin apenas haberlos salido a buscar.

Orunmila le preguntó a la muerte sí podrían pasar la noche allí y esta, con los colmillos bien afilados, le respondió complacida: – Pueden pasar a dormir una y tres noches si así lo desean, siéntanse seguros que están en casa.

Orula contempló el paisaje sembrado de pomarrosas, gofios y algodón. Entraron todos menos Shangó que se quedó en el gallinero.

La Ikú siempre en acecho por naturaleza propia, persistente y engreída por su eterna vida entre los vivos, salió de la casa y confeccionó tres almohadones con forma humana, regresó con su guadaña y entregándole estos elementos a los recién llegados los convidó a dormir en paz.

Temprano en la mañana del siguiente día Orunmila, Eleguá y Ogún despertaron antes que la muerte y juntos cantaron el siguiente rezo:

Ogbe Fun Funló Ikú puani ori bawa iku mayoyori wani

Adifafun eruba oun lofe oma Obatalá asho lebo, jekua oshushe

Igungun mariwó lebo, aikokordie meyi lebo,

Akuko meyi lebo, eku, ella, awado, lebo.

La Ikú, al despertar y escuchar aquel oriki se les acercó y les preguntó cómo habían dormido.

– Perfecto, escuchamos un ruido, pero no sucedió nada, respondió Orula indiferente.

Y así pasaron la segunda y la tercera noche en que Orunmila instruyó a Ogún a que subiera al tejado de la casa con su cadena y se situara justo encima de la puerta, a Eleguá le dijo que saliera a buscar un saco y a Shangó, que había hecho su aparición, le orientó que regara harina con quimbombó que resbala en la puerta.

Sucedió entonces que cuando la Ikú, pletórica de placer y de alegría, fue a hacer su entrada en busca de su suculento manjar, de pronto resbaló y cayó al instante en que Ogún se tiró y la amarró con su cadena mientras que Eleguá la metió en su saco.

Los cuatro Orishas hicieron su entrada en el pueblo del silencio acongojado, llevando consigo a la muerte prisionera y al llegar a la casa donde estaba el hombre muerto, ya la familia lo había enterrado. Por ello en Ifá se dice que mientras el mundo sea mundo siempre habrá algún muerto.

Orunmila con sus acompañantes continúo su marcha arrastrando a la muerte en busca de la casa de Obatalá.

Mientras arrastraban a la muerte la cadena iba sonando. Obatalá al escuchar aquel ruido se asomó a la ventana preguntando que lo producía.

– Es Orunmila arrastrando a la Ikú, le dijeron.

Obatalá, con su paciencia infinita, le dijo a Orula que hiciera con la muerte lo que quisiera. Fue entonces cuando encarándose a la afligida Ikú, Orunmila le dijo:

– Yo sé que tú no haces diferencia, que solo ante ti todos somos iguales. Pero a partir de hoy te exijo que respetes a mis hijos. Para llevarte a alguno de ellos, tendrás que contar conmigo.

– ¿Tus hijos? ¿Quiénes son tus hijos?, preguntó intrigada la Ikú. – Márcalos para que yo los conozca, sentenció la muerte.

Y fue así que se formuló el pacto entre Orula y la muerte y surgió el Iddefá. (manilla o pulsera de Orula de cuentas verdes y amarillas).


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