De frases, motes, alias y otros asuntos que no tienen importancia (o “¿Qué ha dicho este?”)


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Este asunto de intentar sobrevivir a enfermedades de estos tiempos como la demencia senil, la ateroesclerosis y el Alzheimer; sin mencionar las coronarias y alguna que otra pandemia; necesita de un constante ejercicio de memoria. Se debe dar a las neuronas el suficiente ejercicio para que además de oxigeno nos reconecten con lo que fuimos. Y qué mejor lugar para lograr ese cometido que matricular en un bar. El sitio ideal que cumple todas las condiciones necesarias para dar todo el oxígeno y el ejercicio extremo que necesitan las neuronas.

Los muchachos de mi barrio, aquellos con quienes jugué y conviví, y algunos otros compinches que he conocido a lo largo de mis casi sesenta años de bregar hemos decidido —previo consenso silencioso— reunirnos los viernes después de las dos de la tarde en El Conejito; el mismo sitio en que comenzaron parte de nuestras aventuras adolescentes en eso de tomar cocteles y presumir de una novia.

También, a nuestra fraternidad, se han ido sumando nuevos cofrades que por afinidad o costumbre han convertido ese sitio habanero en parte de su espacio social. Es decir, nuestro variopinto grupo —que incluye algunas de las esposas de los convivientes— es una representación de profesiones, gustos y vivencias lo suficientemente plural como para redactar al menos dos o tres tratados de la vida. Tratados que comienzan a partir de un tema X en el que cada cual aporta su vivencia, su leyenda o una anécdota que alguna que otra vez se pone en duda. Pero así somos.

La juntamenta; nombre oficial de nuestra comunidad —y en la que la única jerarquía permitida es ser cortés— en los últimos meses se ha preocupado por redactar un compendio de frases, nombretes o motes (alias le llaman las autoridades) que hayamos recibido, de conocidos o que nos impresionaron.

Debo decir que tal convocatoria se convirtió en uno de los ejercicios de memoria más divertido e impresionante que hemos vivido en nuestros encuentros. La compilación va desde frases de temas de la música popular hasta refranes, y cruza por vocablos cuyo significado nadie ha podido descifrar; los nombretes de muchos de nosotros los cuales han caído en desuso o simplemente se han refugiado en la intimidad de la amistad o la memoria. No obstante, estoy más que seguro de que en alguna esquina de esta ciudad habrá alguien esperando nuestro paso para recordarnos ese momento de ira cuando escuchábamos el alias gritado a todo pulmón (incluso hasta con un improvisado coro de conocidos).

Aquí les dejo algunos de ellos —llegaron a la cifra de quinientos— y una posible explicación de su significado o como los reflejo y utilizaron nuestros compatriotas en su momento. Algunos no han dejado de usarse y mantienen una frescura y vigencia “brutal”.

Comencemos este viaje en el tiempo y la memoria.

Frases:

El listado de estas lo primero que generó, en muchos de nosotros, fue el regreso al aula de la escuela primaria y al mismo momento en que la maestra o la auxiliar pedagógica ante nuestra inagotable sed de molestar, ante el derroche de energías en momentos inoportunos “nos seleccionaba para ir al aula más cercana a llevar un mensaje importante”; es decir: patente de corso para recorrer los pasillos de la escuela.

Entonces, frente a la otra maestra, derrochando orgullo por ser el mensajero del momento uno ponía énfasis en el mensaje verbal: “…dice la maestra Isabel que si no le es molestia de darme un poquito de tente allá antes de las cuatro y veinte…”

Tente allá… es decir líbrame de este chiquillo malcriado o intranquilo hasta el fin de la jornada. Por algún tiempo muchos disfrutamos el paseo hasta el mismo momento en que descubrimos que la frase no era más que una forma de destierro para dar tranquilidad al aula.

Otra frase altamente votada tiene su origen en una aventura creada por Eduardo Moya y que decía con marcado énfasis de violencia el actor Carlos Quintas que hacía el papel del cabo Veneno y que siempre compartía con el actor Manolo Melián, el teniente Cubillas: “…este lo que lleva es un jarabito de componte…”

Esa frase, fuera de ese contexto televisivo, dejó en muchos de nosotros una huella tan fuerte como la que hoy buscan los ecologistas con el tema del carbono. En nosotros fue la marca de la chancleta plástica, esa de una suela rugosa con dibujos de mariposa y que nuestras madres manejaban con la misma habilidad con que nuestros hijos se involucran en las redes sociales. Un jarabito de componte por al menos dos o tres días —hubo momentos que trascendieron la semana— y los implicados era todo un ejemplo de virtudes lo mismo en la escuela que en la casa o el barrio, hasta la siguiente advertencia.

Si había una frase de carácter despectivo, pero que sonaba benévola en estos tiempos que cuento y que encantaba a nuestras abuelas para calificar a ciertas personas y sus actitudes era esa que rezaba “…es calcañal de indígena…”. Honestamente quien ideó la frase puso en ella toda la fuerza de una discriminación inimaginable: cmo catalogar el calcañal de un indígena, qué lo diferencia del de cualquiera de nosotros, del resto de los mortales. Calcañal por calcañal todos son iguales.

En ese nivel de calificar a las personas encajaban otras frases, algunas se erigían como medidores del nivel de idiotez o despiste de cada uno. Aquí las palmas para esa que ya no se usa pero que forma parte del legado de nuestras vidas: “… este es primo de Pascual Angulo y sobrino de Angulo Pascual…”. Sin comentarios.

La música, la de los años setenta, también aportó frases que definieron actitudes y hasta modos de vestir o comportarse. Silvio Rodríguez aportó aquella de “…matando canallas…”. Imagínese un sábado a las ocho de la noche, reunión de jóvenes en una de las calles que rodea la heladería Coppelia, calle L entre 23 y 21. Grupos formados y de momento alguien dice “…estas matando canalla con esa coba…”. Elogio o crítica… decida usted…

Algunas frases del entorno musical son dignas de una compilación de metalenguaje cubiche que ni siquiera el sin par Argelio Santiesteban ha logrado completar. Que tal esa que pusiera de moda la orquesta Ritmo Oriental y que dice: “…con el chenche buchenche…”; o aquella que decía Teresa García Caturla cuando el cuarteto Las DÁidas se presentaba en la televisión “…tautalaaah…”. Y como cierre, qué tal aquello de “…yo nací con mi pin pin pin y tengo mi pon pon pon… que se sepa…” 

El mundo de los nombretes es un poco más benévolo, pero no deja de ser interesante. En mi caso particular —asumí que debía encabezar la lista, no por honestidad sino por conveniencia— mi nombrete de cabecera era Tin tin bola de cañón. Nunca supe quién fue el genio que lo inventó, pero si lo descubro enviaré mis saludos a sus antepasados. El nombrete me siguió incluso hasta Centroamérica, cuando en la Aduana de Colombia en el año 1993 una persona lo gritó a toda voz. Mi primera reacción fue de rabia, pero pronto comprendí que me había internacionalizado.

De esa época infantil y de estudiante logramos rescatar el de “Carlitos bola de churre…”, por discreción no digo su nombre, pero es un importante científico cubano. O aquel de “Nene mula ciega” a causa de unos espejuelos de esos que llaman fondo de botella y que define a un amigo que hoy se ufana de usar lentes de contacto, pero cuyo mote no lo abandonado. Tanto que en su tarjeta de presentación se identifica así.

Los hay más dudosos como el de “Luisito el infame”. Nombrete ganado en los años de la beca. Ese amigo, intentando pasarse de listo dijo a un guía de campo que su apellido era italiano, “infamitta”. Sin saberlo se había identificado para toda la vida. Casi cincuenta años después nadie le dice Luis… infame para arriba e infame para abajo. Y eso incluye a sus padres.

En estas, nuestras búsquedas y viaje a la memoria, reencontramos después de muchos años a otro amigo. Es de todos nosotros el único que es abuelo y todo apunta que a los sesenta será bisabuelo. Lo confirmó llevando a su nieto mayor que tiene veinte años y cuya novia espera un bebé cuyo sexo no será revelado hasta el viernes siguiente.

En fin, que el hombre sigue defendiendo su alias, el que siempre lo ha definido “León”, por el que todos le conocen y por el que se presenta; aunque su nombre sea Demencio y él no quiera ir al registro civil y cambiarlo.


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