Hace algunos años, en la Feria del Libro de Buenos Aires, cuando Raúl Alfonsín recién asumía la presidencia del país y se inauguraba un período que dejaba atrás a las dictaduras militares, un amigo se me acercó y pidió una aclaración: ¿por qué “dictadura del proletariado” y no “democracia socialista”? Me remití a la historia de la primera expresión, aplicada por Lenin de manera transitoria para oponerse al Estado burgués ruso, todavía vinculado al zarismo, en medio de condiciones de guerra contra las potencias capitalistas europeas, aunque reconocí que esos términos se habían extendido a la construcción del socialismo fuera de esos marcos históricos y sociales. Con parte de un anca de res asándose en una parrilla, un buen vino y en medio de la euforia democrática que vivía Argentina después de un período nefasto de represión dictatorial, era muy difícil razonar con jóvenes de izquierda que la lucha por la emancipación revolucionaria condujera a una dictadura, por mucho que me esforzara en explicarles que se trataba de la dictadura de los desposeídos contra los opresores, y argumentara sobre la naturaleza hipócrita de las democracias burguesas, más interesadas en mantener el poder que en estructurar un “gobierno del pueblo”. Ellos insistían en que si era dictadura, no importaba el apellido, no era bueno. La llamada dictadura del proletariado confundía el verdadero sentido de la lucha, y me di cuenta de que esa terminología no era eficaz para la política en aquellos contextos. Por otra parte, comencé a preguntarme por qué no asumir la construcción de la democracia socialista, todavía con mejores razones en la relativa paz, al menos sin un conflicto bélico, cuando la esencia del socialismo es la emancipación del ser humano y no ningún tipo de opresión, aunque fuera la del proletariado. Martí, hasta en condiciones de guerra, había defendido el orden jurídico que garantizara la democracia con justicia social por encima de cualquier opresión o caudillismo, por muy carismático y generoso que fuera, y ni siquiera tuvo en cuenta que se encontraba en condiciones excepcionales.
Más que retórica de alguna expresión, se trataba de un retraso en la teoría, una falta de readaptación conceptual o desfasaje de una conceptualización eficaz para acompañar a la política, cuestión que hoy mantiene importancia decisiva en la nueva guerra cultural que se le presenta al socialismo contemporáneo frente a los cambios constantes de la estrategia del último capitalismo. Posiblemente, demasiadas previsiones para no caer en el “revisionismo”, cuando se trata de revisar todos los días los conceptos, generaron esta desactualización. En el último acto por el Primero de Mayo en la Plaza de la Revolución, desfilaron cooperantes internacionalistas del sector de la Medicina ?médicos, enfermeras y técnicos de la salud fundamentalmente?; maestros y estudiantes; campesinos cooperativistas, contribuyentes decisivos a la seguridad alimentaria; científicos que avalan la capacidad de los cubanos; trabajadores del sector turístico, portadores de un peso importante en la economía nacional, básicamente empleados de hoteles; militares defensores de las conquistas del socialismo… y algunos pocos obreros. Sin embargo, tanto en los discursos como en las consignas, se enfatizaba que era el día de la “clase obrera”. ¿Clase obrera? ¿No celebrábamos la fiesta de todos los trabajadores? ¿Nos hace más “combativos” esa afirmación? Además, si se habla de “clase obrera”, ¿cuál es la otra clase? En ese acto, prácticamente el único que en Cuba actualmente se convoca de manera masiva y sistemática año tras año, también desfilaron los llamados “cuentapropistas”, un eufemismo innecesario, pues en idioma español ese grupo clasifica como sector privado. ¿A qué le tememos? ¿Por qué no reconocer la necesidad del sector privado para complementar al social, representado ?obsérvese que digo representado? en el estatal ?que es el más importante y se moderniza y perfecciona?, al cooperativo, el mixto, incluso, al que llega con una inversión extranjera regulada? Este legítimo proceso no se corresponde con la “privatización” neoliberal y sus “paquetazos” que debilitan al Estado y desprotegen a los más vulnerables. Algunas veces, la falta de actualización de conceptos o el eufemismo de “sector no estatal” para no decir privado o precisar el tipo de propiedad a que se refiere, nos deja como si tuviéramos temor a enfrentar la discusión. Con eufemismos y simulaciones no llegaremos muy lejos, y esa orfandad de pensamiento y debate puede generar una sórdida y gratuita hipocresía ante ciertas evidencias.
Posiblemente un poco de eufemismo hizo falta para explicar años atrás una contingencia tan dramática como la crisis que todos vivimos cuando perdimos la mayoría de nuestro comercio con la URSS y los llamados países socialistas europeos; a una de las mayores crisis generales que ha conocido Cuba en toda su historia, se le llamó Período Especial; pero ¿en qué consistía la “especialidad”?: sencillamente, condiciones de extrema pobreza material para casi toda la población y las instituciones, varias de las cuales prácticamente se desmantelaron en algunos años, pero tal vez no había que expresarlo de manera tan cruda en ese momento del shock. Nadie ha declarado que el Período Especial ha finalizado, y es posible que nadie lo haga, pero su “especialidad” se ha ido extinguiendo paulatinamente, y quizás llegue a su fin cuando haya una sola moneda en el país y se recupere el valor del salario de acuerdo con la capacidad y esfuerzo de cada cual, aunque nada de esto garantiza pobreza cero en la población, como no sucede en ningún lugar del planeta ?al menos hoy? Cuba muestra logros sociales en salud, educación, cultura, deporte y seguridad social envidiables para muchos en el mundo. Al fin ya se exige analizar públicamente las causas internas de los problemas, que según el Marxismo que yo estudié son decisivas, y quizás son tiempos de llamar las cosas por su nombre y tomar al toro por los cuernos.
Repasemos: “resolver” se ha convertido, en la práctica cotidiana, en sinónimo de robar, receptar algo robado o traficar influencias; “pareja” es el novio o la novia de un homosexual masculino o femenino; “barrios periféricos” resulta una forma “académica” de referirse a barrios marginales, como La Timba, en medio de El Vedado; “comida gourmet” equivale, generalmente, a muy poca; las “visitas sorpresivas” suelen ser avisadas; “cemento blanco” le encargaba por teléfono una vieja, sabia y querida amiga a otra, cuando en realidad lo que quería era leche en polvo adquirida en el mercado negro, y hubo que cambiar “tela roja” para referirse a la carne de res, porque era ya tan conocido, que nada podía ocultar; bajo la cobertura de “parafrasear”, no pocos estudiantes plagian sin sonrojos; por evitar “corrupción”, decimos que un funcionario (o una secretaria, una recepcionista, un portero...) esperan una “atención”... Son “sutilezas” del lenguaje que invitan a una meditación, y no solo en aras del mejor uso del idioma.
Cuando comenzó el proceso para cambiar el modelo económico ?o quizás para hallar alguno?, con el objetivo de continuar construyendo un socialismo mejorado, más razonable y original para Cuba, apareció la expresión “actualización”, que considero incompleta porque no sintetiza todo lo que hay que hacer para encontrar ese modelo: no solamente hay que poner al día cuestiones económicas para lograr un objetivo social, político y cultural superior en esta circunstancia, sino que se requiere algo más allá de lo renovador: hay que transformar. No hay que tener previsiones con esta palabra que el marxismo utilizó mucho en sus estudios sobre la dialéctica y que la Revolución cubana no ha abandonado desde que triunfó hasta hoy: desde 1959 la Isla siempre se está transformando, gracias a lo cual ha sobrevivido a las más duras pruebas y a las más fuertes contingencias, y presumiblemente lo seguirá haciendo en dependencia de cada situación y conveniencia para mantener el proyecto político que ha escogido su pueblo. La transformación revolucionaria para cumplir los propósitos martianos de “con todos y para el bien de todos”, está en el centro del debate en las discusiones después del 7mo. Congreso del Partido: no es solo actualizar, sino “cambiar todo lo que deba ser cambiado”, tal y como ha quedado registrado en el concepto fidelista de Revolución, y esos cambios, como siempre, tienen que contar con una real democracia basada en opiniones de la gran mayoría del pueblo, que estamos en el deber de captarlas y hacerlas valer por consenso, favoreciendo a los más desprotegidos: eso es socialismo cubano. Para que esto sea posible, se impone un despliegue de la información necesaria para lograr responsablemente la más amplia libertad de expresión, una frase a la que tampoco hay que temerle, pues se trata de manejar criterios con información, y ojalá que todas esas opiniones algún día puedan ser puntualmente reflejadas en los medios, que tienen que conceptualizarse como propiedad social y no como de funcionarios estatales ?no es casual que en las “Cartas a la Dirección” del periódico Granma se haya tenido que echar mano a las “coletillas”, para cuestionar o acotar respuestas institucionales incompletas o poco convincentes. La “democracia”, el “empoderamiento” y la “libertad de expresión” que exigen nuestros enemigos, no se corresponden con los conceptos socialistas para un proyecto de desarrollo económico, social, político y cultural para Cuba, pero la respuesta no puede corresponderse con los mecanismos defensivos remanentes de la Guerra Fría.
Las cuestiones de principios son democracia socialista, participación ciudadana, transparencia en la información y libertad responsable; no porque aparentemente las exija con disfraz cínico un enemigo que encubre el verdadero significado de esas sustantivas razones, sino porque encarnan las esencias del socialismo cubano, tópicos en que mucho hay que trabajar todavía, junto con la conceptualización de un sólido modelo económico. Economía y democracia socialistas son, a mi juicio, los dos pilares más urgentes para atender, talones de Aquiles de nuestro socialismo, y tienen como sustento a la cultura, es decir, los conocimientos y los saberes. Siempre que se deje algo pendiente, postergado, relegado de conocimientos y saberes, quienes quieren destruir a la Revolución lo usan; por ejemplo, las nuevas tecnologías de la información, que deben ser implantadas de la manera más eficaz para objetivos revolucionarios sin que medien sabios intermediarios. Las reglas para la transparencia del debate las debe dictar el pueblo con una participación real y no nominal, no ningún grupo por muy “esclarecido” que crea estar. Si se tienen en cuenta los mejores frutos de la participación de los verdaderos sujetos de las transformaciones económicas, sociales, políticas y culturales, se logra el auténtico compromiso para realizar los programas de inclusión y justicia social que necesitamos. Esta participación se puede frustrar sin la transparencia en las informaciones, sin el debate cuando no se alcancen las expectativas deseadas. El pueblo tiene que estar informado de todo, y la primera versión debería ser la de su gobierno; se trata de una primicia responsable de vital importancia para exigir la responsabilidad hacia la libertad de opinión que aceptamos. Hay que desterrar la política informativa del avestruz, y la otra: la que intenta tapar el sol con un dedo bajo eufemismos, simulaciones, velos, reticencias…
Resulta peligroso dejarse provocar por el cinismo imperialista. En la gira de Obama por América Latina visitó lugares paradigmáticos de represión inaugurados por el Plan Cóndor en Argentina; en otra gira por Asia, dijo cínicamente que estaba al lado de Vietnam frente a China en los conflictos fronterizos, porque ¡los países poderosos no deben ser abusadores con los pequeños!, y exigió “derechos humanos” en una tierra en que su país lanzó napalm a la población civil; en Japón hizo una reverencia ante el monumento que representa el genocidio perpetrado por el ataque de su país a Hiroshima, cuando Estados Unidos ha multiplicado hoy su arsenal nuclear y lo continúa haciendo. Ahora más que nunca la cultura del debate y no la del silencio, la del diálogo y no la prepotencia de quienes se sienten en el derecho de no responder preguntas de los ciudadanos a los que se deben, porque son “servidores públicos”, deben acompañar a los procesos políticos emancipadores. Cualquier revolución necesita dialogar y persuadir, utilizar la política y establecer un sólido cuerpo de leyes, y no confiar solamente en el carisma de líderes que, como todos los seres humanos, tienen una vida limitada en relación con la trascendencia de los procesos progresistas y liberadores que fundan. Son indispensables la cultura y los valores para hacer política; también la pasión en nuestros pueblos es inevitable, pero lo más importante es la inteligencia, la honestidad y la transparencia para forjar ideales y compromisos. Pasó el momento del silencio o los eufemismos, porque “hay que levantar el estado político-moral”; de los velos porque “no hay que darle armas al enemigo”; de las reticencias, porque “el pueblo no está preparado” … La moral se levanta con la verdad, los cubanos de hoy están preparados para recibirla y resulta una subestimación creer que con un lenguaje ligero podamos contentar las necesidades informativas de ciudadanos con más de noveno grado de escolarización, que antes de recibir la “noticia” oficial ya han accedido por otras vías a varias versiones: el pueblo tiene moral suficiente para recibir malas noticias si se explican adecuadamente. Quien no esté preparado para este momento y tenga miedo a equivocarse, que ceda el paso a quienes tienen todas las condiciones para ser los actores sociales y políticos de esta nueva era.
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