De esta Habana nuestra: Cementerio de Colón, Monumento Nacional


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Declarado Monumento Nacional el 18 de febrero de 1987, desde cualquier ángulo, la Necrópolis de Colón se destaca por su majestuosidad y atesora un arsenal de riquezas por su valor arquitectónico, escultórico y significado histórico-cultural en nuestro país y en el imaginario popular; compartiendo uno de los tres lugares más importantes del mundo, junto al de Di Staglieno en Génova, Italia y el de Montjuic en Barcelona, España, además de ser el único cementerio en Latinoamérica dedicado a Cristóbal Colón.

A pesar de ser una joya enclavada en medio de la ciudad, visitada por estudiosos, curiosos o, con dolor, por casi todos en algún momento de nuestras vidas, no muchos conocen sobre la historia de su construcción, leyendas y realidades.

Corría el año 1854 cuando el Gobernador de Cuba, el Marqués de la Pezuela, empezó a dar los primeros pasos para construir un cementerio más grande que estuviera acorde a la cultura de la capital cubana; el de Espada, de principios del siglo XIX, resultaba insuficiente.

En principio fue escogido un cuadrilátero en la falda oeste del Castillo del Príncipe, pero esto resultó impugnado por las autoridades militares y también por el Obispo, este alegó que no era el Ayuntamiento sino el Obispado quien tenía el derecho a construir el cementerio. Este fue el inicio de muchos años de disputa al no ponerse de acuerdo las partes sobre dónde se llevaría a cabo la construcción y quién la administraría.

Finalmente se crea una comisión que escoge un rectángulo al final de la identificada como zona de El Vedado; seccionados de las fincas La Baeza, La Currita, La Novia, La Campana, La Torre y La Portuguesa en la zona conocida como San Antonio Chiquito; al este de la loma de los jesuitas, se compraron cuatro a sus propietarios; mientras que Las Torres y La Portuguesa las adquirió el Ayuntamiento por expropiación forzosa. La propuesta fue aprobada por el Ayuntamiento habanero, pero no es hasta el 28 de julio de 1866 que por Real Decreto se autoriza su construcción.

Corría ya el año 1870 cuando el 12 de agosto se da a conocer la convocatoria para el certamen y sus bases, sería premiado el mejor proyecto presentado por los especialistas, recibiendo como premios 2,000 escudos y ser el director de las obras.

Fueron presentados siete trabajos de igual número de participantes, entre ellos se erige como ganador el proyecto Pallida Mors, del arquitecto Calixto Loira Cardoso con el lema “La pálida muerte entra por igual en las cabañas de los pobres que en los palacios de los reyes”. El proyecto de Loira obtuvo el premio por mostrar un excelente diseño y admirable belleza artística, fue justipreciado en 360 382 pesos oro y alcanzó la casi totalidad de los votos del jurado presidido por el ingeniero don Francisco Albear.

Según las crónicas de la época, la primera piedra se colocó a las 07:00 del día 30 de octubre de 1871 cuando el arquitecto Calixto Loira sostenía un cajón del que Romualdo Crespo, capitán general interino, con una cuchara de plata, extraía la mezcla que depositaba en un hueco antes de colocar encima la piedra sobre la que dio repetidos golpes. A fin de legarlos a la posteridad, se introdujeron en la caja de caoba sellada dentro de otra de plomo, un ejemplar de la Guía de Forasteros —especie de guía turística de la época—, un almanaque del año, varias monedas de oro y plata con la efigie de Amadeo I, de Saboya, rey de España, un número de cada periódico que circuló en La Habana el día anterior y una copia del acta que daba cuenta de la ceremonia y que suscribieron todas las personalidades presentes.

Luego de casi 15 años de trabajo, las obras fueron concluidas el 2 de julio de 1886, contó con una cabida de 504,458.22 metros cuadrados.

De forma rectangular como un campamento romano estilo romántico-bizantino; aceras, calles, calzadas enumeradas, manzanas y lotes facilitando al visitante el acceso (que en tiempos republicanos se le proveía de un plano gratuitamente), sirven de marcador principal para la división del cementerio. Su estructura en forma de cruz revela dos avenidas principales, llamadas Cristóbal Colón y Obispo de Espada, de norte a sur; y Fray Jacinto, de este a oeste.

Contempló como obras principales la Puerta de la Paz que es el mayor arco de triunfo existente en la Isla, la Capilla central y el osario general.

El pórtico es un monumento de mármol de Carrara, de 34 metros de largo y 21 de alto, con alegorías de las virtudes teologales, la caridad, la fe y la esperanza. Los relieves y las esculturas son del cubano José Vilalta de Saavedra.

El proyecto incluía asimismo un monumento a la memoria de Cristóbal Colón, siendo el primer busto de Colón con barba erigido en todo el continente (1828), en cuya base se conservarían sus cenizas, obra que no llegó a acometerse y que, de haberse ejecutado, no hubiera guardado nunca los verdaderos restos del Almirante que no parecen haber salido nunca de Santo Domingo. De cualquier manera, fueran reales o supuestas, España, al cesar su soberanía sobre la Isla, en 1898, sacó de Cuba las controvertidas reliquias que se mantenían en la Catedral habanera     

Loira comienza la construcción del Cementerio por la extensa Galería de Tobías, donde fueron ubicados 526 nichos perforados en sus paramentos, cada uno con 67 centímetros de ancho por 80 de alto y por 2 metros de fondo, con remates semicirculares. El techo de la galería es abovedado y en él hay 6 claraboyas o lucernarios de cristal para ventilación e iluminación. Tiene dos entradas, una por el este y otra por el oeste e igual número de pórticos y respectivas escaleras, que conducen a su interior, una con 32 peldaños y la otra con 35.

Su costo ascendió a 46 00 pesos oro. La denominaron con el mencionado nombre en recuerdo al filántropo Tobías Neptalí, personaje que según la Historia Sagrada vivió en el siglo VII antes de nuestra era y se dedicó a obras de caridad y a la piadosa tarea de sepultar a los difuntos. Fue canonizado y proclamado santo por la iglesia católica. Su festividad se celebra el 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos.

El destino quiso que el primero en estrenar la recién comenzada construcción de la Galería de Tobías fuera el propio autor del proyecto del Cementerio de Colón, el arquitecto gallego de 32 años Calixto Loira Cardoso. Su cadáver fue colocado el 29 de septiembre de 1872, en el nicho 263, último al lado norte, o el primero por la entrada este, calle 13, a la derecha.

A la muerte de Loira, lo sucedió en el cargo de director facultativo el arquitecto Félix de Azua Gasquet, quien poco después de asumir tal función también murió, el 10 de julio de 1873. Fue inhumado en el nicho uno del lado norte, primero de la izquierda, es decir en el extremo opuesto al nicho donde reposaban los restos de Loira.

Curiosamente la Galería de Tobías sin hallarse terminada, ya fue custodiada en sus dos entradas por los primeros directores de obras, asunto que dio origen a una inquietante y angustiosa leyenda de que ningún arquitecto o ingeniero debía trabajar en la catacumba porque moriría tempranamente en el intento de la ejecución.

El paso del tiempo deterioró la Galería de Tobías y en 1953 las autoridades sanitarias ordenaron su cierre definitivo. Las cenizas de Calixto Loira Cardoso fueron trasladadas a un osario del panteón del Colegio de Arquitectos de La Habana, ubicado en el cuartel noroeste, cuadro 9.

Unos 90 escultores de renombre plagaron el cementerio de estatuas pomposas, religiosas y divinas que en aproximadamente 10 mil conforman el mayor museo de arte a cielo abierto del mundo.

Incontables son las leyendas y curiosidades que existen alrededor de este lugar a lo largo de casi 130 años de servicios, una muy interesante es la que se teje en torno a su portada, pero no es más que eso, una leyenda; otra muy renombrada se encuentra alrededor de la Tumba de la Fidelidad. Cuentan que luego de la muerte de Jeanette Ryder, fundadora de una sociedad humanitaria de protección a niños y animales desamparados, su perro Chucho permaneció sobre la sepultura de su ama, y luego murió. Los seguidores de la Sociedad no escatimaron esfuerzos para que el can tuviera un lugar junto a su dueña. No se queda atrás la de Casimiro Eugenio Rodríguez Carta, el único inhumado de pie en el Cementerio de Colón, con una pistola en cada mano y un billete de 100 pesos en el bolsillo.

La historia del Dominó difunde la de una canaria apasionada por este juego de mesa. Tal fue su afición que una noche del año 1925, mientras jugaba una partida que daba por ganada, murió de un infarto al no poder “pegarse” con la ficha del doble tres en sus manos. En homenaje a ella, su familia colocó una lápida de mármol blanco y negro en la que aparece a relieve el doble tres.

Otra muy célebre es la de La Milagrosa, cuyo nombre en vida fue Amelia Goyri de la Hoz. Sucesora de una familia de buena posición, murió en 1901 al dar a luz a su primer hijo, enterrados juntos, el niño a los pies de la madre según la tradición de la época, fue encontrado en brazos de la misma, tiempo después.  Luego del suceso, el esposo de Amelia visitaba su tumba a diario; al marcharse daba pequeños golpes con la aldaba en la lápida y se retiraba siempre sin darle la espalda: así nació la costumbre. Hoy son incontables las personas que acuden a su sepulcro para pedirle ayuda a La Milagrosa, y algunos hasta aseguran haber recibido sus milagros.

Hace algún tiempo, después de una denodada búsqueda que demoró largos años, un investigador del archivo de la necrópolis y el periodista Reinaldo Peñalver Moral, encontraron la perdida sepultura de Cecilia, mulata de belleza incomparable, quien le sirvió de inspiración a Cirilo Villaverde para esbozar el personaje de Cecilia Valdés. Quedando así probada la existencia real del personaje principal de la novela cubana más importante del último periodo de la Colonia.

Abundan los panteones y tumbas que guardan los restos de grandes personalidades como es el caso de la tumba del cardenal Manuel Arteaga, primer príncipe de la Iglesia católica cubana; José Raúl Capablanca, cuya última morada está adornada con una pieza de ajedrez; el de los bomberos muertos trágicamente en 1890 en acto de servicio en el Fuego en la ferretería Isasi. Esta obra funeraria de unos diez metros de alto, obra del escultor español Agustín Querol Subirats, representa a los bomberos fallecidos con sus verdaderos rostros. Como elemento significativo, al no encontrarse foto alguna de uno de ellos en el que inspirarse, el propio escultor, en un gesto muy de acuerdo con el romanticismo de la época, le prestó su propia apariencia y aumentó así el efecto del acto heroico de los bomberos.

Los panteones del generalísimo Máximo Gómez con su sobrio obelisco en mármol negro y Calixto García Íñiguez con su modesta lápida donde reza «morir por la patria es vivir», son de los grandes patriotas del siglo XIX enterrados en Colón junto a los generales Carlos Roloff, Quintín Banderas y el fundador del Partido del Pueblo Cubano Ortodoxo Eduardo Chibás, quien en 1951 se disparó ante los micrófonos de la radio al no poder probar que el ministro de Hacienda desangraba el erario público; los de algunos presidentes de la República, algo más de 60 mayores generales de las guerras de independencia y mártires de los diferentes movimientos revolucionarios cubanos. El panteón de las Fuerzas Armadas que guarda los restos mortales de tantos hombres de este pueblo que han dedicado su vida a la Patria y dan fe de la historia cubana; las tumbas de José de la Luz y Caballero, Antonio Bachiller y Morales, insignes pensadores y pedagogos, y Rafael María de Mendive, maestro de José Martí, cuyos padres, Julián Martí y Leonor Pérez, están sepultados en el Panteón de los Emigrados.

Del mundo musical descansa rodeada del eclecticismo europeo, el modernismo y el racionalismo del siglo XX, una gama de compositores de renombre como Hubert de Blanck, Amadeo Roldán, Eduardo Sánchez de Fuentes, Eduardo Saborit e Ignacio Cervantes, padre del nacionalismo musical cubano, la cantante Rita Montaner; se hallan también los sepulcros de la poetisa Luisa Pérez de Zambrana, el novelista Cirilo Villaverde, el sabio Fernando Ortiz y la escritora Dulce María Loynaz.

Pero nuestro cementerio también es un lugar donde se encuentran bellezas literarias, escritos en forma de Epitafios:

Uno de los más hermosos de la Necrópolis está escrito sobre la tumba de dos seres que se profesaban un amor, que trascendió más allá de la muerte. Dice así:

«Bondadoso caminante, abstrae tu mente del ingrato mundo unos momentos, y dedica un pensamiento de amor y paz a estos dos seres a quienes el destino tronchó su felicidad terrenal y cuyos restos mortales reposan para siempre en esta sepultura, cumpliendo un sagrado juramento te damos las gracias desde lo eterno: Margarita y Modesto.»

Cuentan los sepultureros más viejos, que Margarita fue la primera en morir. Modesto, durante años iba día tras día, vestido con elegante traje negro, para dedicarle a su amada un concierto de violín que duraba horas y horas, tal parecía que la música no era del instrumento, sino del corazón mismo del anciano.

El poeta Julián del Casal, hombre apesadumbrado, a quien paradójicamente asfixió un súbito ataque de risa mientras almorzaba en compañía de amigos, descansa en el panteón de la familia Rosell Sauri desde 1893 bajo el epitafio «Amo solo en el mundo la belleza: que encuentre la verdad su alma.»

José Lezama Lima, el autor de Paradiso y Enemigo rumor (1910-1976) tiene grabado en bronce una de sus más conocidas frases: «El mar violeta añora el nacimiento de los dioses, ya que nacer es aquí una fiesta innombrable.»

Para el mejor novelista cubano contemporáneo, Alejo Carpentier (1904-1980), precursor del realismo mágico americano, escogieron su alegato «Hombre de mi tiempo soy y mi tiempo trascendente es el de la Revolución cubana.»


1 comentarios

Luis Lopez
22 de Junio de 2019 a las 12:52

Quisiera saber si pueden comunicar el correo electrónico (Email) del cementerio Colón para que me puedan dar más precisiones sobre una sepultura que pienso está en este cementerio. Muchas gracias Un saludo cordial Luis

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