EL CAMINO DE LOS MARES
Pitágoras de Samos puede ser considerado el formulador matemático de eso que hoy conocemos como Jazz, y que un milenio y tanto después de aquella premonición cruza todos los caminos sonoros conocidos. Su teorema es la base del formato que identifica a esa forma musical: el trío. Tal afirmación está contenida allí: la suma del cuadrado de los ángulos es igual al cuadrado de la hipotenusa.
Lo mismo se dice de Homero, cuya tercera obra monumental El clúster, no fue descubierta hasta mediados del siglo XX y narra las tribulaciones de dos gladiadores de la música nacidos en una isla, de un mediterráneo para ese entonces desconocido por esos mundos de Dios. Será esta la primera obra musicográfica conocida.
Entre estos dos hombres de la antigüedad y sus leyendas hay una diferencia de veintidós años; por si fuera poco, los dos nacieron en islas del mediterráneo.
Pasará más de un milenio para que una historia similar ocurra. Esta vez la protagonista será nuevamente una isla; esta vez en el ya conocido Caribe y que se hace llamar Cuba. Hay veintidós años de diferencia entre los involucrados, y les une la música por sobre todas las cosas.
Los protagonistas de esta leyenda, que aun se teje, tienen por nombre Dionisio de Jesús Valdés, o simplemente Chucho Valdés, y Gonzalo González Fonseca, o como todos le llaman: Gonzalo Rubalcaba. Uno nació en el otoño del año 41, en medio de la II Guerra Mundial; el otro en la primavera del año 1963, en tiempos que se fomentaba la contracultura como expresión de una generación: la de los nacidos pasada aquella guerra.
Físicamente son distintos. Chucho parece un jugador de baloncesto de alto rendimiento, tiene largas extremidades y un andar lento; como si pensara cada zancada. Gonzalo, a pesar de los años, aun no ha perdido ese tamaño propio de los adolescentes y su andar sigue marcado por la prisa de quien tiene el tiempo en su contra; a pesar de que más que músico recuerda a un jugador de ajedrez por sus gestos.
A Chucho el piano le viene desde siempre, es como una extensión de su cuerpo. Gonzalo un buen día abandonó platillos, bombos y baquetas ante el llamado del piano, y desde ese entonces su vida y su mundo cambiaron. Gonzalo comenzó sus estudios de música con toda la seriedad que el caso requería el mismo año en que Chucho fundaba la banda musical más trascendente de toda la música cubana del Siglo XX: Irakere. Él y su generación nunca fueron los mismos; algo similar ocurrirá con la música cubana y el jazz.
Y como en toda historia hay un punto de giro, o un hecho fortuito que sirve de enlace, este ocurrirá en el año 1963, cuando un guajirito de Puerto Padre, llamado Emiliano Salvador, entre a la naciente Escuela Nacional de Arte (ENA) a estudiar percusión, o mejor dicho, batería, y el piano se vuelva la razón de su vida. Emiliano será el primero de muchos percusionistas que dará al piano una nueva dimensión.
Chucho, Emiliano y Gonzalo coincidirán en tiempo y espacio. Emiliano no llegará a estos tiempos, pero su impronta gravitará sobre el jazz cubano y latino como otro ángulo importante de esta historia.
En esos años sesenta, tiempo en que Gonzalo crecía y daba sus primeras clases de música, Chucho armaba su primer grupo; aquel combo en el que Amado Borcelá, o simplemente Guapachá, anunciaba sus inquietudes en cuanto a la música popular. Después vendría la Orquesta Cubana de Música Moderna y el hecho de que su nombre se comenzara a hacer popular entre los estudiantes de música por su manera de tocar el instrumento. El piano en Cuba comenzaba a tener una nueva dimensión. Tocar a lo Chucho era la referencia obligada de una generación que explotará dos lustros más tarde.
Los clásicos europeos son importantes. Dicen que ellos son la base de todas las academias; sin su impronta no se hubiera llegado al hoy. Nada más cierto. Sin embargo, estamos en Cuba y el piano es —junto a las tumbadoras— el instrumento madre de una forma de hacer música poco ortodoxa, donde una figura llamada “tumbaos” prima por encima de la academia cuando de poner alma al instrumento se trata. Serán esos tumbaos, o montunos como también le llaman, el despertar de esa generación de la que Gonzalo forma parte. Había que encontrar la voz propia y el jazz; con esa libertad que le caracteriza; era el comienzo y el fin.
Entonces se ha de beber no solo de Chucho, está el sustituir a Pepe Palma en la Orquesta Aragón, ser suplente en los Van Van mientras Pupy Pedroso está enfermo, y correr el riesgo de acompañar a esas mujeres que cantan.
Se es un Rubalcaba en toda la expresión de la palabra y la música. Es un apellido que pesa tanto como un país. Y todo Rubalcaba que se respete tiene su propia formación. Así estuvo la Danzonera del abuelo y la charanga en que toca el padre. Su grupo se llamará Proyecto y será la referencia obligada del nuevo jazz cubano.
Gonzalito, obra de la confianza, será el pianista más universal de su generación; el más universal de los pianistas cubanos de finales del siglo y comienzos de milenio; todo ello sin usurpar el espacio del maestro Chucho, de quien también es deudo. Y así será hasta que La Habana le vuelve a abrir las puertas.
Es La Habana de este año 2017, donde hay amigos ausentes, la capital mundial del jazz. Abril anuncia su último día. Chucho habla con la prensa, mientras Gonzalo camina por los jardines de la ciudad; respira nuevamente aquel aire que le formó. Piensa en la Calle Vapor, en los años pasados y en esas canas que el pelado oculta.
Habrá conciertos en esta ciudad en un futuro no muy lejano. La Habana es una mujer a la que no se puede renunciar. Un viaje a las raíces reconforta. Chucho y Gonzalo lo saben. Desde la roca del Morro el aire bate una túnica roja. Es Pitágoras, que se sabe importante. Hay dos ángulos que confirman su teorema.
Agosto ya va siendo inolvidable. Homero prepara sus apuntes.
Deje un comentario