A mi mesa de trabajo llegan con frecuencia discos producidos y realizados por músicos cubanos residentes y/o radicados allende los siete mares conocidos. Esos discos, en su gran mayoría, recorren el espectro de la música cubana con un fuerte predominio de los géneros populares bailables; o para decirlo en buen cubano: son discos donde “el son es lo más sublime”.
Y si algo resalta en tales producciones es la presencia de esa forma cubana de encarar el jazz y que se ha definido como “descargas cubanas”; dígase descargas y el fantasma de los padres fundadores está más que presente. No importa si en su anterior vida musical –la cubana, la del autóctono– fueron cultores del rock o de las diversas corrientes alternativas que hoy proliferan en la música internacional y cubana en particular. Eso que el inigualable Joaquín Borges Triana ha definido como Música Alternativa Contemporánea (MAC). Su hoy está marcado por la necesidad de hacer notar, no demostrar, su identidad sonora, eso que les define como “lo(s) cubano(s)” ante cualquier circunstancia o espacio geográfico. No desarraigarse es tal vez su única tabla de salvación en un mundo cada vez más interconectado.
Lo anterior está más que demostrado. El grupo Orishas, en su “primera temporada”, tuvo una voz sonera para equilibrar su fuerte rapeo; los muchachos del proyecto Habana A/O no renunciaron a “lo auténticamente cubano” muy a pesar de que su trabajo no tenía expresamente “clave”; y así la lista de ejemplos sería interminable y pudiéramos hacer una pausa –momentánea—con los hoy “terribles enfant” de Gente de Zona. La música cubana en estos tiempos no necesita expresamente de “una clave de rumba o de son” para demostrar su origen; convertir tal afirmación en un dogma sería un acto de vulgar chovinismo o una total falta de cultura musical.
Muchos de estos discos llegan o bien porque son producidos por amigos o intervienen en ellos o simplemente alguien piensa que debo escucharlos y me los hacen llegar. Unas veces vienen de primera mano y otras –muchas otras–son fruto de la piratería que, aunque sea entre amigos, no es para nada perdonable.
Sin embargo, están aquellos que “sin clave y bongó” no pueden existir.
Tal es el caso de Demetrio Muñiz, trombonista, compositor, director de orquesta y, como suele ocurrir muchas veces, amigo de este servidor; por lo que trataré de dejar a un lado los afectos en el momento de emitir los criterios que abajo suscribo.
Demetrio, “el Deme” como cariñosamente le llaman los amigos y colegas de trabajo, pertenece a una generación de músicos que hoy son la punta de lanza creativa de la música cubana en todos los géneros. En su caso muy particular le corresponde el haber sustituido al gran Armando Romeu como director de la Orquesta del Cabaret Tropicana en los años ochenta del pasado siglo. Es en esa misma década que comienza su meteórica carrera como productor musical y a su vez se nos convierte en comentarista sobre temas musicales en la televisión cada sábado en el programa Contacto.
Aclaro que no es la primera vez que un reconocido músico o compositor asume la tarea de encausar críticamente para el gran público las corrientes y tendencias musicales tanto de moda como históricas. Antes lo había emprendido, entre otros, el compositor y director de orquesta Rembert Egües.
Así, a fines de los noventa, y en busca de nuevas emociones –no experiencia musical– Demetrio se incorpora al ya finado Buenavista Social Club y como parte de este proyecto asume el rol de productor musical de la discografía de Ibrahím Ferrer, hasta el fallecimiento de este.
Y cabe preguntarse, ¿qué vendría después? Sencillo, el momento de dar riendas sueltas nuevamente a su creatividad y arriesgarse a poner en blancas, negras y corcheas, algunas de sus tantas ideas. Así llegamos a Cuban Sound Proyect.
Licenciado por Bis Music, este CD es un fresco sonoro que tributa música cubana desde una singularidad para alcanzar la universalidad que siempre la ha caracterizado. En doce temas están sintetizadas todas las vivencias, influencias y emociones que Demetrio Muñiz ha acumulado a lo largo de su ya pródiga vida musical.
Así vamos desde un tema como Mi música cubana, una declaración de principios afines a todos los músicos de esta Isla donde quiera que estén; a una versión de un tema de la Nueva Trova –en este caso es de Amaury Pérez y su concepto está muy cerca de aquello que en los años setenta identificó a cierta zona de la música salsa—como El vino triste; hasta versiones de boleros clásicos (estándar) como Cenizas o No puedo ser feliz.
Sin embargo, donde el disco de marras alcanza su apoteosis es en los temas Cry a river, Danzón de media noche y en la versión que sobre un concierto de Antonio Vivaldi para fagot hace, cohabitando con lo mejor de la “descarga cubana”: se trata del II Movimiento de este concierto.
Tras escuchar estos temas no queda más que comentar “… se las gastó todas…” y aplaudir el buen hacer de los músicos que acompañan a Demetrio en esta aventura sonora.
Cuban Sound Proyect, no es una banda constituida en sí, se trata de eso que conocemos como “ven tú” y que ha sido la fuerza motriz de importantes proyectos importantes, de por sí, en la historia de nuestra música más reciente; por tal razón aventurar un próximo disco con estos mismos músicos sería festinado; pero sí, nuevas aventuras musicales de “el Deme” vendrán, no importa que algunos no comprendan la dimensión humana de esta idea.
Cuentan que el trompetista cubano Julio Cueva, allá en el París de comienzos de los cuarenta, comenzaba sus presentaciones tocando el danzón que le abrió las puertas de la música, se trataba de Penicilina; y al terminar afirmaba que “…la música de Cuba era remedio santo contra cualquier enfermedad…”.
Mi amigo Demetrio ha hecho suya esa afirmación y va recetándola por el mundo.
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