Una memoria necesaria
No hay día más importante para humano conocido que ese en que festeja su llegada al mundo. Hay quienes dan al jolgorio categoría superlativa. Mi amigo Ariel Larramendi, para citar un ejemplo, se organiza “una jornada de solidaridad festiva con él mismo”, a la que acuden amigos, conocidos y familiares. El Larra, suele festejar durante siete días; y así ha sido desde que cumplió los primeros cincuenta años de su andar por estos caminos de Dios y los hombres, por lo que ya se aproxima a su vigésimo cuarta edición del evento.
En una “jornada” se pasa revista a lo vivido, se recuerda a los amigos que ya no están y a su memoria se invoca el futuro. Esta vez “la jornada” es para homenajear al percusionista Elio Revé y a su orquesta que cumple sesenta años. Así de sencillo, la Revé cumple sesenta años de fundada y, a diferencia de otros empeños, se ha hecho hincapié en este aniversario cerrado. A mi memoria no acuden los festejos por “el medio siglo” o “la media rueda”; tal vez porque no estaba presente o simplemente porque no tuvo el oropel con que se está festejando esta.
De todas formas, el asunto va en serio por los sesenta, y a ellos se han volcado todas las energías, las golosinas, los aplausos, la serpentina (¡oh la memoria!) y los mejores invitados; y como se trata de una orquesta, qué mejor presente de cumpleaños –mejor que el cake—que un disco e invitar a todo el que le pueda echar voz.
Sin embargo, propongo antes de hablar de voces y otros diretes apostar a la memoria; muy al estilo de mi amigo Ariel Larramendi, y alzar algunas copas entre una y otras anécdotas.
Quienes vivimos los años ochenta del pasado siglo tuvimos, entre otras, tres grandes experiencias inolvidables: haber asistido a las escuelas al campo; disfrutar de una trilogía de aventuras inolvidables –Enrique de Lagardère, Los comandos del silencio y Tierra o sangre—y por último; no final, haber visto debutar en el Latinoamericano a Omar Linares, Lázaro Vargas y Javier Méndez, todos sin apenas peinar bigotes y escuchar en los finales de cada ining a una orquesta donde los cantantes “tenían una voz de vieja en los coros” y que se fue pegando en el gusto de los seguidores de la bola.
Eran los tiempos en que ser Industrialistas, Santiagueros, Veguerianos o de otro equipo, generaba enconadas batallas verbales plenas de respeto hacia el contrario. Sin embargo, el Latino “se ponía caliente” cuando jugaba el equipo de Guantánamo que no era de los preferidos, pero tenía la particularidad de que sobre el banco de primera se situaba la Orquesta de Revé; la misma que el sin par Mariano Suárez había colocado en los primeros planos de popularidad desde su banco de musicalizador “at vitae” del gran evento deportivo nacional.
Sí, fue Mariano Suárez quien devolvió al gusto del bailador cubano a la Orquesta Revé, fue su amistad con “el viejo” la que hizo que descubriéramos a Alfonsito, al Padrino y a Valentín, cuyas voces estaban acopladas al estilo del coro de la Sonora Matancera y que soneaban de lo lindo con frases como “… a mí no me toquen campanas…, … qué cuento es ese…”, entre otras que se pierden en la memoria.
Revé era para mi generación y las anteriores el hombre en cuya orquesta había recuperado su orgullo, parte de la música bailable en los sesenta; quién no recuerda aquello del “changüí 68 y 69”; o lo que es lo mismo la llegada de Juan Formell a lo bailable en la música cubana después de haber hecho carrera con la canción filinesca, los boleros y algún coqueteo con el pop. Tras aquella aventura tendríamos Van Van y posteriormente Songo.
El viejo Revé era un sabio en eso de encontrar talentos y dejar hacer a los músicos que le acompañan. Después del “affaire” Van Van, vendría en los setenta otro desprendimiento de su orquesta que se conoció como La 440 y que traía en sus atriles nombres como el de Germán Velazco, entre otros no menos ilustres.
Pero en los ochenta, Revé deja el piano y la dirección musical en manos del talentoso Juan Carlos Alfonso, quien desde el piano devolvía el orgullo a esa cosa llamada “montuno” y que convertía a los trombones en la fuerza de choque de la orquesta.
La vieja charanga se había transformado, tal vez por la influencia del sonido neoyorkino, tal vez por la exigencia de los tiempos; y aquí coincide este movimiento armónico y tímbrico en tiempo y espacio con el emprendido por Formell. Con la diferencia de que los trombones de la Revé estaban bajo la influencia del sonido de orquestas como la venezolana Dimensión Latina o del colombiano grupo Niche, o tal vez de los santiagueros del grupo Karachi. Eran una novedad dentro de la música bailable de aquellos tiempos e influirán en otros formatos que aparecerán en los años ochenta (recuerden a La Banda Meteoro fundada por algunos ex Revé).
El Charangón había vuelto a los primeros planos de la popularidad entre los bailadores en los años ochenta y desde ese momento hará una carrera de éxitos ininterrumpidos, de una estabilidad solamente amenazada con la salida de su pianista (fue a hacer su proyecto al que puso Dan Den), pero sin perder la esencia y la personalidad que ya la había definido.
Trombones, tres y la forma muy particular de hacer sonar la paila Revé, definirán una historia que este 2016 comienza a festejar sesenta años y de regreso al estudio convoca amigos.
Ha comenzado una jornada más de solidaridad con la música cubana, con el changüí específicamente.
Ahorita les cuento, de qué van el rumbón y el disco.
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