Es aquí, justamente, donde se impone empezar a hablar de Rosa Beatriz, la hermana mayor de las Abreu Arencibia, a quien habíamos dejado atrás.
La familia Abreu, como tantas encumbradas de la época, tenía a bien pasar largas temporadas en París, donde la colonia cubana crecía a lo largo del siglo XIX con una fuerza destacable. En una de las ocasiones en que Rosa Beatriz, recién enviudada y con 34 años, acompañó a su madre a tratarse una afección pulmonar, conoció al célebre profesor de Medicina Jacques Joseph Grancher (1843-1907); se enamoran y se casan apenas un año después, por poder (1) y en Sevilla, el 9 de noviembre de 1879. Desde ese momento la mayor de las Abreu adopta la ciudadanía francesa y se dedica a colaborar en la profesión con el esposo, quien fuera, además, ayudante y amigo de Louis Pasteur.
La joven Rosalía Abreu, hermana menor que los visita muy a menudo, empieza a codearse con el mundillo intelectual de los médicos, naturalistas, biólogos, antropólogos y demás científicos que dedican parte de sus estudios a las investigaciones sobre el cáncer y la tuberculosis, y comentan las posibilidades de verificar las teorías de Charles Darwin. Además de conocimientos y habilidades, el acercamiento de la muchacha a este ambiente le proporciona matrimonio: se casó con el eminente doctor e investigador Domingo Sánchez Toledo (1860-1918) (2) el 23 de julio de 1883, en La Habana, y aunque el enlace se malogra años después (3), le dejó el legado de cinco hijos y una saga que ahora no es pertinente contar.
Gracias a todas estas relaciones, Rosalía Abreu tuvo apoyo e interés profesional a la hora de elaborar su experimento, establecida ya en su Quinta Palatino, de La Habana (4): entre varios profesionales, pueden mencionarse el Dr. Luis Montané, cubano; el Dr. Mann, de Hamburgo; también estadounidenses como el novelista T. Everett Harre, miembros de la Universidad de Yale y del Instituto Carnegie; a través de esta última institución, el Dr. Robert Yerkes, quien viajó en 1924 a La Habana y analizó durante varios meses lo que él consideró “el experimento antropológico más grande jamás realizado”. Como resultado de sus observaciones vieron la luz dos libros: Almost human (1925) y Chimpanzees (1943), los cuales recogen las experiencias obtenidas en Las Delicias sobre inteligencia, vida emocional y expresiones, habla y otras formas de lenguaje antropoide. La colección de monos, por su importancia, fue filmada en 1928 en cooperación con el Departamento de Antropología de la Universidad de Harvard, a fin de completar la serie de películas didácticas de esa institución.
Rosa Abreu y Joseph Grancher vivieron en varias casas parisinas, entre ellas la de la rue d´Anjou, y la rue Beaujon; y situaron su residencia campestre en Cambó, muy al sur de Francia, colindante con el País Vasco. Esta última es la de mayor interés para lo que les quiero narrar.
Se trata de una vivienda diseñada al estilo tradicional de la localidad, construida en 1897 e inaugurada en febrero de 1898. Aunque denota el poder adquisitivo de sus moradores, no es lugar de lujo como Arnaga, la casa que edificara en 1903 su vecino y amigo más cercano, el poeta Edmond Rostand.
Por su cercanía a los baños termales y el apropiado clima para el tratamiento de infecciones respiratorias, Rosaenia -es decir, “la Casa de Rosa”- fue convirtiéndose en sitio obligado de reuniones, tanto profesionales como de placer. Tampoco es de fácil acceso; aún hoy día, cuando está convertida en un hotelito para aquellos que desean pasar un tiempo de sosiego y descanso, y aprovechar los beneficios de los baños de agua sulfurosa y del agradable ambiente, se hace necesario acceder a través de un camino poco concurrido y en consecuencia no muy viable.
Afortunadamente, sus inquilinos actuales decidieron conservar el inmueble lo más ajustado posible a la época de los Grancher, sobre todo porque tuvieron la suerte de heredar, junto con el alquiler de la casa, buena parte del mobiliario. De manera que cuando el visitante se incorpora al lugar, descubre vivir un pedacito del ayer, abigarrado y fantástico.
Sin embargo, lo que la población recuerda con más ahínco no es precisamente el tratamiento médico a que eran sometidos los enfermos más críticos, ni las temporadas de descanso que restituyeron la salud a tantos; tampoco la visita de personalidades de la talla de Sarah Bernhardt o Edmond Rostand, ni la acogida a jóvenes médicos cubanos para coadyuvar a su formación… sino la presencia de tres elefantes de quienes, según denuncias dirigidas al Ayuntamiento, “los bramidos no dejan dormir en las noches”. Tal declaración no hace otra cosa que reforzar una leyenda, ya de por sí mantenida mediante la presencia de piezas decorativas con el tema de los paquidermos, platanales por todo el entorno y una definición popular: Rosaenia, la Casa de los Elefantes.
De manera que, en tan lejano rincón del mundo, de nuevo el apellido Abreu y los animales se enlazan para dar de qué hablar.
La historia puede ser contada así: entre las más allegadas amistades de los Grancher-Abreu, se nombra al séptimo Maharajá de Kapurthala. Digamos, a propósito, que este Maharajá tuvo amplísimo quehacer social fuera de la India, y entre otros méritos le fue otorgada la Gran Cruz de la Legión de Honor de Francia, el Gran Cordón de la Orden de Nilo, y la Gran Cruz de las Órdenes de Chile, Perú, Marruecos y Cuba, para lo cual viajó a nuestro país por los años 20, pero de este asunto aún las referencias localizadas son sólo las de un viaje personal a la mansión de Palatino, porque tuvo con Rosalía Abreu una –digamos- amistad muy especial.
Por tal motivo, y teniendo en cuenta el gusto de la cubana por los animales, hubo de regalarle la tríada de paquidermos que permanecieron en Cambó, y se cuenta que un cuarto, llamado Jumbito, fue trasladado hacia La Habana, pero murió en el trayecto debido a las vicisitudes del viaje en barco en medio de la Primera Guerra Mundial… Aunque hay quien asegura haberlo visto entrar desde el Muelle de la Bahía de La Habana hasta la barriada de El Cerro, con comparsa y tambores detrás, y pasear su enorme corpulencia por los jardines de Palatino
Como Rosalía no siempre estaba en Cambó, ni era tan conocida socialmente como su hermana Mme. Grancher, ha sido ésta, Rosa Beatriz, la que ha cargado con el mito de ser quien mantenía como mascotas a tres vandálicos elefantes, insaciables comedores de plátanos, para los cuales hubo que sembrar esa fruta por doquier.
Eso es lo que se dice, se cuenta y la gente lo comenta…
Como se aprecia, de las primeras y más sanas intenciones de las Abreu con los animales, otra bien diferente versión guarda el patrimonio oral. El caso es que ambas, con sus historias fascinantes y enrevesadas, acreditan el título de este trabajo.
Hasta aquí he podido conducirlos a algunos resultados a través de un laberinto de entrevistas, búsqueda en prensa periódica y especializada, dispersos datos oficiales, cartas y documentos manuscritos o publicados; he tenido a mi favor, además, la ayuda de colegas, amigos y sobre todo el infinito aguante de mi familia.
Buena parte de la información apresurada que ustedes han tenido la paciencia de leer no hubiera podido ser compilada sin el apoyo y el amor de la familia Abreu, que desde muy disímiles puntos del planeta se ha mantenido al tanto de cada detalle, y atenta y solícita ha permitido que me incorpore, como una más, a su contexto privado.
Notas:
- Grancher se encontraba convaleciente en Saint-Jean-de-Luz, Francia, y envió a un procurador en su lugar.
- Miembro de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, Chevalier de la Legión de Honor en Francia y Caballero de la Real Orden de Carlos III, entre otras distinciones. El Dr. Sánchez Toledo era considerado el médico preferido de la colonia hispanoamericana de París.
- La pareja se separa definitivamente en París -donde se habían radicado- en 1896.
- Rosalía Abreu y sus hijos dejaron París en 1898, y tras breve tiempo en Estados Unidos, donde dejó estudiando a los niños, se establece en Cuba alrededor de 1899.
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