Daylene Rodríguez: la fotografía a través de paisajes “de extremos voluptuosos”


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En la reconocida artífice cubana del lente Daylene Rodríguez Moreno (Cárdenas, 1978), se cumple la frase de la reconocida escritora, novelista, directora de cine y guionista estadounidense de origen judío, Susan Sontag (nacida como Susan Rosenblatt, Nueva York, 1933-2004), quien en 1977 afirmó: “El fotógrafo es una especie de versión del caminante solitario que explora, acecha, y recorre el caos urbano; es el viajero que descubre la ciudad como un paisaje de extremos voluptuosos. Es adicto al placer de mirar, conocedor de la empatía, el ‘flâneur’ 1 que encuentra que el mundo es pintoresco”.

En la contemporaneidad la fotografía marcha al ritmo de la vida misma y aparte de las infinitas imágenes con las que los aficionados diariamente invaden las redes sociales, existen numerosos fotógrafos profesionales que han alcanzado trascendencia nacional e internacional a través del ejercicio de un arte devenido testigo y ensayo gráfico de la realidad, mediante el cual no solo se interesan por captar la hermosura del mundo que les rodea, sino además buscan que sus composiciones promuevan la reflexión en torno a situaciones críticas o deriven en significativas aportaciones al conocimiento de la sociedad sobre diversos temas, entre estos los políticos, los geográficos, los históricos, los deportivos, los existenciales y los culturales.

Entre esos destacados creadores que, cámara en mano, apuestan por que la realización de cada instantánea suya se convierta en algo inesperado para los ojos y la conciencia del observador, se encuentra Daylene, una fémina que con la llegada del nuevo milenio se entregó, “contra viento y marea”, y con extrema pasión, a la fotografía, género que le ha agenciado varios premios en distintos salones de artes plásticas y con el que ha participado en las últimas cuatro bienales de La Habana; entre estas la más reciente, con una colateral titulada Disonancias estacionarias, con la cual dejó inaugurado su espacio expositivo Open Studio, que tuvo sonado éxito entre sus colegas, críticos, artistas y público.

En esta exhibición —aún abierta al público— presenta una antología que resume su quehacer artístico de los últimos 10 años, mediante el cual puede corroborarse que para Daylene la fotografía se sintetiza como una metáfora de la vida a través de disimiles individuos (niños, adolescentes, jóvenes y ancianos), en tanto deviene constancia del sujeto colectivo, para en última instancia convertirse en imagen del mundo.

 

 

Series como Otras memorias del subdesarrollo, Aliento de cenizas, Coexistencia, Confinamiento, Después de la tormenta,  El amor en tiempos de Coronavirus, El mundo de Karoline y El rincón de la fe, se introducen en ámbitos públicos o privados, revelación de segmentos  de la sociedad insular, en los que la virtuosa creadora asume como premisa esencial “descubrir qué veo, cómo lo capto y cuándo lo muestro”. De tal modo, ella hace que su trabajo sea reconocido como arte y patrimonio cultural, con un valor incalculable, tanto por la belleza artística de su lenguaje compositivo como por el carácter documental de cada obra.

Rodríguez Moreno logra registros fotográficos que presentan personas, lugares, momentos y cosas del universo en que vive,  
manipulados a través del obturador de su máquina para conseguir la forma más efectiva de comunicación con los espectadores. Ella hace suya, con énfasis, la sentencia de que “una imagen vale más que mil palabras”, interesada en que su arte devenga memoria visual, portador de un vasto compendio de información; de ahí su gran responsabilidad social como cronista de su tiempo.

Muchas de las fotografías exhibidas en Disonancias estacionarias fueron tomadas en la calle, interés que sitúa a la artista como reconocida exponente del arte bautizado como street photography (fotografía urbana), al congelar momentos que se producen por azar en lugares públicos, cuyos protagonistas pueden ser animales domésticos, personas y otros elementos que pasan inadvertidos a nuestro alrededor o que no suelen ser fotografiados a menudo y que ella convierte en sorprendentes discursos con fuerte expresión lírica.

Esta amigable mujer formada en medio de un entorno rural y doméstico, desfavorable para alcanzar su ambiciosa meta, lega para la posteridad trabajos que igualmente constituyen revelaciones con marcado sentido humanístico, muy cercanos al fotoperiodismo.

Su fatigosa incursión en la fotografía tuvo que lidiar con incomprensiones, celos y la difícil tarea de educar a sus dos hijas que en la actualidad, ya adolescentes, igualmente incursionan —con notable entrega— en diferentes manifestaciones del arte: Jennifer, la mayor, estudiante en la Academia de Arte de San Alejandro, e Isabella, sorprendente bailarina, alumna de la Escuela Nacional de Ballet. Ambas estuvieron en la apertura del Open Studio; la primera incorporada a la muestra Disonancias estacionarias con algunas de sus más recientes obras pictóricas, y la otra a través de un impecable performance en el que hizo gala de sus conocimientos técnicos y destreza danzaria.

Orgullo y placer maternal que igualmente hacen posible que Daylene logre componer muy bien escenas en las que sus experiencias personales igualmente trascienden en peculiares e inspiradores discursos que requieren del observador una enjundiosa mirada que le posibilite encontrar todos los detalles y matices logrados mediante un encuadre que favorece, amén de su contenido filosófico, disímiles conexiones visuales.

A su creación toda, permeada de enorme potencial pedagógico, vinieron a unirse varias valiosas series realizadas durante el tiempo de aislamiento debido a la pandemia. Entre estas Isabella en Confinamiento “que habla de cómo mi hija pequeña que estudia Ballet lidia con el encierro imponente debido a la Covid-19; Coexistencia, que es un proyecto sobre la realidad experimentada por muchas personas mayores de edad y su vulnerabilidad a este flagelo que aún azota al mundo. También hice El rincón de la fe, que documenta la peregrinación popular al santuario de San Lázaro el pasado 17 de diciembre en pleno apogeo de la epidemia; y El Mundo de Karoline que surgió el pasado verano cuando estuve de visita en la finca familiar en Matanzas en la casa donde han vivido cinco generaciones de mi familia”, dijo la artista.

Su obra, que forma parte de la Colección del Consejo Nacional de las Artes Plásticas, integró la exposición Rodando se encuentran, llevada a Shanghai, China; en tanto ha sido adquirida por coleccionistas, galeristas e instituciones culturales de Estados Unidos, China e Italia, y ha sido publicada en revistas, catálogos y libros de Arte; asimismo recientemente fue seleccionada por la Fototeca de Cuba para formar parte del Portafolio Fotofest.

“Considero que me encuentro en una etapa de desarrollo y crecimiento. Me siento con la madurez y la capacidad para comprender más la fotografía y el arte”, enfatizó la emprendedora fotógrafa, cuyo Open Studio, ubicado en la calle Basarrate número 157, entre San Rafael y San José. Plaza de la Revolución, bien vale la pena visitar.

En francés, “paseante”


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