Danza y cultura cubanas


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Envueltos como cada año en la Jornada por la Cultura Cubana viene al caso hacer recorrer aquellos que fundaron nuestra nación danzaría, uno de sus valores culturales más reconocidos al nivel mundial.

Al hablar de trascendencia de la danza para nuestra cultura habría que comenzar por el siglo XIX, crisol de nuestra nacionalidad, donde si bien no puede hablarse de una concreción en los tiempos coloniales, nacen en manifestaciones como la contradanza criolla, las apropiaciones de las influencias africanas de los rituales religiosos en formas como la rumba y aportes transculturados en la danza y el danzón.

Fanny Elssler en sus visitas a Cuba

La curiosa presencia de negras esclavas en el cuerpo de baile de Fanny Elssler en sus visitas a Cuba pueden aportar los primeros atisbos circunstanciales de “ballerinas” nacidas en nuestro suelo, fenómeno concreto en el siglo siguiente, donde el son, la conga, el mambo y el cha cha chá saldrían de nuestras fronteras como embajadores de una cultura completamente cubana.

Sin embargo, a esa consolidación de una cultura nacional danzaría le faltaba una representatividad escénica profesional. Bailadores populares –de esos que abundaban y abundan en nuestro país– se aventuraban a presentarse en espectáculos llenos de buenas intenciones más que con aspiraciones profesionales, en los clubes de las playas del Marianao habanero y en espectáculos ocasionales en teatros como el Martí o el Alhambra, sin descontar los shows eróticos del teatro Shangai, con sensuales bailarinas semi desnudas… o completamente en “trajes de Eva”, pero que –no caben dudas– hicieron historia en la danza espectacular cubana.

En las primeras tres décadas del siglo XX, con las academias para la enseñanza de la danza, algunas figuras comienzan pálidamente a copar los espectáculos revisteriles o acompañando las novedosas funciones de cine. Surgen creadores a manera de coreógrafos como Sergio Orta, Julio Richard, Henry Bell o Roderico Neyra, quien con su pseudónimo de Rodney elevaría la danza en el cabaré cubano a verdadero referente cultural.

 

De estas academias, no preparadas para formar profesionales, emergerían los primeros pilares de nuestra danza profesional: los hermanos Alberto y Fernando Alonso, Ramiro Guerra, y el paradigma de nuestra danza toda, ALICIA ALONSO.

Si bien se conocía el ballet, no fue hasta que los Alonso, de los primeros danzantes profesionales cubanos… ¡en el exterior!, decidieron cumplir su destino patriótico y traer sus experiencias en los mejores centros de la danza académica del mundo, de Europa y los Estados Unidos, a su isla autóctona para sembrar las semillas del ballet cubano, algo poco pensable en tiempos que primaban las Mulatas de fuego, las Mamboletas, las rumberas cubanas en el cine mexicano, que si bien formaron un estereotipo de la danza cubana, no dejaron de aportar una imagen entre popular y profesional al movimiento danzario que acompañaba las partituras de Pérez Prado y Enrique Jorrín.

Si bien Alberto Alonso se asomaba a la fusión de “lo culto” y “lo popular” en atrevidos proyectos como el ballet Antes del alba en 1947 o en viñetas para espectáculos como La guagua, El solar, La rembambaramba, Sergio Orta se asociaba a David Lichine y el Original Ballet Ruso del Coronel de Basil para producir Congo pantera en el exótico ambiente del recién inaugurado cabaré Tropicana en 1940.

La clásica Leonela González imponía el arte de las puntas en la pista de este centro nocturno junto a los Reyes del mambo Ana Gloria y Rolando, como lo fusionarían Elena del Cueto, Sonia Calero, Juliett o Mitsuko en el teatro y la incipiente televisión de los cincuenta.

Con la creación del Ballet Alicia Alonso en 1948 se iniciaría de modo centralizado esa apropiación de la literatura danzaria universal con el nuevo talento nacional: emergían figuras en el ballet académico como Dulce Wohner o Enrique Martínez; Fernando Alonso experimentaría esa cubanidad en el ballet en la Academia Alicia Alonso y la reflejaría en la compañía encabezada por la gran estrella internacional, ni rusa ni inglesa, CUBANA, que podía interpretar la locura del romántico Giselle de igual modo que el suicidio de Chela en Antes del alba, asesorada por un rumbero de la playa de Marianao. Esa estrella alabada en Europa y Estados Unidos era el reflejo de la cultura cubana, aun bailando El lago de los cisnes, Coppélia o La fille mal gardée… o las novedades de Apollo, Fall River Legend u On Stage. Su nombre es castellano… su estirpe cubana: ALICIA ALONSO.

Pero entre los términos franceses del ballet llevado al “cubano” y las novedades danzarias cubanas bailadas en las boites y salones internacionales, un cubano descubre una nueva forma de moverse que ya se había establecido en los Estados Unidos: Ramiro Guerra, miembro emergente del Ballet Ruso de Montecarlo, descubre la danza moderna de Martha Graham, y como hicieran los Alonso, la trae a su país natal. Solo, desatendido por los gobiernos, incomprendido, Ramiro impone la nueva forma con su propio cuerpo y talento, pero solo después del triunfo del pueblo en 1959 se asume oficialmente su empeño y aparece el Conjunto Nacional de Danza Moderna, que se inaugura con títulos como Mulato y Mambí, y le siguen Suite yoruba, Orfeo antillano, Medea y los negreros donde no solo los títulos aportan signos de una cultura danzaría nacional: el movimiento grahamiano se contorsiona con las caderas y los hombros, el piano se sustituye por los tambores batás, y los intérpretes son blancos, mulatos y negros, cuerpos cubanos que Ramiro esculpe con su energía incansable, amén de haber querido cercenarla, esa que persiste en una escuela cubana de danza moderna y una técnica que responde al ajiaco que produce nuestra cultura transculturada.

Con la llegada del pueblo al poder también aquellos bailadores que sostuvieron la danza en cabarés, espectáculos, revistas musicales, televisión y cine van finalmente a acceder al mundo profesional. Santiago de Cuba toma la delantera al fundar el Ballet Folklórico de Oriente en el mismo año del triunfo y para 1962, con el etnólogo Rogelio Martíne Furé y el coreógrafo mexicano Rodolfo Reyes se abre el camino del Conjunto Folklórico Nacional de Cuba, que se estrena en el Gran Teatro, la regia sede de las más importantes producciones escénicas en Cuba, ahora al servicio del arte del pueblo, que pronto llegaría a conformar un verdadero entramado académico con la creación de las Escuelas de Arte y la conformación de otros proyectos profesionales de danza adscritos al Ministerio de Cultura, organización que protege y financia el desarrollo de la danza nacional con verdadera y científica política cultural.

No solo la presencia profesional valida nuestra danza como: las Casas de Cultura, el Movimiento de Artistas Aficionados, los festivales y fiestas populares en los que la danza se enseñorea para resaltar la idiosincrasia del cubano, que no aprende a bailar porque nace bailando, pero que gracias a los objetivos de preservar ese legado de Alicia, Fernando, Alberto, Ramiro, Furé, Rivero, Nieves Fresneda, Alfredo O´Farrill, Lizt, Osnel, Veitía, Humberto Medina y sus Guaracheros de Regla, Fernando Medrano y su Compañía Folklórica Camagua, Santiago Alfonso y su Compañía Experimental del Espectáculo… de tantos hombres y mujeres, bailarines y coreógrafos… y diseñadores y músicos e investigadores… tantas facetas que han hecho de la danza cubana uno de los elementos más identitarios de la cultura que estamos celebrando en estas jornadas.


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