Allá por los años 80, cuando me acercaba al mundo de la literatura infantil cubana, conocí en la editorial Letras Cubanas a una persona excepcional en su imaginación y trato. Pese a la presumible aridez de la redacción que coordinaba entonces (Teoría y crítica), Daisy Valls era una amante de los libros para niños y no casualmente, poco tiempo después, su barco levó anclas hacia Gente Nueva, la casa especializada en estas edades. Daisy, me fue presentada por Alina Castellanos y Olga Marta Pérez, también del mundo editorial, y de inmediato surgió una afinidad entre ella con mi esposa Galia y conmigo. Recuerdo que nos escapábamos largas horas para su hogar en la calle 23 y B y allí hablábamos de lo humano y lo divino. Inexperto, imberbe literario y descuidado como era yo leía mis primeros textos, y Daisy con una paciencia infinita hacía acotaciones, sugerencias, críticas que me hicieron ver que la literatura era más inspiración y oficio que casualidad o magia, al menos la bien escrita. De una larga conversación emergió de mi mente, gracias a ella, La vieja foto, el título de una novela que entonces trabajaba y que gracias a Gente Nueva esperó veinte años para ver la luz al fin por la editorial Oriente en el 2008. Daisy hacía potajes que llamábamos “tomillar” pues tenían sus dosis de esa yerba prodigiosa nombrada tomillo y nos iba hilvanando capítulos, secuencias oníricas, alucinaciones estilísticas de un excelente libro que ahora nos proponemos publicar en Gente Nueva, sí, tantos años después… un día, acabado de nacer nuestro hijo, supe que Daisy ya no estaba, pero en mí se quedó su recuerdo, envuelto en la bruma de lo entrañable e inasible, como si la viera por primera vez en el monte de las yagrumas sirviéndonos a todos sus amigos, en su tranquilo e íntimo apartamento de antes, aquella dulce esencia de tomillar que tantos bríos nos diera para seguir viviendo. Hace poco supe de ella por Marta, la entonces eficiente divulgadora de Gente Nueva y fue como viajar en el tiempo, revivir la euforia que significó para muchos un libro tan bello en todo sentido como El monte de las yagrumas, reverdecer una vieja y evocada amistad y constatar, otra vez –y por fortuna– que la vida tiende abismos a veces infranqueables, pero a la vez, que contra ellos el ser humano ha inventado los puentes… esta pudo ser una de aquellas tantas conversaciones, sostenida dos décadas después por el e-mail, con la misma pasión y el cariño de aquel entonces…
¿Existe para ti una literatura infantil?
La literatura infantil existe, tiene sus propias especificidades y requerimientos, sus objetivos y funciones, y hasta un público (o varios niveles de público) a quien se le dirige. En ella caben los libros propiamente dirigidos a los niños, y también aquellos textos que no fueron escritos para la infancia pero que los niños disfrutan. Pero hay que diferenciar entre los libros de uso didáctico o moralizante y la literatura para niños y jóvenes. Para que los niños puedan disfrutar la lectura es importante que esta les proporcione entretenimiento, placer y diversión, además del conocimiento del mundo que los rodea, de ahí que en el mundo moderno existe mayor preocupación por el interior del niño, qué piensa, cómo siente, cómo puede proyectar sus preocupaciones y vivencias.
¿Qué piensas de la infancia?
La infancia es un producto único, irrepetible. Un jardín con laberintos que al doblar de la esquina puede sorprendernos tanto con aciertos como con desaciertos, con adquisición de destrezas como con la pérdida de las habilidades y, sobre todo, con los errores que pueden dañar la personalidad. Durante la infancia se desarrollan la manera de percibir el mundo, la fijación de los hechos en la memoria, la forma de razonar acerca de los eventos que van llegando del exterior. La infancia es el período en que el ser humano es como una esponja; absorbe pero tiene huecos por donde pueden escapar sus componentes positivos, y en este vacío podrían alojarse los malos hábitos y la conducta nociva que se desarrollará en el futuro ciudadano. Por eso es importante la literatura infantil pues mediante ella el niño la aprehende los valores socioculturales y se viabiliza su inserción en la cultura propia. Mientras más disfrute sus lecturas el niño podrá enriquecer su vocabulario y manejar eficazmente el lenguaje, lo cual conduce al desarrollo de la inteligencia. De ahí la importancia que tiene la atención al niño y el especial cuidado que se debe tener en la selección de sus lecturas.
En tu concepto, ¿los niños leen hoy día más o menos que antes?
Tengo la impresión de que ahora se lee menos, y no solo los niños. Pero históricamente, el nivel de lectura de los niños ha ido en ascenso. Comienza con la aparición y auge de la escuela y, por tanto, de los libros de texto, las cartillas, los abecedarios, etc. Pero ya en el siglo XIX la literatura para niños tiene su clímax, y aquí debemos mencionar a José Martí, quien fundó, dirigió, y escribió La Edad de Oro. En la medida en que el niño fue siendo objeto de atención a sus necesidades emotivo-intelectuales, esta se corporeizó en los libros pedagógicos y de currículo, pero también dio cabida de manera muy especial a los textos literarios para estas edades. Pero actualmente, por el alto desarrollo tecnológico que permite que los juegos en la computadora y la programación televisiva ocupen demasiado tiempo en la vida del niño, ya sí podemos empezar a preocuparnos. Por dos razones: La primera, porque el niño consume su tiempo de lectura frente a estos aparatos; la segunda, porque el niño puede “ingerir” productos que dañen su desarrollo síquico y emocional. Pero no hay que hacerle la guerra a la tecnología, sino aprovecharla en sus dones y resultados positivos, que los tiene con creces. Hoy por hoy la Internet es la mejor aliada de alumnos y profesores, pero nunca la sustituta del maestro. Sobre el libro on line, para mí no tiene el mismo “sabor” el libro que sostienes en tus manos y el que lees en la pantalla de la computadora. El libro en mis manos es como la extensión de mi cuerpo, me pertenece, con él puedo establecer una relación profunda. No me sucede así con la lectura on line, pues la computadora mantiene una distancia, un intervalo de lugar entre ella y mi yo. Quizás esto me sucede porque fui editora de libros por veinte años y, como dice la canción, “un viejo amor ni se olvida ni se deja”.
¿Qué piensas del tono que deben tener las historias para niños?
Para lograr una mayor expresividad a su obra todo autor tiene una forma específica de decir, de manifestar su pensamiento por medio de la palabra, de hacer que se entienda lo que dice utilizando el lenguaje connotativo. El autor sugiere, pero da claves para que su mensaje llegue a su destinatario y se establezca la comunicación con el lector. En la relación emisor-receptor (autor-lector) el tono de una obra tiene que ver con una mayor comprensión por parte del lector. Desde mi punto de vista, esto es válido para todo tipo de literatura, incluida la literatura para niños y jóvenes.
Se suele decir que en cada libro que se escribe va un gran porcentaje de la personalidad del autor. ¿Eres tú parecida a alguno de los personajes de tu obra?
En Mi última clase yo soy la maestra, el aula que describo es la mía, la clase que imparte la señora Valle (Valls) yo la había impartido dos semanas antes de escribir el cuento. Pero donde más hay de mí es en El cuento del tomillar, un cuento en prosa poética para el lector juvenil.
¿Cómo concibes idealmente a un autor para niños?
Concibo a un autor de literatura para niños igual que a un autor de literatura para adultos. No creo que haya barreras entre uno y otro, y ambos deben tener un alto nivel de exigencia, imaginación fértil, perfeccionismo y disciplina, entre otras cualidades ideales. La diferencia entre ambos puede estar en la intención de la obra. Y en que la literatura para niños se condimenta con una dosis de pimienta pedagógica que no tiene por qué ser evidente, y con un buen sentido del humor.
¿Reconoces en tu estilo alguna influencia de autores clásicos o contemporáneos?
Podría hablar de mis preferencias, de las lecturas que me han impresionado, de tantos y tantos autores cubanos y de cualquier parte. ¿Preferencias, confluencias, influencias? Todas las lecturas dejan huellas, rastros que pueden continuar o descontinuarse, confluir o influir. Pero no siempre el autor se percata de ello. Por eso prefiero que otros hablen del asunto.
¿Cuáles fueron tus lecturas de niña?
En mi primera infancia no hubo libros literarios. Pero eso sí, leí todos los “muñequitos” que cayeron en mis manos, las vidas de santos, entre las cuales destaco a mis preferidos Santa Teresa y San Francisco. Las tiras cómicas de los periódicos alimentaron mis domingos en Cueto, y coleccioné los álbumes de postalitas de cualquier tema. Por cierto azar cayeron en mis manos unos ejemplares de la revista argentina Billiken que me pusieron en contacto con la belleza. Su lectura me hizo sentir algo diferente, un placer que antes no había experimentado pues tenía en mis manos unas excelentes páginas. En el verano de 1953 tuve al fin mi primer libro. Lo encontré sobre una pila de guano de murciélago, sucio y roto, en una casa de curar tabaco en la finca de mi abuelo: La Edad de Oro de José Martí, edición del Centenario. Nunca supe a quién perteneció el ejemplar ni cómo llegó allí, pero desde entonces su autor me acompaña. Pero a los quince años mi sensibilidad tomó sus cauces y empecé las lecturas literarias. Esas primeras lecturas fueron dispares, nada metódicas, nada juveniles y sí algunas muy para adultos. Todo en la misma olla, como nuestro ajiaco.
¿Cómo insertas tu obra dentro del panorama actual de la llamada literatura infantil de tu país?
Me parece que más importante que lo que yo pueda enunciar al respecto sería la opinión de críticos y especialistas en el género, así que dejo la tarea y, como dicen los niños, paso.
¿Qué atributos morales piensas que debe portar consigo un buen libro infantil?
Un buen libro infantil debe contener los atributos morales que definen a un ser humano. El amor y el respeto por el ser humano, por la familia, por cada miembro de la sociedad, son relevantes. También debe cultivar la inteligencia y hacerle entender al niño que tiene deberes y derechos. Pero, ojo, esos hilos deben estar muy bien ensamblados, adecuados y dosificados en la urdimbre.
¿Podrías opinar de la relación autor-editor?
Es una combinación que nada tiene que ver con el aceite y el vinagre pues en este caso el autor y el editor se complementan y ambos encuentran la mayor riqueza de expresión cuando el texto original, ya preparado por el editor, pasa a manos del ilustrador. Es el trinomio perfecto, la relación tripartita que puede hacer del libro para niños una obra de arte.
Si tuvieras que salvar solamente diez libros de un naufragio, ¿cuáles escogerías?
En la literatura para niños y jóvenes hay libros realmente hermosos, pero se trata de salvar diez de entre los preferidos. Así que aquí tienes mi lista: Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll; El principito, de Antoine de Saint-Exupèry; Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez; Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift; La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson; Tom Sawyer, de Mark Twain; Pinocho, de Carlo Collodi; Peter Pan, de J. M. Barrie; Me importa un comino el rey Pepino, de Christine Nöstlinger. Y entre los autores cubanos, Cuentos de Guane, de Nersys Felipe.
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