La combinación de belleza, inteligencia y una posición ética basada en la idea del bien, no suele ocurrir con frecuencia en un solo individuo. Esa es razón más que suficiente para agradecer la posibilidad de tener noticias de personas así.
Hay cualidades que se reciben por herencia genética. Otras se forjan en el seno del hogar materno. Otras están en la sociedad en que nos tocó vivir, en el tiempo y lugar de nuestra existencia. Sin embargo, cada individuo es responsable de qué hacer con lo recibido.
En última instancia, cada criatura es el arquitecto de su propia vida. Las decisiones que vaya adoptando conformarán la imagen de la materia que recibió junto al don de ser y estar.
Somos el producto de causas y condiciones muy diversas, pero dotados de la capacidad de asentir o disentir, de aceptar o rechazar, de elegir. Claro que cada decisión tendrá una consecuencia. Se trata de un proceso de causa y efecto que va eslabonando el devenir.
Como seres sociales condicionados históricamente disponemos de antecedentes y paradigmas referenciales a los que vamos sumando los resultados de nuestra propia praxis, de nuestra experiencia práctica personal.
Sabemos que la vida es un maravilloso milagro, por calificarla de alguna forma desde nuestra ignorancia. Y el ser parte de ese milagro, aunque sea por un brevísimo instante, es un don más extraordinario para el que hay solo una respuesta sensata: amar y agradecer.
Es muy difícil que recibamos todo lo que deseamos en nuestra vida simultáneamente. Es muy difícil que podamos ser depositarios de todas las virtudes. La vida destruye con la misma fuerza que construye. Tiene luces y sombras. Todo forma una comunión de cosas opuestas en las que unas existen gracias a las otras. Solo en el punto medio de los extremos se halla el equilibrio, pero este no sería sin ellos. El movimiento es la manera de existir de la vida que conocemos, de la materia y la energía. Cada individuo no es más que un punto dentro del torrente innumerable. ¿Qué es un hombre en relación con el universo que lo incluye? Sin embargo, a pesar de su condición minúscula y efímera, ese puntito que somos siente impulsos demiúrgicos, anhela competir con lo que lo ha creado y, ciertamente, recrea una parte de su realidad y la de otros, contribuye a la recreación permanente que el género humano hace de sí, para mejor y para peor, para cambiar la vida, para que la puesta en escena de la que hablaba Shakespeare no se detenga.
Somos hijos del pasado humano y padres del futuro. Pero no somos ni pasado, ni futuro: somos solo presente. Vivimos en y para el tiempo que nos tocó y en él arde nuestra llama y se quema nuestra esperma. El poeta Rilke decía que su vela estaba encendida por ambos extremos. Buda pedía que cada cual fuera como una antorcha ardiente. De José Martí es lo que sigue: “Hombre es algo más que ser torpemente vivo: es entender una misión, ennoblecerla y cumplirla”.
Gracias a las posibilidades de comunicación de la radio y la televisión, recibí en mi hogar los mensajes de dos cubanas que me llevaron a las reflexiones anteriores. Ambas curiosamente entrelazadas porque sus mensajes me llegaron con apenas veinticuatro horas de diferencia.
De la primera, Teresita Fernández, queda su voz. Entrevistada en fecha que no puedo precisar, habló de su vida con desenfado, se definió como una maestra que canta, dijo que su vocación, mayor aún que cantar al amor de forma única, insondable, era cantar para los niños, dignificando lo más humilde, lo más pobre, lo menospreciado, envolviéndolo todo en un amor sublimado, protector y salvador, sin odio ni temor, sin resentimiento. Un limpio amor de cristiana y de cubana. Escuché de sus vínculos con las hermanas Martí, dúo memorable, voces de patria y de buen gusto, y Bola de Nieve, sensibilidad y talento de arte bueno. Oí también, en sus propias voces, cómo la elogiaban altos nombres de la cultura cubana como Cintio Vitier, Fina García Marruz, Luis Carbonell, Esther Borja y una hermosa décima en honor a Teresita del poeta y periodista Waldo González López. El programa se transmitía por Habana Radio.
Al día siguiente fue, casualmente, la presencia de la directora de Habana Radio, esta vez como entrevistada, en el programa Con dos que se quieran. A Magda Resik me refería al comienzo de esta nota. Sus palabras fueron una lección de ética periodística: honestidad, veracidad, respeto al otro, disposición cotidiana a aprender de los demás, compromiso con la sociedad y la nación, que son la parte de la humanidad en la que nos tocó nacer y que, contribuyendo a levantarla, ayudamos a la elevación del todo. Ideas expuestas con la sencillez de la convicción, de quien ha entendido una misión y ha decidido ennoblecerla y cumplirla.
Qué dicha ser contemporáneo de personas que aman y fundan. Personas que confirman lo que ya Martí nos había enseñado: “En este mundo no hay nada de verdadero más que la nobleza y la hermosura. Créese virtud, créese arte”.
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