En 1895, al mismo tiempo que en Ecuador triunfó la Revolución Liberal Radical que llevó al poder a Eloy Alfaro, estalló en Cuba la guerra de independencia contra el coloniaje español, cuyo proceso inicial remonta a 1868, cuando Carlos Manuel de Céspedes condujo el primer intento liberador. En la segunda independencia el alma de la revolución fue José Martí (1853-1895); pero la lucha resultó mediatizada por la intervención de los EEUU que, en pleno proceso de expansión imperialista, quiso apoderarse de la isla, declaró la guerra a España y ocupó Cuba hasta 1902, haciéndose, además, de Puerto Rico, Guam y las Filipinas. A Cuba se le impuso la Enmienda Platt que, incorporada en la Constitución de la naciente república, otorgó a los EEUU el “derecho” a intervenir en los asuntos cubanos, cuando lo consideraba necesario.
Apenas llegado al poder, Alfaro respaldó la lucha cubana por su independencia, envió una carta a la regente María Cristina, preparó una tropa para enviarla a Cuba en apoyo a su causa y convocó un congreso continental americano a realizarse en México, para tratar ese tema, al que adhirieron la mayor parte de gobiernos latinoamericanos. Ese congreso fue boicoteado por los EEUU, de manera que en agosto de 1896 solo asistieron 8 representaciones. Sin embargo, dicho cónclave aprobó un contundente documento que no solo cuestionó la creciente política expansionista de los EEUU, sino que acordó la necesidad de sujetar la “Doctrina Monroe” a un verdadero derecho internacional americano, que impida su utilización arbitraria, unilateral e intervencionista. Fue la primera vez que los países de América Latina hicieron un claro pronunciamiento antimperialista.
Por su parte, Cuba, convertida en una especie de “república neocolonial”, sufrió una nueva intervención norteamericana directa en 1906 y después, en las siguientes décadas, intermitentes amenazas e injerencias, que permitieron a los EEUU contar con distintas dictaduras y gobiernos a su servicio, incluyendo al sanguinario dictador Fulgencio Batista (1952-1958). Para esta época, las mayores inversiones y propiedades cubanas estaban en manos de empresas norteamericanas (particularmente azúcar y petróleo), sobre el 70% del comercio exterior se realizaba con los EEUU y Cuba se había convertido en el paraíso de la corrupción, los casinos y juegos de azar, los prostíbulos más famosos, las playas para ricos, los encuentros de la mafia, en medio de una sociedad atravesada por la pobreza y la miseria, el analfabetismo, la desocupación, la superexplotación laboral, las visibles desigualdades, el caos y la descomposición institucionales, la carencia de soberanía y la ruina de su dignidad.
Es comprensible que en tales circunstancias haya estallado una nueva lucha revolucionaria, que reivindicando la gesta independentista y a José Martí como su inspirador, bajo la conducción de Fidel Castro -en una lucha que reviste características de novela- haya logrado su triunfo el 1 de enero de 1959, para instaurar un gobierno popular y antimperialista. La Revolución Cubana inauguró una era de cambios radicales y efectivos, que también afectaron los intereses de los EEUU, que prontamente reaccionaron para tratar de impedir un camino que se les escapaba de las manos.
De manera que, desde la década de 1960 hasta el presente, Cuba ha vivido sobre dos procesos históricos paralelos: de una parte, la construcción del socialismo de estilo cubano; y, de otra, las políticas de los EEUU para detenerlo y revertirlo.
Contrariamente a lo que se cree, gracias al socialismo Cuba pudo superar las condiciones existentes antes de 1959 y avanzó en un sistema orientado por el bienestar colectivo, con impresionantes logros en la provisión de servicios públicos universales en educación, salud, medicina, seguridad y destacado fomento de la cultura, el deporte y la ciencia. Para los EEUU, en cambio, la Revolución Cubana se convirtió en verdadera pesadilla. Lanzaron contra ella la guerra fría en toda América Latina, iniciaron represalias en 1960 y el “embargo” desde 1962, acompañado de permanentes amenazas, conflictos e injerencias.
Paradójicamente, fue el derrumbe del socialismo en la Unión Soviética y los países de Europa oriental, el que afectó seriamente el camino revolucionario. Para Cuba representó un golpe histórico brutal, pues casi el 85% de su comercio externo dependía de la URSS y sus vínculos habían sido protectores. De modo que el país entró en un “período especial” bajo el cual, durante el primer lustro de la década de 1990, la economía se derrumbó, los servicios públicos sobrevivieron con enormes dificultades y en la sociedad se generalizaron las carencias en bienes, incluso con serias limitaciones en la provisión de alimentos y grave falta de productos básicos para la vida cotidiana, lo cual incubó crecientes inconformidades. Cuba experimentó las repercusiones del bloqueo, en tanto el “anticastrismo” internacional y particularmente el de Miami, alentaba el derrumbe del sistema, el fin de la revolución y el ingreso de Cuba al mundo de las naciones “libres”. Pero Cuba supo sortear semejantes condiciones, impulsó una serie de reformas económicas incluso para favorecer ciertas formas de propiedad privada, inversiones extranjeras y particularmente el auge del turismo, que permitieron remontar las dificultades.
También el mundo comprendió la magnitud, la injusticia y el agravio al derecho internacional que ha significado el bloqueo estadounidense y, en consecuencia, desde 1992 la Asamblea General de las NNUU ha votado, anualmente y en 28 ocasiones, por el fin del bloqueo, algo que volvió a repetirse en 2021, con 184 votos a favor frente al voto en contra de los EEUU e Israel. Solo el presidente Barack Obama (2009-2017) intentó abrir nuevos rumbos con Cuba, avanzando en el establecimiento de representaciones diplomáticas, y además viajó a la isla, un hecho histórico. Pero el sucesor, Donald Trump (2017-2021), desconoció todo acuerdo anterior y reforzó el embargo, activando totalmente la ley Helms-Burton (1996), bajo la cual tomó 243 medidas para asfixiar la economía cubana, incubar así la explosión social y con ello encaminar el derrumbe tan anhelado de un régimen que por 60 años no pudo ser subordinado a los intereses de los EEUU ni a su geopolítica. Lo peor ha sido que, en medio de la pandemia del Coronavirus, el bloqueo reforzado agravó las carencias ya existentes, provocando que Cuba viva, en estos momentos, condiciones iguales o peores a las que tuvo cuando se derrumbó el socialismo. Aún así, Cuba ha logrado manejar los riesgos de la pandemia y ha producido vacunas anti Covid que ningún otro país latinoamericano ha desarrollado. Otra vez más, ha sido el socialismo de tipo cubano el que ha permitido atender los graves problemas de la economía, la ausencia de bienes y recursos, la estrangulación de los servicios sociales y la búsqueda de mejores condiciones de vida para la población.
Desde luego, hay una serie de cuestiones que se suman y advierten cuando la crisis se desata: algunas medidas económicas equivocadas, burocratismo, centralismo, corrupciones que escapan a los controles, privilegios de algunos sectores sociales o partidistas, mercados paralelos, aprovechamiento de recursos estatales para la especulación interna, las colas para adquirir bienes diarios, inflación, etc. Todo ello genera disgustos, insatisfacciones y críticas, reconocidos por el mismo gobierno. Sin duda se imponen cambios internos y las nuevas generaciones reclaman mayores aperturas y nuevos ambientes. Pero cualquier solución solo puede provenir, soberanamente, del propio pueblo cubano.
Mientras las pasiones se encienden y las fake news inundan redes y noticieros, todo investigador y estudioso sobre el tema puede comprender que existe una superposición de reivindicaciones legítimas, junto a “protestas” expresamente provocadas. Porque las recientes quejas por la electricidad, las carencias alimenticias o las de medicinas, tienen su raíz final en el bloqueo norteamericano, cuya magnitud se soslaya o se desconoce. En virtud del bloqueo, Cuba tiene exportaciones estranguladas, escasamente puede importar, son sancionadas las empresas norteamericanas que comercien con la isla, están perseguidos los recursos y las transacciones financieras cubanas en el exterior, no es posible el abastecimiento de medicinas ni equipos médicos, así como tampoco contar con repuestos, equipos o maquinaria, son sancionados los barcos que atraquen en la isla llevando petróleo u otros bienes, lo mismo las empresas o personas de otros países que establezcan relaciones económicas con Cuba (sin importar que ello represente medidas de extra territorialidad de las leyes norteamericanas, violando el derecho internacional); están prohibidos los viajes de ciudadanos norteamericanos a la isla, se cortó el envío de remesas (https://bit.ly/3xKsna4); y, finalmente Cuba ha sido puesta en la lista de naciones que fomentan el “terrorismo” en el mundo. En ese marco, su búsqueda de mayores relaciones comerciales con Rusia, China o Venezuela es igualmente condenada.
El bloqueo a Cuba durante seis décadas, de acuerdo con datos oficiales, ha representado para su población un perjuicio equivalente a 147.853 millones de dólares. Solo durante la pandemia los daños alcanzaron 9.157 millones de dólares (https://bit.ly/3rixVGC) una cantidad comparable con el préstamo de “servicio ampliado” que en 2019 acordó Ecuador con el FMI (y otras entidades financieras) por 10 mil millones de dólares. Un estudio del PNUD refuerza el problema del impacto Covid en la economía y la sociedad cubanas (https://bit.ly/36Lk5CQ). Bajo las consideraciones históricas evidentes, es imposible dejar de coincidir con las NNUU, de manera que se impone la demanda universal por acabar con el bloqueo. Solo después sería admisible comenzar a debatir sobre Cuba.
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