¿Cuántos hechos trascendentes pueden ocurrir durante un año?
Ah, queridas comadres; ah, compadres dilectos, si se trata de Cuba, de su historia convulsa y apasionante… pues en el fugaz correr de doce meses puede ocurrir de todo, todo, todo, como en botica.
Sí, por sólo citar algún ejemplo: aquí, en el transcurso de un único año, sucedió que alguien resultó presidente y también lo derrocaron; comenzó el auge de quien sería la más conspicua curandera de la nación; incursionó la tumbadora, por vez primera, en una agrupación sonera... y hasta los cubanos nos metimos de lleno en una guerra que la nación no había declarado.
Claro, hablo del año 1936.
Un presidente fugaz
Hoy nos hemos movido hasta aquel remoto año, cuando el mexicano Gonzalo Curiel está escribiendo la pieza Vereda tropical, como si sospechase que, para todos los tiempos, la iba a cantar nuestro “Tito” Gómez.
Por entonces, asciende Miguel Mariano Gómez hasta la más alta magistratura del país. Ah, pero no iba a ser larga su residencia en Refugio número 1, o sea, en el Palacio Presidencial.
Sí, porque Miguel Mariano, el pobre, “se creyó cosas”, como dice el pueblo de quienes se sobrevalúan.
En efecto: el mando real se hallaba en manos de un bribón a quien llamaban “Beno” en su Banes natal, y después fue conocido como “El Indio” y “El Hombre”. De manera que Fulgencio Batista y Zaldívar puso a Miguel Mariano de patitas en la calle.
La acuática pinareña
Transcurría 1936 cuando Antoñica, alarmada, comprobó que la niña estaba volada en fiebre.
Pero… ¿qué podía hacer ella, miserable campesina hija de isleños, sin un centavo para asistir en su maluquera a la pequeñita?
Después, contaría cómo la Virgen se le apareció, para decirle que curase a la niña con agua, con el agua que a torrentes caía en ese momento de los cielos.
El caso de Antoñica Izquierdo fue sonadísimo en cuanto a la fe popular. De toda Cuba un desfile de peregrinos fluía hacia el humilde bohío de la milagrera acuática pinareña.
Ah, pero Antoñica osó pronunciarse por la abstención electoral, y los políticos la internaron en Mazorra, donde moriría quien confiaba en el agua, como Juana Pérez, su homóloga oriental.
Cuba participa en una guerra no declarada
En ese mismo año, del otro lado del Atlántico ocurre un hecho siniestro que mucha repercusión tendría sobre nuestro archipiélago caribeño.
En España la reacción interna, aliada a lo más tétrico de la política mundial, traiciona a la República.
Aquí los republicanos tendrán masivo apoyo, y un enorme número de nuestros compatriotas pelearán del lado leal en la Península. Allí, en una trinchera de Majadahonda, se derrumbará Pablo de la Torriente, como un coloso irrepetible.
Y… ¿qué más sucedía en aquel ya remoto año? Pues se establece en La Habana Félix B. Caignet -mago de la radionovela-, Lydia Cabrera publica Cuentos negros de Cuba y la tumbadora aparece triunfalmente, por vez inicial, en una agrupación sonera.
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