En la primera mitad del siglo XX cubano, la enseñanza artística o la gestión cultural recaían fundamentalmente en la iniciativa privada de personalidades, asociaciones o fundaciones; mientras que los empresarios privilegiaban las modalidades teatrales, la música y la danza.
El ámbito mediático no era homogéneo; como las industrias cinematográfica o editorial nacionales no eran sólidas, las producciones norteamericanas colmaban nuestro mercado.
El sistema de publicaciones impresas -algunas con alcance regional- y la radiodifusión; propulsaban sus actividades hermanadas con la comunicación comercial, la investigación aplicada y el mercadeo.
En el ámbito electrónico, Cuba gesta el modelo latino de numerosos géneros y formatos televisivos norteños y devino soporte excepcional del arte, la cultura -elitista o popular-, el conocimiento, el pensamiento, la ideología y el consumo cultural del país. Por ello, La Habana devino polo regional de la radio, la televisión y las disciplinas comunicativas, investigativas y mercantiles afines, y concentró en su programación el mayor volumen y diversidad de la creación narrativa, dramatúrgica y musical de la nación.
Las profundas transformaciones sociales acaecidas en Cuba desde 1960, redimensionaron la concepción de la cultura, su gestión y consumo:
Desde este primer decenio revolucionario la multiplicidad de medidas y políticas diseñadas provocaron una verdadera revolución cultural. Entre tantos ejemplos recordemos:
- El pujante sistema mediático comercial -al tornarse estatal- reconvirtió sus prácticas y contenidos en servicio público con la misión de informar, formar, enseñar y elevar el nivel de sensibilidad y cultura de todos los cubanos; aspirando a la cobertura total en toda nuestra geografía.
- La maquinaria artística- económica-simbólica del sistema publicitario nacional se resiente con la nacionalización de las entidades foráneas y la eliminación de los mensajes con fines comerciales en la programación radial-televisiva; que anulan los roles productivos y promocionales de importantes firmas, gestores de comunicación, investigadores y anunciantes.
- La Campaña Nacional de Alfabetización elimina el analfabetismo en un año; se expande y crece el sistema de enseñanza y su acceso universal y gratuito; se funda la red de editoriales, instituciones culturales, museos e institutos especializados en cinematografía y radiodifusión; Escuelas Nacionales de Arte y el Movimiento de Aficionados al Arte en todo el país.
En lo sociocultural, entre tantos aportes: se combate la discriminación racial o económica, se promueve la incorporación masiva de la mujer al trabajo, superación y defensa que hoy fructifica en su altísima participación en el Parlamento, la educación, el arte, la ciencia, la gestión empresarial y la diplomacia. Gradualmente, un novedoso cuerpo jurídico vela por la infancia, la adolescencia, los sectores más vulnerables y toda la familia.
Este gigantesco proceso de cambio generó otras miradas, percepciones y prácticas culturales. Con el paso del tiempo logramos:
- Más de un millón de graduados universitarios con acceso gratuito al post-grado y pre-grado científico, decenas de centros de investigaciones históricas y culturales; innumerables grupos artísticos y un monumental sistema de radiodifusión de bien público.
- La magna restauración patrimonial estatal en todo el país, rescata opulentas instalaciones, colecciones y preserva una parte significativa de nuestro singular entorno arquitectónico.
- Celebración regular de La Bienal de La Habana; -especializada en las Artes Plásticas contemporáneas- las Ferias del Libro en La Cabaña, Festivales de Cine Latinoamericanos y de teatro que convocan multitudes.
Durante 56 años, la Revolución no solo ha transformado radicalmente el entorno sociocultural sino que ha multiplicado las expresiones culturales y su acceso.
No obstante, nuestro consumo cultural actual no siempre se apropia en la proporción esperada de este reservorio material, espiritual y patrimonial. Cuando las piezas del rompecabezas parecen no encajar, nos preguntamos: ¿Por qué las prácticas y el consumo cultural académico más elaborado no constituyen el plato fuerte del tiempo libre de la mayoría de los cubanos?
El Período Especial -cuyo impacto cultural aún no hemos ponderado en su totalidad- cambió muchas cosas. A las redes y actividades creadas se sumaron proyectos comunitarios sustentados en la cultura popular que resultó una vía económica para rescatar la identidad y facilitar el acceso inmediato de los públicos. Los cambios acaecidos en nuestro privilegiado sistema cultural fueron comprensibles.
La conmoción económica deprimió disímiles prácticas culturales: el hábito de leer, la visita a museos, exposiciones plásticas; al ballet, los conciertos, las bibliotecas o las obras teatrales, recitales de poesía; etc., que gradualmente dieron paso a otras tendencias del consumo.
En La Habana -y en menor medida en otras provincias- se mantiene una intensa cartelera cultural enriquecida por las decenas de miles de egresados de nivel superior en arte que cualifican agrupaciones musicales, danzarías, teatrales, las artes plásticas o los espacios dedicados a las artes escénicas, la música o a la artesanía.
Sin embargo, la economía doméstica parece marcar el derrotero:
La asistencia a discotecas o espectáculos en los teatros poseen tarifas privativas para una familia trabajadora; situación que tratan de paliar proyectos gratuitos en los barrios más humildes como los de Silvio Rodríguez y las orquestas más famosas.
Al margen de la vasta infraestructura y gestión cultural del Estado cubano durante 56 años, parece instalarse una tendencia de consumo cultural que privilegia a la cultura popular -en particular, el universo audiovisual generado por la industria cultural foránea-.
Su consumo –generalmente doméstico-, prefiere el amplio catálogo proveniente de Internet, la televisión vía satélite o el paquete informático donde producciones sustentadas en la tecnología, millonarias inversiones y efectos especiales -inaccesibles para los simples mortales- no siempre resultan sinónimos de excelencia y generalmente, induce a desplazar o anular a la televisión nacional y a nuestros circuitos cinematográficos o artísticos.
Aunque muchos arguyen que esta avidez se justifica por la inexistencia de televisión vía satélite o cable en nuestro país, por nuestra condición isleña o por nuestra cultura occidental; estos aspectos no son convincentes. Si bien carecemos de muchas cosas tampoco olvidamos que en otros órdenes, somos privilegiados.
Si, el nuevo siglo genera nuevas circunstancias, tecnologías, prácticas culturales, imperativos, estéticas y discursos pero ello no puede ser incompatible con nuestra realidad concreta.
Pasará mucho tiempo para que esta Cuba bloqueada por más de 50 años con un mercado informático o de telecomunicaciones inexistente, deficitario o privativo; la mayoría de los segmentos poblacionales posea los recursos masivos para sustentar esta variante de consumo.
La paradoja radica es que en este entorno económico cobre auge una modalidad sustentada en las nuevas tecnologías; que algunos intenten generalizar como paradigma de la modernidad y como patrón del consumo cultural de todos los cubanos.
En este entorno, nuestra población envejece. Cerca del 20% de los cubanos alcanzaron la tercera edad y sufren de una u otra forma, la limitación de su actividad social fuera del hogar y muchos son graduados universitarios y profesionales en activo o jubilados que súbitamente vieron cercenadas sus prácticas culturales.
En el resto de la población -niños, jóvenes y ciudadanos maduros con óptima capacidad física- también imperan las limitaciones objetivas propias de un país sub-desarrollado y asediado.
Hasta que no logremos otros niveles de desarrollo socio-económico, la proyección de la política cultural cubana debe hacer coexistir los paradigmas, miradas o prácticas culturales novedosas con la calificación de la Radio y la Televisión siguen, la principal fuente del consumo cultural nacional.
Porque en nuestro mundo terrenal, todo el mundo cuenta.
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