Los años 40 del pasado siglo fueron, sin lugar a dudas, una etapa convulsa para el mundo, marcada por la mayor contienda bélica de la Historia, donde se borró la línea divisoria entre civiles y militares, con el uso de las armas nucleares y el intento de eliminar a toda la población judía, el Holocausto; un escenario que propicia, además, el inicio de llamada Guerra Fría.
Cuba, además del reflejo de esa situación mundial en todos los ámbitos, tiene como doloroso añadido la frustración de la Revolución del 30 y el descontento popular frente a los desmanes, la corrupción administrativa, el gangsterismo y la violenta represión contra el movimiento obrero y campesino –entre ellos y sobre todo los de ideas comunistas– de Ramón Grau San Martín en su segundo mandato.
En este contexto, un 6 de septiembre de 1945, entra Fidel Castro a la Universidad de La Habana. Gracias a las posibilidades económicas de su padre, había terminado dos meses antes el bachillerato en el Colegio de Belén, y matricula dos carreras al unísono: Derecho y Ciencias Sociales y Derecho Diplomático.
Fue un estudiante aventajado y polifacético: de las cuatro notas que podían obtenerse (aprobado, aprovechado, notable y sobresaliente), su expediente académico consigna 48 asignaturas, 12 calificadas con notable y 24 con sobresaliente, entre ellas Antropología, materia de la cual fue delegado; destacó como miembro de la Comisión atlética, en la cual practicó fútbol, pelota, baloncesto y atletismo. Y entre las actividades políticas, fue designado presidente del Comité Pro Democracia Dominicana y del Comité Pro Liberación de Puerto Rico, evidente preámbulo de lo que llegaría a ser su profunda conciencia revolucionaria en favor de los pueblos de América toda. Desde el segundo año de carrera se vinculó con el Partido Ortodoxo y con varios militantes de la Juventud Comunista.
La histórica tradición de luchas políticas y sociales libradas desde el recinto universitario, el contacto con buena parte de los mejores representantes del pensamiento más avanzado de su época y la propia convicción de la necesidad de un cambio, sirvieron como base de entrenamiento y crecimiento ideológico, uno de los más fecundos periodos de su formación política, la preparación para lo que sería su destino: liderar una verdadera revolución, basada en hondos preceptos martianos, y con profundo respeto al derecho, a la ley y a la salvaguarda de la legalidad para beneficio del pueblo.
Fue la Universidad, en ese momento y siempre, la tribuna imprescindible para dirigirse y confraternizar con los jóvenes, en quienes depositó toda su confianza. Al celebrar los 50 años de su entrada a la Facultad de Derecho, Fidel reconocería ante los jóvenes estudiantes: “Fue un privilegio ingresar en esta universidad también, sin duda, porque aquí aprendí mucho, y porque aquí aprendí quizás las mejores cosas de mi vida; porque aquí descubrí las mejores ideas de nuestra época y de nuestros tiempos, porque aquí me hice revolucionario, porque aquí me hice martiano y porque aquí me hice socialista”.
No es de extrañar, entonces, que fuera la Universidad de La Habana el sitio donde el Líder Histórico de la Revolución Cubana hiciera su última aparición pública, el 2 de septiembre de 2010. Allí, convaleciente después de cuatro años de lucha contra la enfermedad, con su tradicional uniforme verde olivo sin las insignias de su rango, dejó en manos de los jóvenes su mayor anhelo, su legado: la responsabilidad de luchar hasta vencer por la paz mundial.
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