Covid-19: La gran pena de Ángel Silvestre


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El destacado creador de las artes visuales, Ángel Silvestre Díaz Morales (Caimito, Artemisa, 1951), significó que “de poco valen los extraordinarios esfuerzos, en recursos materiales, humanos y mediáticos que realiza el Estado cubano para prevenir la propagación de la Covid-19 en Cuba, si todos no ponemos de nuestra parte. Para esto es imprescindible cumplir las medidas orientadas por las autoridades sanitarias, entre ellas, tal vez las más importantes, mantener el aislamiento social, usar el nasobuco y cuidar un riguroso y recurrente lavado de las manos.

“Para los bautenses –agregó– es una gran pena que en estos momentos nos hayamos convertido en centro de la pandemia, y lo que más duele es que esta situación es producto, precisamente, de la inobediencia, de la peligrosa convocatoria a las reuniones multitudinarias, cuestión sobre las que a través de los medios de comunicación tanto se ha insistido y alertado”, dijo el pintor y dibujante figura emblemática dentro de la producción plástica de ese municipio artemiseño.

Evidentemente contrariado por la indisciplina “que también se observa entre muchas personas, tanto en las colas como en disimiles establecimientos públicos”, opina que “los agentes de la Policía Nacional Revolucionaria desempeñan un significativo papel en esta lucha por la vida, y deben ser más respetados y considerados por todos. Esa fuerza del orden público no puede actuar sola, necesita de la contribución de las masas, pues está comprobado que la expansión de la pandemia encuentra su principal caldo de cultivo en la desobediencia”.

Durante este tiempo de reclusión domiciliaria, este artífice ha dedicado su tiempo a la producción de una serie de dibujos y pinturas recreados en la protección individual contra el nuevo Coronavirus, la cual se inserta dentro de su prolífico y onírico universo de cubanía. “Bestiario” de negros, mulatos y blancos desenfrenados por el sexo, la ironía, el doble sentido, la sátira y el humor costumbrista, extraídos de las más profundas fibras de nuestra idiosincrasia insular. Bajo el fogoso sol del Caribe, él pinta lo visible y lo etéreo para que podamos vernos, percibirnos, hallarnos y hasta dolernos de la risa.

En sus más recientes trabajos, entre los que sobresalen los relacionados con el uso del nasobuco, entreteje falacias y verdades, donde lo que parece es y lo que es no parece, donde la realidad insinuada la promulga el espectador, quien, en última instancia, es el responsable de las lecturas malditas, de los malos (o buenos) pensamientos que percibe en estas piezas…

En estas exploraciones iconográficas, como en toda su obra precedente, rastrea sus personalísimas obsesiones. Y al consagrar sobre el lienzo o la cartulina sus intensas soledades lo hace, además, adentrándose en su entorno, con el fin de mostrar personajes del color local, insinuados o fehacientemente reflejados en sus trabajos.

Silvestre remueve nuestra geología interior, buscando lo condenado, lo proscrito, lo perverso, los bajos fondos… En ellos halla simpáticas y alucinadoras vetas de inspiración, que luego disfrutamos mediante un entretejido de pérfidos desciframientos humanos, en los que el poder del ritmo y de lo sensual anida delirios por el goce y lo erótico; asuntos que, aunque no únicos, preponderan el barroquismo de su producción iconográfica. Tales sortilegios del pensamiento humano solamente pueden ser originados por la absoluta libertad con que este hombre siempre ha creado y ha trascendido más allá de las fronteras de la isla como latiente exponente del auténtico humor criollo.

También diseñador, ilustrador y destacado promotor cultural, este buen amigo es fundador del evento Botella al mar, como parte del Festival Internacional de Poesía de La Habana, amén de sus febriles colaboraciones con el Proyecto Imagen.

De formación casi autodidacta, alegre, enamoradizo y querido hombre de su pueblo, Silvestre comenzó sus primeros pasos en el mundo de las artes visuales durante su infancia en la localidad de Guayabal, bajo la tutela de quien fuera su primer profesor, el excelente y escasamente conocido pintor y escultor Ricardo Gómez Amador. Poco después, en la adolescencia y juventud, estudió dibujo técnico y arquitectónico –de donde le viene ese convincente dominio del espacio–, entre otras especialidades menos acordes al arte, pero enriquecedoras de su experiencia personal.

Y digo que es “casi” un autodidacta –condición que él se adjudica–, porque, además de los estudios anteriormente mencionados, hay que subrayar su admisión, en 1975, como educando de la muy selectiva Academia de Artes Plásticas San Alejandro, donde fue avezado alumno hasta que dos años después, en 1977, el deber patriótico fue más fuerte que el deseo personal de satisfacer su gran pasión por el arte: entonces se marchó a cumplir misión como combatiente internacionalista en Angola.

A través de sus iconografías reiremos y también reflexionaremos, con imágenes emergidas de la pincelada libre y picaresca, de la contagiosa armonía de las manchas, las líneas y los colores.


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