Esto es una declaración
pública de amor.
Necesito explicarte para explicarme, y te escribo… Te escribo, y siento como si sostuviera una cuerda, la sostengo por un extremo mientras el otro se pierde en la noche que cae.
Tú eres el Hombre que vives al borde de su mirada provocando el orgasmo de mi espíritu. Yo… Yo, solo te miro.
Necesito explicarte —aunque el saber es tuyo, y mío el desconocimiento— por qué la noche no cae: porque la noche no es más que una marea, y caer niega la lentitud de la marea; porque una marea, aunque violenta siempre es lenta, como voluptuosa, y uno quiere dejarse hundir, y otro quiere que alguien quiera dejarse hundir.
Es de noche, me libero de convenciones —lo irreal, lo real—, me libero de comprobaciones: ¿Qué hay que probar cuando llega la noche / y el sueño con su rocío y el rumor que vuelve y abate…?
Necesito explicarte para entender por qué. Sabes, es de noche y releo a Lezama en la búsqueda, por demás inútil, de una respuesta… Es de noche —te dije— y hoy me dejo hundir en su marea, permito que me arrastre, me olvido de los libros y te escribo.
Divago como de costumbre, se trazan en la mente imágenes que confundo con la realidad. Necesito explicarte por qué.
Tu presencia me acompaña como una sustancia no definida, ¿una sustancia poética? que me mira y me reta a la respuesta ¿de qué?, y yo no tengo más respuesta que otras imágenes indistintas, perdidas en un cosmos de fantasías desmedidas.
Hay un sobrepasamiento, la imagen vence a la naturaleza, la deshace y la crea —y la recrea— y me pierdo en la noche.
Necesito explicarnos. Es preciso que tú entiendas de qué se trata, ya que no puedo explicármelo yo a pesar de ser tan sencillo, como las verdades complejas, que lo son precisamente en su sencillez. Es algo que…
No es lo que pasa y que sin voz resuena. / No es lo que cae sin trampa y sin figura, / sino lo que cae atrás, a propia sombra…
Y me inunda la pena, una pena del tamaño de la eternidad que acompaña y desluce la amargura / de lo que cae, pero que nadie nombra…
Como esa sombra que cruza tu frente, como una sombra sobre el muro, se asoma a tus ojos —imagino— y siento que de alguna forma estás y me alarmo, me asusta pensar que puedas contemplar mi silencio y la confusa flora de mi desarmonía.
Es tan importante que sepas… no encuentro la palabra entre los rumores que aletean en mi mente, como abejas de apariencia y desvarío, y los rechazo, uno a uno, todos, mientras mis pensamientos me recorren, y yo intento seleccionar la palabra, la precisa para explicar… y un nuevo rumor sin fin solo presencio.
Mi boca, nacida de tu vientre, te nombra y muerde tu nombre, y sonrío cuando imagino que —en ese instante— te sorprendo con un espasmo genital que te recorre como un estremecimiento de guitarra. Después despierto, me ahogo en las ilusas cisternas del entendimiento…
No es real, se escapa la razón… Si estuviera dentro del límite de las nadas razonables no podría soñar: ¿Por qué debe soñar la razón? Y cómo podría soñarte así de razonable, cómo soñarte airoso y esbelto hombre-palma que domina mi paisaje interior y apuntalas las nubes que tantos desean ver derrumbarse sobre esta fabulosa posibilidad de soñarte.
Es preciso que sepas… Esta noche es de luz poquita… La misma pequeñez de la luz / adivina los más lejanos rostros…
La noche es como el mar, un mar envolvente, violeta, que añora el nacimiento de los dioses: noche insular con jardines verdinegros, reino de tu presencia imaginada mientras yo busco una expresión: ¡Quién pudiera, a tu igual, apropiarse del sentido de la palabra!
Me aferro a la noche porque no es más que una marea de sorpresas sobre otra marea lejana posible y sobre otra marea posible de vibración secreta que solo el detenimiento sorprende…
Y lo único que quiero es que las sorpresas se cierren en una espiral que traiga la noche-playa a mi habitación, y la extienda a tu cama… Que esta breve marea en que me convierto te lama de un solo golpe, y me lleve por mi sueño a tu insomnio y lo haga nuestro, y me tienda tu mano —esa sensual mano posible— que reconoceré sin comprobaciones, que no será desconocida porque tu palabra estará detrás de ella como un miedo escondido dentro de mi miedo ante la ausencia de la mano -tu mano, la única la posible.
Soy vulnerable, llega la lluvia con un trotico aleve, es el momento de convocarte a la palabra, la tuya, irremplazable, palabra única que marca el ritmo universal de la respiración y florece en cada pausa, y siembra, y crece, y extiende la respiración que vence lo que se oculta, y nos completa porque tu cuerpo entero está detrás de tu palabra —la posible no escuchada— que fija la mano nocturna y llena el vacío por lejanía mientras respiro la noche descubriendo tus secretas e íntimas metamorfosis convirtiéndote en pez solitario —supongo— que ya no tiene afanes de amigarse, que se pierde en una red en busca de la soledad —imagino…
Me pierdo ya irremediablemente, no hay regreso, quedo inmersa en la universalidad del coito de la lluvia, y a sus menudas preguntas sobre la tierra les anudo la mía. Y salen en danza de febril enmascaramiento, como hojas despedidas / hacia el centro de tu ciudad / rendida…
En el aire gracioso, ligero, se dibuja tu boca quieta, mi antojo, mi impaciencia, y me rescato sonriendo ante el pueril esfuerzo de resguardarse entre un enmarque blanquinegro que la destaca y convida la avidez de mis ojos.
Para no despertar el alba traía la lluvia… No quiero despertar de nuevo sin respuestas, le agradezco la lluvia al amanecer…
Necesito explicarte, necesito entender.
Solo encuentro respuestas sin preguntas. Es que yo creo en la infinitud de la posibilidad y elijo el riesgo de vencer el determinismo de la naturaleza, reconstruyéndote en incesantes respuestas que doy al viento, que también se extiende, magnético y pleno, en busca de tu sensibilidad de animal hablador, derriba la imposibilidad del acto, atraviesa todas las recurrencias de la noche-oleaje, nos libera del tiempo negado en el sueño: un viento intentador de lo imposible como mi mano en busca de tu mano —la única posible— en lo lejano.
Son respuestas que aguardan tus preguntas, palabras que aguardan la señal de una mustia hoja de oro.
Y tu intocable lejanía será vencida por la resistencia de la mano sobre la mano, que no reconoce destinos, y sembrará para ti la poesía de mis soledades como complemento desconocido para vencer la pesadumbre que soportas sin resistirte, sin hacer una pausa —intuyo…
Entonces, como una flecha sin parábola, como coordenada tal vez posible entre mi insignificancia y tu desmesura estelar, como cuerda únicamente sostenida por un extremo, extenderé un ruego-no-por-Casals que te llegará a pesar de la inutilidad de las otras extensiones posibles —la noche, la respiración y el viento magnético— porque lo sembraré en ese extraño lugar pitagórico llamado el alma de la estrella.
Será el descubrimiento: soy quien te acompaña sin hablar; soy el oleaje reducido, angosto, acogedor, de la noche que no cae, sino que envuelve, lame, posee, enriquece, completa, extiende tu respiración al ritmo universal en ese viento capaz de unir, más allá de todas las columnas, todas las puntas magnéticas, relacionables o no…
Detendrás tu diligencia y será el asombro: estas aguas en calma, aleteantes, sin artificios, aguas que barrerán temor y angustia, te dejarán un temblor leve, un temblor apenas perceptible: ese que anticipa el vuelo del animal hablador elevándose sobre falsos simbólicos espacios centrados.
Sabrás entonces que tu cuerpo ha madurado a mis caprichos: muéstrame la piel cansada y brillará en su desnudez a mi reclamo, en este otoño de aguas tan hirvientes.
Por favor, se va la lluvia y se lleva la noche. Por favor, que ya amanece en otra instancia de la realidad: ven, atraviesa todas las recurrencias, libéranos del tiempo negado en el sueño. Será una fiesta innombrable, / un redoble de cortejos…
Necesito que sepas, necesito saber… es una urgencia, se termina la visibilidad del sueño. Recuerda: en el sueño habitábamos la misma pradera…
Cómo anticipar la excusa, cómo entender antes que otros, cómo aceptar que me he perdido a voluntad en la palabra de Lezama, buscar respuestas no es más que otro pretexto. ¿Lo entenderías, aún sin saber por qué?
Por estos ojos míos han pasado los versos, las palabras, como reflejos de una luz que reconcilia al hombre con sus dioses. Por esto ojos míos que solo saben vencer la barrera encristalada de los tuyos para poseerte allí donde te escondes.
En mi ventana una lánguida nota azul, y nada he dicho. Divago como de costumbre. Estoy mirando tu pregunta favorita…
Llega el día anunciando la calidad tranquila de la luz. Retorna la invisibilidad del sueño, y una solemne brisa la levanta…
Nada más queda la sensación final del rocío: alguien está detrás… Es llegado el momento en que te venzo.
Detrás mío, tú. Soy consciente de ti: te reconozco: tú eres el Hombre que vives al borde de su mirada.
Detrás de ti, yo… Y te regalo el susto: no me reconoces: soy la Mujer que vive de vivirte en su mirada…
Te escribo una declaración pública de amor y es como si estuviera sosteniendo una cuerda, sosteniéndola por un extremo. Estoy aferrada a una cuerda que te busca en la noche y me convierte en única responsable de estas confluencias. Yo sostengo la cuerda, Lezama y tu son inocentes.
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