Un cuarto de siglo después de sus últimos sobresaltos estudiantiles en la Escuela Nacional de Arte, la Galería “Carlos Enríquez” exhibe durante el verano la muestra personal de Jesús Diéguez Fiallo, que le confirma como el creador más prolífico del momento en Manzanillo, en pleno dominio de sus recursos y conocedor de las variadas operatorias artísticas contemporáneas, con una capacidad manifiesta para trascender los estrechos marcos provinciales y dialogar sin complejos ni pérdida de lozanía en el amplio contexto de la plástica nacional.
Representaciones, está abierta al público desde el pasado 18 de junio, día escogido también para el agasajo realizado por sus colegas, amigos y público en general, en la peña El Cocuyo. Feliz iniciativa esta del colectivo de la Galería que ha sorteado numerosos escollos y auténticos desatinos administrativos y burocráticos para ofrecer una oportunidad de re-conocimiento mutuo entre autor y perceptores.
Esta exposición que agrupa doce obras, trasciende las fronteras de la celebración típica de modos y fines “antológicos” para entregar obras acabadas de salir del taller junto a otras conocidas y premiadas en los más recientes salones 10 de Octubre y Julio Girona. Sin recurrir al didactismo ni al carácter museológico de la obligada concurrencia de series ilustrativas de sus años de labor profesional, no se renuncia por ello a destacar las inquietudes creativas anteriores, ni a los paradigmas humanos o artísticos. Se recurre a la cita, al tropo, no a la transcripción de mitos y prácticas, sino la mirada racional que los codifica.
Así proyecta un tipo de relación en la que el autor se exalta como sujeto de la enunciación en lugar de su anterior tendencia a la mediación entre el héroe, en su caso Ernesto “Ché” Guevara o el reflejo pictórico de una visión idealizada y masiva, y el público. Ya no es más el emisario, es el emisor. Pero la figura del guerrillero permanece. En su autorretrato, D. Fiallo, que había transitado por una abundante iconografía hasta llegar al cuerpo inerte del luchador argentino, suprime la imagen del acto final de la tragedia y en su lugar erige la narración escrita de la “apoteosis” de la Higuera.
La escritura, exaltada gráficamente sobre el collage-palimpsesto que conforma el cartel, presentado como una pieza aparte, da pie a la “declaración estética” Apuntes sobre el barroco. Ahí el intertexto se vuelve superficie y transparencia donde al artista se acoge a la obra teórica de Amado Palenque para dar una visión del fenómeno de la que sale el David de Bernini, bosquejado en parte, más como símbolo de una actitud que como logro estético.
Extraña paradoja, las palabras develan la desaparición física del rebelde y la representación simulada de la piedra inerte evoca el movimiento, la rebelión. Aquí no se encuentran otro escorzo, ni los efectos dramáticos de luces y sombras, ni transfiguraciones. Sin embargo, la oposición entre vida y muerte pende sobre la totalidad. La rúbrica, a modo de cuño sobredimensionado, funciona cual pirueta de autor que juega con los relatos históricos del arte universal y desdramatiza la existencia con un tinte irónico.
Pero ese sustraerse a la representación del instante postrero –que al mismo tiempo funge como exaltación del yo– se convierte en escala de medida y/o comparación para otro protagonista del discurso: la muchedumbre, la masa, la horda, la comunidad o el simple y complejo conjunto de individuos aislados entre sí, porque en todas estas formas puede encontrarse en estos muros, ora con rostro, ora en el anonimato de un punto de cualquier color (Multitud, Después de la batalla, Made in Cuba, Homenaje en abstracción para Antonio Vidal, Rostros de una civilización).
Y el autor es parte de esa turbamulta que se reconoce en las heridas y las cicatrices de lo cotidiano-heroico, con su carga de epopeyas lejanas y discursos grandilocuentes, necesidades apremiantes y combates subrepticios por la supervivencia, validados por consenso (Contrabando en el jardín). “La lucha” es la actividad que parece “condenada” a perpetuarse histórica y genéticamente en el entorno donde cobra múltiples acepciones y al que se vuelve una y otra vez el homo cubanus (Reciclando I y II).
Para ello el artista se apropia de objetos comunes de la vida diaria: cajas de fósforos, lápices, una jaba de yarey, una máquina de moler carne, fotografías de carné, un sartén, añade casquillos de balas, saturados de connotaciones pragmáticas unos y proposiciones ideológicas los otros. Rebasa con verdadero horror vacui el límite planimétrico y abarca los bordes laterales e inferiores y superiores de las telas o bien encierra la composición con marco y diafragma impolutos y se vale de elipsis narrativas (Naturaleza muerta) como dispositivos metafóricos y oraculares que garantizan una fuente abierta de nuevos sentidos, por encima de la habitual polisemia.
En las tres salas que abarca la exposición se materializa la trilogía de elementos que, según Omar Calabrese, caracterizan la expresión neobarroca: la variación organizada y el ritmo frenético, potenciadores del proceso perceptivo como eje estructurador de la muestra, en lugar de condicionar la misma a la interrelación morfo-conceptual y cronológica de las piezas entre sí; amén del policentrismo dado en espacios equilibrados visualmente de manera asimétrica que “actúan” con autonomía y al mismo tiempo se encuentran trenzados por las obras o los componentes de ellas que reproducen procedimientos discursivos y significados como ciclos o círculos que se intersecan.
Apoyada en el trabajo de la curadora Elizabeth Palacio Figueredo y el montaje museográfico para el que formaron equipo el propio D. Fiallo, junto a los creadores Abdel Milanés Pérez y Pedro G. Guerra Tamayo, la muestra ofrece un espectro tan variado que incluye además abstracción geométrica, op-art, objet trouvé, pop, con una factura cuidadosa en extremo. Para el visitante ocasional o para el estudioso avisado Representaciones es tanto oportunidad de catarsis como invitación desafiante a volver una y otra vez a construir nuevas lecturas, a disfrutar del juego, a compartir el homenaje.
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