Compañero


companero

Durante mi adolescencia tuve la suerte de conocer de la existencia de una organización juvenil llamada Asociación de Jóvenes Esperanza de la Fraternidad que era la organización juvenil de la masonería cubana. La idea de crear esta rama juvenil fue de un masón, ciego, llamado Fernando Suárez Núñez, a quien rindieron homenaje con un busto suyo que se encuentra en un parque del barrio de El Vedado, el mismo en que, ya en nuestro tiempo, se instaló la escultura de John Lennon.

Como es conocido, los padres de nuestras gestas libertadoras del siglo XIX fueron, en su mayoría, miembros de logias masónicas.

Los masones se tratan entre sí con el apelativo de hermano. En su organización juvenil ocurría otro tanto. Se suponía que todos los integrantes de estas logias eran hermanos de ideales para un mundo mejor en el que imperara la fraternidad en el trato entre los seres humanos.

La organización juvenil, conocida por sus siglas AJEF, estaba integrada por adolescentes y jóvenes de 14 a 21 años de edad. Su composición mayoritaria era de muchachos de familias de trabajadores y clase media de todos los colores de piel que los cubanos podemos tener. Se aspiraba a lograr una sociedad que hiciese suyos los principios de libertad, igualdad y fraternidad y promoviera la solidaridad, el amor al trabajo y al estudio, y los valores del patriotismo vinculado a la fraternidad universal.  Allí aprendimos que no bastaba morir por la patria si fuera necesario, sino vivir para ella, trabajar por ella con la idea de que fuera con todos y para el bien de todos. José Martí era masón.

Recuerdo que en las sesiones o reuniones de la logia, que se efectuaban una vez por semana –de noche entre lunes y sábado y por la mañana los domingos- cantábamos un himno de la masonería cubana cuya letra decía:

Laborando, hermanos, unidos

por la senda de la caridad

lograremos que caigan vencidos

la ignorancia, el odio y la maldad.

De esa estrofa se desprende un contenido ético que resulta cercano a una idea del texto de La Internacional:

El hombre del hombre es hermano,

Cese la desigualdad

Y es que las ideas nobles que el pensamiento humano ha ido logrando en su devenir histórico se vinculan y entrelazan. 

La tradición en los movimientos socialistas y comunistas era tratarse de camaradas. La revolución cubana triunfante el primero de enero de 1959, trajo un tratamiento que fue más allá de los militantes revolucionarios para extenderse a toda la sociedad: compañero o compañera. Y es que la gran mayoría del pueblo se sintió revolucionaria.

La revolución había traído una suma tal de igualdad de oportunidades y respeto para todos que nos sentíamos compañeros en el estudio, en el trabajo, en la defensa, en el sueño común de una sociedad justa, próspera, con suficiente espacio para la felicidad de cada uno. Como compañeros vencimos en Girón y estuvimos dispuestos a inmolarnos durante la Crisis de Octubre de 1962, alfabetizamos a toda la nación, trabajamos con denuedo todas las horas y días que fueran necesarios para el avance de la economía del país, realizamos gestas heroicas en defensa de otros pueblos. Éramos una sola alma, un solo corazón.

Claro que hubo problemas y gente que se corrompió y traicionó; pero eran excepciones. La estrecha vinculación entre la más alta dirección del país, con Fidel como guía y maestro, y el pueblo, resistió todas las pruebas, incluyendo nuestros propios errores.

A comienzos de la década de los noventa del pasado siglo se produjo la desaparición del campo socialista europeo encabezado por la URSS y el país quedó en el borde de un abismo. Pero fuimos capaces de mantener nuestra trinchera cuando mucha gente en el mundo nos daba por perdidos. Sin embargo, a pesar de la resistencia, las nuevas condiciones históricas comenzaron a erosionar nuestro tejido social. Una difícil lucha por la sobrevivencia fue la partera de las nuevas generaciones. Y entonces comenzó a perderse, entre nosotros, el trato habitual de compañeros y resurgieron el de señor y señora junto a una mezcla de apelativos herederos del desusado compañero.

Los muchachos generalizaron el tratarse de asere, como los abakuá, y a los mayores llamarlos con el apelativo familiar de tío, puro (padre en el argot popular), abuelo. Más recientemente escuchamos, con preocupación, a algunos jovencitos llamarse entre sí loco.

Los sustantivos definen la sustancia de las cosas. Son un reflejo de la realidad que nombran.

El pueblo trabajador y humilde encontró sustitutos solidarios frente a la ausencia de la palabra compañero, que permaneció solamente para el trato entre compañeros de trabajo o instituciones, pero no con el casi total empleo social anterior.

No volveremos a tratarnos de tales por decreto. Todo dependerá de hacer las cosas de modo que nadie quede excluido y que cada cubano sienta a los demás como al compañero o al hermano que trabaja junto a él por la obra común, sin falso igualitarismo que no respeta el mérito ni el esfuerzo de cada cual, sino a partir de él, sin soberbia ni arrogancia.

Breve es la vida de un ser humano y debe abrírsele camino a la dicha posible ganada con el esfuerzo.

Recordemos lo que nos enseñó José Martí acerca de lo que debía ser la patria:

Patria es comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas. (1-93)

La patria no es de nadie: y si es de alguien será, y eso sólo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia. (1-179)

Todo lo de la patria es propiedad común, y objeto libre e inalienable de la acción y el pensamiento de todo el que haya nacido en Cuba. La patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos, y no feudo ni capellanía de nadie. (4-239)

 

 

Nota: Las citas de José Martí están tomadas de las Obras Completas publicadas por la Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1875. Al final de cada cita se indican, entre paréntesis, los números del tomo y la página correspondiente.


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