Queridas amigas, dilectos compañeros, comadres y compadres: varias veces me ha sucedido lo del cazador cazado: que me entrevisten.
En una ocasión, el periodista inquirió: “Yeyo, ¿cómo armaste tu libro El habla popular cubana de hoy?”. (1)
Mi respuesta fue tan rápida como un disparo y tan auténtica cual un billete de 20 CUC no trajinado: “Pura cuestión de buena suerte mía. El azar me fue favorable”.
Así sucedió. No había que ser un geniazo ni un fénix de los ingenios para elaborar aquel ladrillo. Era suficiente que la casualidad le fuese a uno propicia. Y enseguida me explico.
Como humilde indiecito taíno llegué a este valle de lágrimas en ese triángulo donde se forjó nuestra nacionalidad – en el decir de Juan Pérez de la Riva –, y mamé, junto con la leche materna, lo que se habla en nuestro Levante. Desde cutara hasta papaya.
Llevo más de medio siglo en La Habana, y conozco los vericuetos con los cuales se expresa el capitalino.
Durante un lustro fui profesor de los dulces homicidas en la Prisión de La Habana – Castillo del Príncipe – y me enteré de la jerga circulante en la “mala vida”, como decía el sabio, don Fernando Ortiz.
Pero eso no fue todo entre los albures capaces de hacer posible que este modesto chupatintas escribiese el libraco.
¡Ah, lomas de mis amores!
Año 1961. El país, renacido a partir de un enero luminoso, anda rebosando indignación. Sí, porque no soportamos el hecho de que un millón de nuestros compatriotas fuesen iletrados.
Y se formó… la que se formó.
Varadero se iba a transformar en centro de entrenamiento y ubicación de los brigadistas alfabetizadores. La Carga de los Cien Mil, que partiría hacia remotos confines. (Diría Saborit en nuestro himno: “… por llanos y montañas/el brigadista va…”).
Afortunadamente, uno podía escoger su destino. Y un puñado de nosotros votamos por la Sierra Maestra. Soberbia opción.
Un sitio, con más de 200 kilómetros de largo, donde jamás vi un mosquito. Donde el agua de los arroyos, vivificante, parece cristal líquido. Y donde, según el capitán – geógrafo Núñez Jiménez –, “hasta el aire es verde”.
Pero no sólo es prodigioso lo que dejó Mamá Natura en aquellas lomas. No, también el habla está cundida de desmesuras.
Allí puede usted encontrarse con el voseo, aunque desnaturalizado: “¿Vais a coméi?”. (Los chivadores, cuando alguno de nuestros compañeros se encaminaba hacia la letrina, le gritaban: “¿Vais a c…ái?”.
A nosotros nos llamaban los maestricos o los abrigadistas.
Tasajo es, como todo el mundo sabe, la carne de caballo acecinada, o sea, seca y salada. Pero por allá se nombra montevideo. ¿La razón? Ah, porque en el embalaje se hacía constar el punto de procedencia, la capital uruguaya.
En la cordillera, una junta es estremecedor hecho de pura solidaridad. Trabajo comunitario no retribuido. Reparar un camino. Techarle al vecino su nuevo bohío. O apoyarlo cuando cosecha el café. Aseguran enterados folklorólogos que es hermosa herencia recibida de los indoamericanos. (En Argentina y Ecuador la llaman minga; en Colombia, convite; en Brasil adjunto o miturao. Los dominicanos comparten con nuestros serranos la misma denominación).
La prángana – serranismo que también se escucha en Santiago – nos salvó a todos la vida. Es un dulce seco y circular que, tras ser deglutido y llegar a un paso de río para ingerir tres litros de agua, te mantiene combativo durante dos o tres días.
Marteño es el gentilicio de quienes son naturales de Martos, en Jaén, España. Y por allá designa a una variedad de aceituna y a una especie de palomo. Pero en la Maestra el marteño es un plátano, destinado a la cocina, y no a ser consumido como fruta. También entre los bananos, allá tienen la que pícaramente nombran negrajuana, cuyo color morado evoca ciertas partes íntimas.
El desplome de una ladera será un degorrumbre, quizás para enfatizar lo catastrófico que puede resultar el evento.
La hospitalidad serrana acuñó un simpático modismo. Cuando un visitante se eterniza, dando el proverbial perro muerto, aunque sean las cuatro de la mañana cuando anuncia su partida, es de rigor pronunciar: “¡Es temprano!”. (Aunque hubiesen puesto una escoba tras la puerta, como supersticiosa maniobra para que se largase el indeseable).
Por allá una toronja, invariablemente, es un grifo. Y uno se rasca la cabeza, con los ojos en blanco, buscando el origen del término. Sí, porque lo más cercano es grape fruit, pero el inglés nunca ejerció influencia por aquellos parajes. Vaya usted a saber…
Un forastero andaba preguntando por la casa de Fulano de Tal. Los lugareños, siempre serviciales, le indicaron que estaba algo más adelante, a mano izquierda del trillo, junto a una tumbita. El visitante se afanó en vano buscando una cruz, una lápida, una inscripción mortuoria. De regreso al punto de partida le explicaron, entre risas, que una tumbita era un pequeño terreno talado, donde habían tumbado los árboles para sembrar café.
En efecto: la Maestra es provincia lingüística aparte. Y mi librejo hubiese sido producto no terminado si yo no hubiera trotado por aquel lomerío paradisíaco.
Nota:
(1) Editorial de Ciencias Sociales. Tres ediciones. Recibió el Premio de la Crítica en su primera convocatoria, con un jurado presidido por José Antonio Portuondo.
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