Los cubanos somos un pueblo mestizo. Nuestras raíces están en cuatro continentes; aunque todos los seres humanos, según las opiniones científicas vigentes desde el siglo XIX, surgieron en lo que hoy es África.
La península ibérica fue considerada durante mucho tiempo el extremo más occidental de la tierra, cuando se creía que esta era plana. Todavía un accidente geográfico de la península lleva el nombre de Finisterre, el “fin de la tierra”.
La gran aventura iniciada por Cristóbal Colón bajo el auspicio de los reyes de España, en 1492, dio lugar al comienzo de una nueva era: la globalización del mundo.
Como Iberia era el fin de la tierra hasta allí emigraron gentes de muchas etnias europeas que, finalmente, se unificaron en un solo Estado bajo el poder de los reinos unidos de Castilla y Aragón, quedando Portugal como reino independiente. Los musulmanes, árabes y moros del norte de África, llegaron a ocupar la mitad sur de la península durante siete siglos, justo hasta el dominio de los reyes católicos de Castilla y Aragón. Esta breve referencia nos muestra el carácter multiétnico de quienes conquistarían y colonizarían casi la totalidad del continente americano.
Cuando los españoles comenzaron la conquista y colonización de Cuba, habitaban en ella por lo menos tres grupos étnicos distintos. Entre españoles y aborígenes comenzó el nuevo mestizaje y la nefasta institución de la esclavitud, disfrazada de acción evangelizadora, con el nombre de encomiendas.
Las abusivas y extenuantes condiciones de trabajo impuestas a los aborígenes provocó rebeliones con enfrentamientos muy desiguales por el tipo de armas de cada bando, lo que unido a la propagación de enfermedades desconocidas traídas por los amos europeos, diezmaron a la población originaria y no pocos encontraron en el suicidio la vía para escapar de sus miserables existencias.
La circunstancia antes descrita provocó la necesidad de reemplazar la perdida fuerza de trabajo con otra que fuera más resistente. Se produjo entonces la trata de esclavos africanos de numerosas etnias diferentes, que fueron traídos a Cuba. Estos africanos fueron el tercer gran componente para el mestizaje cubano.
Finalmente, a mediados del siglo XIX, ante las crecientes dificultades para continuar con la trata africana, comenzaron a traerse a Cuba braceros chinos, del sur de ese país — principalmente de Cantón—, que venían supuestamente contratados, pero con condiciones absolutamente leoninas que no les permitirían alcanzar su libertad. Las condiciones de vida de los chinos llegaron a ser peores que las de los negros africanos. Este fue el cuarto gran componente de nuestra mezcla.
Hay que decir que también tuvimos franceses venidos de Haití cuando la revolución de ese país y de Louisiana cuando Napoleón vendió ese territorio a las Trece Colonias de Norteamérica, y otros que vinieron desde Francia. A nuestra mezcla hay que agregar indios yucatecos y árabes, y judíos e italianos, entre otros: una gran diversidad.
La subestimación de unos seres humanos por otros, el desprecio y el maltrato, son cosas tan antiguas como el hombre mismo. Los más fuertes abusaban de los más débiles; los vencedores en los combates, de los derrotados. En la lucha por la sobrevivencia, por el control de un territorio que fuera su hábitat y le permitiera alimentarse y existir, las distintas agrupaciones humanas peleaban y daban muerte a los vencidos.
Con el desarrollo de las capacidades humanas, de su inteligencia, entendieron que en lugar de dar muerte a los vencidos era preferible esclavizarlos y ponerlos a trabajar a su servicio en calidad de esclavos. Esos esclavos eran los vencidos y podían pertenecer a cualquier etnia y con cualquier color de la piel, de los ojos, de los cabellos. Y ese vencido era maltratado y despreciado como un ser inferior.
Eso que había ocurrido en todo el planeta, ocurrió también en la Cuba colonial.
Vale decir que ya en el siglo XIX existía en Cuba un número importante de descendientes de africanos de piel oscura y de mestizos, que formaban parte de la población libre, se dedicaban a los oficios más variados y se destacaban en las artes. Y existieron también batallones de pardos y morenos, como los clasificaba el gobierno de la Isla, que ayudaron a la conquista de la independencia de lo que serían los Estados Unidos de Norteamérica.
Aunque ya los nacidos en Cuba, cualesquiera que fuese el color de su piel, se sentían como algo distinto en sí, criollos, esa nueva identidad no se convirtió en sentimiento nacional variopinto automáticamente. Fue la revolución iniciada el 10 de octubre de 1868 la que abrió el camino de la fusión de los nacidos en o residentes en Cuba en una nacionalidad con sentido de sí y para sí que deseaba un país independiente, sin esclavitud, y una república democrática inspirada en los principios de libertad, igualdad y fraternidad.
No fue un proceso expedito armonizar, en las filas del Ejército Libertador, la nueva convivencia entre antiguos amos y esclavos, fueran estos últimos negros o chinos. Pero la inteligencia de los mejores hombres, el valor de las ideas libertarias, los principios de los derechos del hombre, se fueron imponiendo y el mérito personal se fue estableciendo como el criterio para asignar grados y mandos.
Ahí comenzó a forjarse realmente la nación cubana. Sería José Martí quien realizara la mayor obra de unidad de la nación cubana y proveyera la más sólida argumentación
ideológica para nuestra identidad nacional.
Ya desde su niñez Martí reaccionó con fuerza tremenda al contemplar, colgando de un árbol, el cadáver de un esclavo ajusticiado por sus amos. Siendo un adolescente compartió, encadenado, las duras tareas de trabajo forzado en las canteras junto a presos negros, anciano uno, niños los otros, tal como lo denunciaría en su conmovedora obra de juventud El presidio político en Cuba. En los últimos años de su exilio en New York, mientras organizaba el Partido Revolucionario Cubano, sacaba tiempo en las noches, después de terminar labores como maestro en escuelas nocturnas para ganar el sustento, para asistir a La Liga, organización para la superación de emigrados cubanos negros, a reunirse y transmitir conocimientos y fundamentos para la república cubana futura. Ya Martí le había dicho a Maceo que el mayor problema de Cuba no era el político, sino el social. Y entre todos los patriotas, Martí escogió como su enlace principal en Cuba y como el hombre a quien, llegado el momento, se le transmitiría la orden de alzamiento general, a Juan Gualberto Gómez.
Vale la pena recordar algo de lo que Martí escribió sobre las llamadas razas. Comencemos por la esclavitud:
La abolición de la esclavitud (…) es el hecho más puro y trascendental de la revolución cubana. La revolución, hecha por los dueños de esclavos, declaró libres a los esclavos. Todo esclavo de entonces, libre hoy, y sus hijos todos, son hijos de la revolución cubana.
Institución como la de la esclavitud, es tan difícil desarraigarla de las costumbres como de la ley. Lo que se borra de la constitución escrita, queda por algún tiempo en las relaciones sociales.
Aunque fuera España la que en la década de los ochenta del siglo XIX aboliera oficialmente la esclavitud en Cuba, Martí tiene razón al decir que esa medida fue resultado de la revolución cubana iniciada por Céspedes, pues esos diez años de lucha cambiaron la realidad de Cuba a pesar del Pacto del Zanjón.
La otra observación, muy atinada, advierte que los cambios en la base y hasta en sus expresiones jurídicas, tardan en modificar los modos de pensar heredados y transmitidos de una generación a otra.
Martí, que vivió en Hispanoamérica, vio la explotación del indio americano, tratado como un siervo; y en Norteamérica vio el despojo y la política de acorralamiento y exterminio del indio y el tratamiento abusivo y despectivo hacia el negro o el inmigrante chino que trabajaba en las minas del oeste y la construcción del ferrocarril; y vio el abuso y la explotación de los obreros y sus vidas de penurias. Y conoció también el pensamiento de los círculos de poder de los Estados Unidos y cómo consideraban inferiores a los pueblos al sur del Río Grande.
Toda su rica experiencia vital lo llevó a escribir:
No hay odio de razas, porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el observador cordial buscan en vano en la justicia de la Naturaleza, donde resalta (…) la identidad universal del hombre. El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color. Peca contra la Humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas.
Y añade esta valoración ética ya referida a Cuba:
El hombre no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una raza u otra: dígase hombre y ya se han dicho todos los derechos (…) Todo lo que divide a los hombres, todo lo que los especifica, o aparta o acorrala, es un pecado contra la humanidad (…) Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro. Cubano es más que blanco, más que mulato, más que negro (…) En Cuba hay mucha grandeza en negros y blancos.
La temprana muerte en combate de Martí dejó un vacío inmenso que nadie podía llenar. Sin embargo, tal como profetizó en carta última a su hermano mexicano Manuel Mercado, sus ideas no desaparecerían con su muerte.
Ya en el primer cuarto del siglo XX el joven Julio Antonio Mella redescubriría la importancia decisiva del pensamiento martiano; y a comienzos de la segunda mitad del mismo siglo, otro joven, Fidel Castro, lo asumiría como mentor y guía.
La intervención militar norteamericana al final de nuestra última guerra de independencia de España y la ocupación del archipiélago para dominar nuestra economía y hacerla un apéndice de la suya, se completó con un apéndice a la primera Constitución republicana, la Enmienda Platt, que mutilaba la soberanía nacional y nos lanzaba al mundo como una república neocolonizada y totalmente subordinada a los intereses del naciente imperialismo yanqui.
Esa dominación trasplantó a Cuba los peores vicios de esa nación. En primer lugar, una fuerte segregación racial quebrantadora de toda la convivencia fraternal y respetuosa que se iba imponiendo en el sacrificio común en el que, para decirlo con palabras de Martí, de los campos de batalla subían a los cielos, abrazadas, las almas de nuestros héroes de un color u otro muertos en combate.
La impronta yanqui hizo inaccesible el acceso a los cubanos de piel oscura a las universidades y la enseñanza media. Las escuelas privadas no aceptaban a niños de piel oscura o mestiza, tampoco las grandes empresas privadas. Para esos cubanos, salvo escasas excepciones, quedaban los oficios más simples: la servidumbre, los trabajos manuales más duros, y la música; tal como en la época de la colonia.
Nada de clubes de la playa, hoteles, centros de recreo, salvo sociedades específicas para negros o mulatos. Las logias masónicas eran una excepción que guardaban los ideales de igualdad y fraternidad.
En tiendas y clubes, llenas de letreros en inglés, podían leerse avisos como este: “No se permiten perros”. Eso se refería a los negros.
En la provincia central del país, recuerdo que en los paseos de fines de semana, en los parques los no blancos tenían que hacerlo por las calles aledañas y no por las aceras.
El cáncer de la segregación se inculcaba desde la ideología de la potencia neocolonizadora.
El triunfo de la revolución cubana de enero de 1959 le dio un vuelco rotundo a esa maldita situación.
Las medidas primeras: reforma agraria, reforma urbana, alfabetización, enseñanza general obligatoria y gratuita, becas de estudios para los que las necesitaran, asistencia médica universal y gratuita, por solo mencionar algunas, junto a la creación de oportunidades de trabajo para todos, fueron cambiando la situación social y creando una base de igualdad de oportunidades nunca antes vista. Por primera vez se combatía desde el gobierno, con toda energía, el mal de la segregación por el color de la piel. La hostilidad del enemigo imperialista, sus constantes agresiones, unieron cada vez más a los cubanos dignos y patriotas en la defensa de su nación.
Sin detenernos en las artes y los deportes, donde tantos cubanos de los sectores antaño segregados y menospreciados son hoy figuras brillantes de prestigio mundial, sumemos cuántas decenas de técnicos, maestros, profesores, enfermeros y laboratoristas, médicos, ingenieros, investigadores, científicos, escritores, periodistas, diplomáticos, dirigentes militares, políticos y administrativos, provienen de estos sectores antes marginados.
Pueden quedar, quedan aún en algunas mentes de escasa cultura y prejuicios torpes, residuos de la basura ideológica del pasado.
La cercanía del vecino del norte y su enorme capacidad mediática son siempre una amenaza de contaminación y de retorno a la observación quevediana del poderoso caballero Don Dinero. Pero frente a eso se yergue con fuerza la realidad mayor de nuestro pueblo revolucionario. Decenas de miles de cubanos de todos los colores combatieron y también murieron por la independencia y la libertad de muchos pueblos africanos y por liquidar el vergonzoso sistema del apartheid. Cientos de médicos cubanos de todos los colores acudieron al llamado de enfrentar la terrible epidemia del ébola en tres países africanos. A nadie se le preguntó cuál era el color de su piel para cumplir sus heroicas misiones.
Qué cubano no vibró de emoción en los años de esplendor de nuestro voleibol femenino cuando nuestro equipo, al que alguien bautizó como “las espectaculares morenas del Caribe” ganaba campeonatos del mundo y juegos olímpicos. Y nadie se quejó ni preguntó por qué no había una jugadora de piel blanca. Y el entrenador o director del equipo, a quien sus jugadoras querían como a un padre, era blanco.
Y es que lo importante es que haya igualdad de oportunidades y que se respete y reconozca el mérito de cada cual. Las posiciones de relevancia, en cualquier orden de cosas, han de decidirse por convocatoria y que las cualidades humanas de la persona, su capacidad, laboriosidad, honradez, en fin, sus méritos, sean los que decidan.
El lugar que se ocupe en la sociedad debe estar determinado por el mérito. Antonio Maceo fue el Lugarteniente General por sus méritos indiscutibles; Carlos Acosta es el primer bailarín del Royal Ballet inglés porque es el mejor.
Frente a los miserables de corazón o de mente, que son una minoría, hay que oponer la exaltación de la virtud, mostrar una y otra vez la gran unidad de nuestro pueblo y con el ejemplo de los hechos dejar al descubierto al segregacionista blanco o negro o de cualquier color.
Ya Martí nos prevenía: “Debe ces ar esa alusión continua al color de los hombres”. Y Nicolás Guillén nos recordaba que en Cuba “el que por fuera no es noche, por dentro ya oscureció”. Somos la expresión sincrética de la que habló Fernando Ortiz.
Somos mestizos y nuestro color de piel, con matices diversos y cambiantes, es uno solo, el de nuestra grandeza humana: color cubano.
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