Cintio Vitier ensayista: Su visión de José Jacinto Milanés


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Cintio Vitier

Aunque Cintio Vitier nació de manera accidental en Cayo Hueso (1921), siempre se sintió, según su propia confesión, un matancero.  Esto influyó mucho en sus acercamientos al poeta José Jacinto Milanés, estrechamente vinculado al paisaje y la vida de ese poblado, Matanzas, allá por el segundo tercio del siglo XIX. Uno de los poemas emblemáticos de este último autor lo es “De codos en el puente”, una meditación sobre la ciudad y su futuro mientras contemplaba el fluir del río San Juan, lugar en donde Vitier confiesa “también estuve yo, y sigo estando muchas veces, mirando, oliendo y oyendo lo oscuro”.

También descubre Vitier que en su libro De mi provincia (1943) existe un poema (“Uno y Otro”). “que es una versión distinta y secreta de ese poema de Milanés”. Y en otro libro, Extrañeza de estar, reconoce unos sonetos (“Sellado vigilio”) “que fueron hechos a la magnética sombra” del mismo poeta:

Es dulce y es infausto por la calle del olvido

 caminar ciertas noches en mi trémolo puente,

 arpa de nube y viento en la velada oscura. /

 

Y escuchar a lo lejos el piano detenido /

los mágicos hogares de frenesí latente

 calándome los huesos con su vaga locura!”.

Cintio Vitier llega a afirmar que “Milanés encarna, sí así puede decirse, la ’matanceridad’ absoluta”, pues “la fenomenología nos enseñó que las esencias no se describen: se intuyen. La ‘matanceridad’ se intuye íntegra en los versos de José Jacinto Milanés”.

Los acercamientos críticos y la valoración de José Jacinto Milanés se habían ido acumulando desde el siglo XIX y tendían a a una visión anquilosada del poeta matancero, con clasificaciones y caracterizaciones que se repetían de texto en texto.  Cintio Vitier, a finales de la década de 1950, hizo una lectura personal y renovadora que incide en distintos aspectos de la obra y la vida de Milanés.  En el capítulo que le dedica en su obra Lo cubano en la poesía comienza por señalar que “la obsesión dominante de su vida, que terminó en la locura” fue “la obsesión de la pureza”.  Pues “continuamente asistimos en Milanés a esa alternancia entre el goce despreocupado […] y los terrores crecientes del remordimiento”.  Y cita como ejemplo de ello algunos poemas como “El beso”, “Mi hermano” y, sobre todo, “El mendigo”.  Esa tortura del escrúpulo, como necesidad, lo llevaba al anhelo de un mundo donde ya no existiesen esos dilemas”

Vitier, cuidadosamente, hace una serie de observaciones que profundizan en su visión de Milanés, las cuales va enumerando.  La primera de dichas observaciones ratifica la delicadeza, “frágil, blanca y trémula de su paisajes, que flotan “con sus brillos y tintes, en la atmósfera tierna del alma, sin disolverse nunca en ella.” Bien ejemplificado en poemas como “El alba y la tarde”.  Como segunda, destaca el sentido de la concentración del microcosmos lírico, que sintetiza en la frase “su idioma es un cristal”, tal como se detecta en “La madrugada”.

La tercera observación se refiere a su sentido de la canción, a veces con influencia española, visible en “El nido vació” o “Las horas de amor”  Y la cuarta es “una cierta anticipación, con algunos vislumbres, del tono menor de Martí, reveladora de indudables nexos ente ambos poetas.  La quinta señala “un gusto por el apunte y la acuarela costumbrista” (“Un día de invierno”) y la sexta destaca “un soneto de tema indio, que, con independencia de la escuela siboneista, es el mejor que conocemos”: “El indio enamorado”.  La séptima observación alude a “un acento popular muy fragante y fino en las décimas de los Cantares del Montero” y la octava “la incorporación, en sus poemas festivos, de palabras y giros coloquiales que hasta entonces no había utilizado un  poeta de calidad.”

La observación nueve se refiere a que, en su opinión, sin haber sido un poeta calificadamente revolucionario, tuvo el acierto el último verso de la “Epístola a Ignacio Rodríguez Galván” (1842), “que por su misma concisión mereció simbolizar durante décadas el aheleo independentista”, pues “Esa sola línea tuvo más capacidad expresiva y carga simbólica que los cientos de versos patrióticos de la época”. Sin embargo, al respecto existe una valoración suya que no puede convencerme.  Vitier, en su Poetas  Cubanos del XIX, se lamenta de que, con la excepción de Heredia “los poetas principales de nuestra época romántica no hayan sido cultivadores muy afortunados ni muy frecuentes, del tema patriótico y político”. 

Olvida que Heredia vive y escribe sobre todo fuera de Cuba. Mientras que la mayoría de nuestros poetas románticos estaban en la isla y sufrieron una censura férrea por parte de la Colonia, que fácilmente podría convertirse en represiva a otros niveles.  Pedirle a Plácido que hablara más claramente de esta temática no es justo: sin  hacerlo, le costó la vida.  En Milanés Vitier no puede evadir la bien explícita ”Epístola a Rodríguez Galván”, pero señalando que “vale solo por su última línea”  No es lógico limitar su valor sólo a ese último verso, que culmina toda la composición, el cual, sin por lo menos las seis estrofas que le anteceden, no tiene el mismo sentido.

Volviendo a las observaciones de Vitier sobre la poesía de Milanés, la décima y final, tras un recuento del drama personal del autor en el contexto matancero en que vivió, incluyendo el desesperado amor por su prima Isa, nos adentra en una consideración que estimo clave en la estimativa milanesiana, al ejemplificar cómo en algunos poemas, de pronto, se sale de sus bordes previsibles y se lanza a un “espacio descomunal, inesperado” que es lo que Vitier llama “el rasgo del sobrepasamiento”, muy visible en poemas como “Vagos paseos” y “La bella lectora”, en donde pasa de los tranquilos rasgos domésticos de los comienzos a finales descomunales e inesperados:

Vanse en tanto las horas,

 y combatiendo el techo

 las gotas crujidoras,

parecen el son deshecho

de la brisa estrellada

que gime con despecho,

la lánguida tonada

de mítica elegía

con gritos salpicada,

que en su loor envía

la garganta sagrada

de la noche sombría!.

Al cumplirse el bicentenario de Milanés, desigual, obseso, misterioso y lúcido, en su obra aún descubrimos nuevos atisbos, encuentros y disfrutes.  Pero si hoy podemos adentrarnos en ella con visiones amplias y luminosas, marcadas tanto por la emoción sincera como por un agudo razonar, se lo debemos, en gran medida, a los aportes ensayísticos de Cintio Vitier quien, entre otras muchas cosas importantes, escribió ese fundamental “estudio lírico acerca de las relaciones de la poesía y la patria”·que es Lo cubano en la poesía.

 

TEXTOS DE CINTIO VITIER UTILIZADOS:

 “Acentos de José Jacinto Milanés”, en su Lo cubano en la poesía. La Habana, Instituto del Libro, 1970, p. 103-121.

 “El obseso” en su Poetas cubanos del siglo XIX. Semblanzas.  La Habana, Cuadernos de la revista Unión, 1969, p 25.27.


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