Inusual por el jolgorio y el cálido ambiente, fue en aquel diciembre de 2017 la entrega del Premio Nacional de Artes Plásticas a Eduardo Roca Salazar (Choco), artista que, además de un gran talento, posee un enorme carisma salido, sin dudas, de la nobleza de su corazón.
En la ceremonia efectuada en el teatro del Museo Nacional de Bellas Artes, Abel Prieto Jiménez, director del Programa Martiano, entonces ministro de Cultura, destacó el modo en que es querido y admirado este santiaguero de pura cepa, “por la sencillez, la humildad, esa cosa que deslumbra de Choco por ser tan auténtico”.
Esa, la autenticidad, ha sido la divisa del artista que se mueve como pez en el agua por la pintura, la calografía, la instalación y la escultura, según pudimos nuevamente apreciar en su más reciente exposición, organizada a finales de 2019 en la galería Collage Habana bajo el título de Silencios y meditaciones, otra que engrosa la treintena de muestras personales realizadas por él.
Aún en medio de esta etapa de distanciamiento personal que tanto debe haberle golpeado, halló el modo de confraternizar, gracias al proyecto Distancias conectadas que, desde las redes sociales, le permitió compartir espacio con otros artistas y aproximarse, al menos virtualmente, al público.
La seguridad de un próximo regreso a su Taller del Sol, ubicado en medio del ir y venir de la calle del mismo nombre en La Habana Vieja, es con certeza uno de los regalos que más lo mantendrán alegre en este, el día de su 71 cumpleaños o, mejor, de “cumplevida”; porque Choco, como todo lo auténtico, está protegido de las trampas del tiempo.
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