En el grabado encontramos siempre algo diferente que la pintura no dice, y que toca con la escritura, bordea la poesía y la literatura. Sin embargo, “solemos quedar obcecados por la majestuosidad de la pintura y por el prestigio de la obra única. Hasta podemos llegar a dejar de lado las más altas confidencias y raras visiones confiadas a sutiles hojas de papel, para dar una importancia exclusiva a los cuadros rimbombantes...”, expresaba Henri Focillon en sus Maestros de la Estampa (1930).
Por suerte nunca se ha dejado de grabar, que es como atravesar el umbral de los misterios del arte y de los sueños... En esta dimensión, sobre el tablero de los sueños, un destacado artista cubano regresa en los recuerdos en blanco y negro. Un día como hoy (10 de agosto), pero de 1990, Carmelo González Iglesia, pintor, escultor, grabador, pedagogo y crítico de arte cubano fallecía en La Habana a la edad de 70 años. En este 2020, además, cumplió su centenario el 16 de julio… Buen instante para rememorar a este maestro de varias generaciones de creadores que desempeñó un importante papel en la historia de la gráfica cubana. En ella dejó profunda impronta…
Carmelo González, quien nació en Casablanca, el pueblo costero a la vera de la bahía de La Habana, de madre cubana y padre español, inició sus estudios artísticos hacia 1938 en el Estudio Libre de Pintura y Escultura. Al mismo tiempo matricula en la escuela anexa de San Alejandro, donde en 1945 terminó sus estudios, con el mejor expediente en la especialidad de pintura, con la cual obtuvo una beca en la Art Students`s League, de los Estados Unidos. Allí continuó su formación, a partir de 1946, en la especialidad de Litografía (grabado en piedra). Y aprovecharía la estancia para conocer, indagar, visitar los museos donde pudo “beber” de cerca la historia del arte, y de las obras de Picasso, Giorgione y Vittore Carpaccio, entre otros, que mucho lo impactaron y dejaron huellas, para armar un estilo personal marcado por los símbolos…
Carmelo fue un notable conocedor de su oficio. Su primera etapa como pintor fue el cubismo. Escuela que asimiló, pero que abandonó muy rápido, pues buscaba su propia expresión. Su primera influencia destacada fue la del Giorgione (Giorgio da Castelfranco, 1477-1570) quien lo sedujo por sus tonalidades doradas y sienas, y más tarde Carpaccio, por la composición, el dibujo y el color.
El creador, quien fue un excelente dibujante, desde sus inicios se interesó por el medio gráfico, que se practicaba en la Escuela, sobre todo el aguafuerte, y luego de su regreso a la Isla, tocó la xilografía (grabado en madera), siendo una de sus mayores pasiones, a tal punto que fue un virtuoso en la misma. Puede decirse, sin temor a equivocarnos, que con su notable quehacer xilográfico resucitó esta técnica aquí en Cuba, ya que después de Francisco Javier Báez, nuestro primer grabador, quien vivió entre 1748/1828, tuvo muy pocos seguidores. En este campo, que fue una de sus grandes pasiones, fundó hacia finales de 1949 la Asociación de Grabadores de Cuba junto con un grupo de jóvenes preocupados por el arte incisorio, entre los que encontraban Juan Sánchez, Ana Rosa González, Armando Posse, entre otros. Estos fundadores tenían el afán de enriquecer el panorama cultural cubano con la práctica de una manifestación artística que se había perdido después de la riqueza de siglos pasados.
Asimismo, fue profesor de grabado en la Escuela Provincial de Artes Plásticas Leopoldo Romañach (Santa Clara). En 1957, entra a cubrir la cátedra de grabado en la Academia San Alejandro, luego de la muerte de Mariano Miguel, ampliando de esta forma la enseñanza al incorporar la xilografía (grabado en madera) y la calcografía (grabado en metal) en los cursos. Desde 1959, con el triunfo revolucionario, fue director de la propia Academia, y en 1962 ocupa la jefatura de la cátedra de grabado de la Escuela de Artes Plásticas de Cubanacán, hoy ENA. Más tarde devendría profesor y jefe de cátedra de esa especialidad, en la Escuela Nacional de Diseño. Fue fundador de la UNEAC, y presidente de la Sección de Artes Plásticas.
La pintura otra huella
Pero no solamente Carmelo González dejó sus marcas creativas en el grabado. En la pintura quedaron plasmadas también sus huellas, que fueron tratadas con el estilo que lo acompañó desde la década de los 40: ese interés por plasmar en la bidimensionalidad la textura de los objetos, y la representación de ellos mismos dentro de las obras. Todo ello en la búsqueda de símbolos propios, que llevaran su impronta como creador, y permitieran al espectador la lectura de sus “mensajes” artísticos. Pues, según expresó en no pocas ocasiones su “pintura era para leer”.
Como explica en un artículo, el periodista, pintor y grabador Juan Sánchez acerca de su obra… “él ha sabido recorrer con lucidez el aire no siempre transparente que presenta un arte que toma con frecuencia asuntos del contexto social. En sus óleos, dibujos y grabados más tempranos son ya visibles temas que aluden a las guerras imperialistas, el latifundismo, las dictaduras, el racismo, contenidos en lo que, bueno es señalarlo, ha evitado el simple y duro panfleto. Esta presencia quemante tampoco ha excluido, en buena parte de sus trabajos de todos los tiempos, las alusiones al amor, la amistad, la música, el humor y, en sentido muy general, a una presencia permanente de lo poético, presencia que se puede descubrir aún en las cosas más desapercibidas y mínimas de la vida: un madero viejo, un poco de brizna, un pedazo de tela de algodón, una piedra…”.
Precisamente en esto de captar los detalles/texturas de las más disímiles “pieles” de textiles, fibras vegetales, metales…, hay mucho del concepto carpacciano (del pintor veneciano del siglo XV) que vibra en sus trabajos, influencia que nunca negó, sobre todo de ese espíritu que multiplicó y desarrolló a partir de las esencias caribeñas que encontró por acá, en nuestra rica realidad. Aquí se expresa su aire de pintor moderno, pues Carmelo González nació y se formó en la época –denominada por los críticos– de la pintura moderna, algo que nunca dejó para afiliarse a los nuevos ismos de moda. El artista pasó del realismo a un surrealismo con fuerte carga expresiva, plagado de metáforas que indagaban siempre sobre el hombre y su vida. Pintó y grabó mucho: paisajes, naturalezas muertas…, que era otra faceta de este creador, en cuyas piezas supo expresar, en plural, un mundo combatiente, pues fue un ser humano que nunca pudo estar de espalda a la realidad, no sólo de su Isla sino de cualquier parte de la Tierra.
Su trabajo artístico reflejó nuestro tiempo, aunque algunos temas fueran del pasado, el los enriquecía de contemporaneidad. Y desde mucho antes del triunfo de la Revolución Cubana, era un artista comprometido con su pueblo. El mismo lo expresó en una ocasión cuando sentenció: “Antes de 1959 en mi obra estaban vivas, vigentes sin ambages, temas que, por su contenido evidentemente político, eran ya mi compromiso, mi ley, mi expresión libre, sin limitaciones. Después de algunas incursiones por los terrenos de la estética pura, en mi caso cierto cubismo y cierto expresionismo que fluctuaba entre unas simples flores, un bodegón o una silla (hoy no rechazo este contenido de ningún modo), pero creo que en el mundo que nos rodea hay más, considerando que dicho mundo es algo más que el terruño donde se ha nacido. El compromiso de mi obra, es mi obra misma…”. “Soy, ¡a todo gusto! Y a toda máquina, un pintor comprometido. En mi caso, la Revolución, tanto de Cuba como la del mundo, es mi forma de hablar, de decir, y de ningún modo, un límite”.
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