Un universo confuso y violento, colmado de obsesiones, que emana de las más diversas experiencias culturales, en contraste con un prolífero repertorio iconográfico. Una obra que se revela como una prolongación de un mundo interno, de idealismo, delirios y de una realidad inquietante, así es el arte de Carlos Quintana, una ruta para manifestar el estado natural del mundo. Un espacio lleno de narraciones donde contar historias ocultas. Anécdotas trasgresoras que dadas las mutaciones formales y conceptuales que experimenta durante su hacer, ha marcado la madurez de uno de los pintores con temporáneos cubanos dotado de una magia de excelencia. Y es que, a pesar de no formar parte de los egresados de las academias de bellas artes, un universo onírico e intuitivo, matiza y guía su labor.
Comenzó realizando comics que desenmascaraban una Habana incógnita para muchos, donde reflexionaba sobre sentimientos y actitudes como la ambición, el oportunismo, la falsedad y la violencia, algo así como un destapar de la caja de Pandora. Luego estos personajes transitaron a la pintura, conservando en cada obra su desconcierto en temas como el machismo.
Traídos también de los comics, reaparecen en las pinturas seres híbridos y cabezas rapadas, a los que se suman largas narices, figuras de hombres o mujeres con cabezas de perros o lobos, cabezas humanas sobre bandejas y rostros trasmutados. Todo esto combinado con personajes que de algún modo representan a los budas, monjes y samuráis. A pesar que la naturaleza de sus cuadros es confusa, nos atrapa con los enigmas y lo alegórico de las cazuelas, recurrentes en la religión yoruba y su mixtura con las prácticas orientales. A primera vista podríamos decir ¿por dónde va la cosa?, pero es así, estos son los pilares de la composición de sus obras; un discursar, a veces sobre la naturaleza humana, otras sobre sus máscaras y su parodia.
La maestría con que trabaja el color pone de manifiesto obras donde las transparencias, los contrastes y los tonos grises, sepias y negro deambulan por laberintos subjetivos. Con el paso del tiempo ha perfeccionado su técnica y ha desarrollado cuadros en donde la exquisitez de pinturas y dibujos a carboncillo gozan de trazos que obedecen a impulsos de gran fuerza, imbuidos en una concepción plástica, donde cada elemento es central para el deleite de las formas.
Quintana interactúa con sus cuadros de diferentes maneras, personaliza los lienzos con saliva, cerveza y otros fluidos corporales que enmascara durante todo el proceso de producción. Ha dedicado todo su hacer a desarrollar una figuración compleja, llena de personajes picantes, desafiantes, pero también ambiguos en cuanto a su identidad sexual. Actores que suelen tener facciones asiático; saludable es resaltar que esta práctica venía ocurriendo mucho antes de que tuviera la posibilidad de visitar China.
Aprovecha su hacer para matizar sobre todas estas temáticas y realiza un juego de imágenes en donde legitima lo turbio y lo ordinario, como testimonio de algo valedero y digno de ser representado como arte. Cada estampa es recontextualiza, y esto le agrega un plus, que hace imposible la contemplación pacífica.
Trabajar a gran formato es algo que lo identifica y que le apasiona, motivo para representar pinturas que transitaron desde figuras únicas, a las grupales. Entonces, se muestran renovadas, inciertas, viciosas. Por este andar hace una búsqueda en los anales de la historia y en la memoria colectiva. De ellos despoja todo simbolismo, y se queda con la referencia exacta y con ello construye mecanismos sensitivos que luego traduce en imágenes.
No es relevante el origen de las escenas que Quintana nos expone. Los recursos narrativos son tan enérgicos y cada actor tiene en la obra una gran carga y responsabilidad social. Al final la elipsis nos deja nauseabundos, y cada expresión plástica queda resuelta tras la percepción de cada espectador, pues dejamos al descubierto nuestra capacidad de conmoción.
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