Bingo se titula la muestra personal de Jorge Luis Santos (Mayabeque, 1973), en la Galería Collage Habana del Fondo Cubano de Bienes Culturales, cita en Calle D No. 10, entre 1ra y 3ra, en el Vedado capitalino. La muestra, en la sala transitoria de la galería, se compone de 7 piezas de gran formato, lo suficiente para evidenciar las libertades expresivas de este creador autodidacta dentro del estanco clasificatorio, globalizado por la crítica occidental, como arte abstracto.
Y es justamente el no dejarse encasillar, la cualidad más trascendente de la producción artística de Santos, de ahí su constante búsqueda discursiva, matérica y gestual, evidenciada en “Bingo” como en sus exposiciones anteriores, desde “Tras la ventana” del 2003, en la Casa Guayasamín, hasta la más reciente “Fuera de la raya”, en la galería Villa Manuela de la UNEAC.
Bingo #3 es el primer collage al entrar, y como en Bingo #6 que nos recibe afuera, los espontáneos grafismos son autocontenidos por un predominante negro sobre un fondo informalmente construido con parches cuadriculares de telas, lienzos y papel rayado de las tradicionales libretas escolares que nos derivan —por una incontrolable manía figurativa y en este caso ¿desorientadora?—, a los espacios educativos, con negras pizarras, ecuaciones algebraicas y, sobre todo, un mar de inquietudes cercado por un impositivo entramado normativo para controlar el juego o la dispersión pedagógica.
En el segundo local, nos salpica lo aleatorio del Bingo #9 que tiene, como es de suponer, al nueve como tema o más bien como recurso icónico protagónico, aunque no el único, entre los guarismos un código numérico como la serie que identifica a los cartones de bingo, y mucho más. Porque es lo suficientemente amplio el modo de Santos de producir informes para el mundo, perturbadores tal vez, con sus rasgaduras y hendiduras como cicatrices de sus más secretos instintos, como secuelas de las incisiones deterministas, de lo decidido o previsto sobre sus profundos movimientos fibrilares, tal vez más trazas, sucias y transparentes en Bingo #5 que lo que realmente fueron, en su interior.
El retorno al primer local resulta una transición estética más que espacial. Si hasta Bingo #5, la variada densidad del empaste se armoniza con tonos sobrios, en los Bingo #7 y #8, la paleta se aclara y las ecuaciones son más irracionales o “juguetonas”. En las anteriores piezas la suma repetida de la cifra que titulaba el cuadro quedaba abierta o resultaba el propio número, en Bingo #7 el álgebra se subvierte, y la suma seriada de 7 se iguala a 9 “o” 3; mientras en Bingo #8, el collage más rico de la muestra, el juego es otro, ya no se repite el número titular y las adiciones son: 8+3+83, 83+38 y 8+38+3 y sin resultado. Reacción vital, reflejo descarnado, frente a ese aluvión de eventos, estocásticos o no —querámoslo o no—, que en Bingo #4, los cartones de bingo, o en la propia vida, nos suman, multiplican o marcan, con un número para las estadísticas, una raya que nos divide o un cero que nos anula.
Ya el final del juego se pude discursar sobre la apropiada explotación por Santos de sus propios códigos simbólicos y formales. El cero, explícito o aludido, funciona en los cuadros como un recuerdo, “una mancha en el expediente” o una “maldición china” y en contraste geométrico y simbólico con lo cuadricular de los parches y de otras enigmáticas manchas. A su vez, con un repertorio combinatorio de estas secciones planas con los rasgos lineales (incisiones, rugosidades o pinceladas) paralelos, apretados y por lo general verticales, Santos equilibra, delimita las zonas de atención sobre las que centra sus sugestivas ecuaciones, relaciona las áreas compositivas —esporádicamente interrumpidas por manchas o salpicaduras espontáneas— y rompe, extiende o disuelve los bordes y las esquinas físicas del cuadro. Asumiendo eclécticamente, en provecho de su propuesta temática, los recursos expresivos del informalismo europeo, del rayonismo ruso o el dripping, entre otros gestos, del expresionismo abstracto norteamericano. Este contraste matérico y cromático aporta, al mismo tiempo, autonomía a cada pieza y conexiones referenciales entre estas.
Por igual, al concluir el curso exploratorio de la muestra se percibe, un proceso, cuadro a cuadro, de aumento de la densidad visual y la apertura paulatina de las composiciones hasta su ruptura en Bingo #7, la recomposición en el siguiente y la multiplicación en secciones más claramente delimitadas en el último Bingo, algo que venía sucediendo con cierta sutileza, ya con una macha menos negra en un extremo o una significativa reiteración —de signos, gestos o texturas— perpendiculares y trasgresores de bordes, o el amplio horizonte anaranjado de Bingo #9. Una especie de resonancia de la actitud cuestionadora frente a los límites, los cálculos exactos y las lógicas impuestas que estos recursos ideo-estéticos, como las ecuaciones mismas, significan. Como un ¡Viva el bingo!, lo lúdico y el azar que es para una creciente mayoría del homo videns la sensación más cercana a la libertad.
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