EN 1925, TERCERA ESTANCIA CUBANA DE BARBA JACOB
En Cuba, casi todos los miembros del Grupo Minorista y de la Liga Antimperialista tuvieron buena amistad con Porfirio Barba Jacob, pues este siempre estaba rodeado de gente de izquierda. En cierta oportunidad, José Zacarías Tallet me dijo por qué había sido Barba tan amigo de los del Grupo Minorista:
“Quizás para la nueva generación de cubanos muchas cosas que están íntimamente relacionadas con Barba Jacob parecerán no solamente frívolas, sino además rechazantes. Y no es que para los de la generación del Grupo Minorista no lo fueran también; sin embargo, entonces se veían muchas cosas de ese tipo, gentes con muchos defectos, pero cuando alguien con tales ?defectos?, para no llamarlos con palabras fuertes, podía reunir otras características como la sinceridad, simpatizar con la izquierda y, además, ?que cayera en gracia?, pues sucedía que, en realidad, muchas veces estos ?defectos? o ?debilidades? no salían a relucir”.
Al principio de este escrito dije que las estancias de Barba en La Habana podían calificarse de ?complicadas?, pero no para él, sino para sus amigos.
Cuando llegó a La Habana en 1925, unos de sus antiguos amigos lo era el poeta nicaragüense avecindado en la capital cubana Eduardo Avilés Ramírez, quien fue el que se lo presentó al poeta cubano José Zacarías Tallet en un café, y entonces Avilés le llamó ?Arenales?, y Barba le dijo con todo desdén que no volviera a llamarlo así, pues ese ?Arenales? había muerto para siempre poco antes.
Recordaré que José Zacarías Tallet había regresado a Cuba, después de una larga estancia en los Estados Unidos, años más tarde de 1915, fecha de la visita anterior del poeta colombiano, y no lo conocía.
Barba Jacob era un hombre que vestía muy elegantemente. En algunos momentos fumaba, a la vez, dos cigarrillos, con envolturas diferentes, uno blanco y otro negro. En aquella época, en Cuba vendían cigarrillos con envoltura negra o también pequeños tabacos, a manera de cigarrillos. Barba colocaba los dos cigarrillos entre el dedo índice y el del medio. Esta manera de fumar, pues así lo vio por primera vez en 1925 José Z. Tallet, le pareció algo ?petulante?. La verdad es que, en un primer momento, Barba caía algo ?pesado?, pero poco a poco, después, esa forma de verlo cambiaba en la gente, según he podido investigar. Por ejemplo, Tallet pensaba que: “Eran muchos los detalles pintorescos que servirían para poder comprender la psicología anómala de este gran hombre sincero, despreocupado y con ribetes de cínico muchas veces”.
En sus estancias en Cuba trajo varios problemas a sus amigos. Entraba en muchos gastos y en grandes deudas. A todos les pedía dinero. No pagaba en los hoteles en que se hospedaba, haciendo no sé cuántas triquimañas, y los dueños de estos tenían que echarlo a cajas destempladas, pues primero lo acusaban formalmente, y los amigos cubanos tenían que hablar con los jueces para quitarle de encima esa demanda, y después tratar de conseguir para él otro hotel donde, al final, sucedería lo mismo. Tuvo un gran problema por haber extendido un cheque sin fondos. Sabía de los cafés en que sus amigos tenían cuenta, e iba y consumía y decía al dependiente, por ejemplo: “Apúntenselo a Tallet”.
Pero dejemos claro que el colombiano vivió épocas de opulencia, y así hay varios comentarios acerca de tales etapas, como las referidas en El hombre que parecía un caballo, libro del guatemalteco Rafael Arévalo Martínez. Sin embargo, un día que fue invitado por Raúl Roa y este puso el dinero de la cuenta sobre la mesa, Barba lo tomó rápidamente y dijo al mesero el consabido: “Apúntenselo a Tallet”.
Vivió mucho tiempo en el hotel Mc Alpin, y después, este se convirtió en la casa de huéspedes Mi Chalet, la cual estaba sita muy cerca de la bahía de La Habana. El dueño era un negro muy corpulento, coronel del Ejército Libertador de Cuba, a quien Barba llamaba “El Mirlo Blanco”, el cual se dejaba engañar, pues Barba le caía muy simpático, pero cada vez era mayor la deuda del colombiano. De pronto, el coronel se murió, y la viuda le pidió a Barba que pagara su tan abultada cuenta, y como no tenía un centavo, lo echó a la calle.
Entonces Avilés Ramírez y Tallet consiguieron otra casa de huéspedes donde alojarlo, en la calle Perseverancia, pero ahí tampoco pagó nunca, y le debía al dueño como unos quinientos pesos, cuando se supo que iba a marchar para Sudamérica; entonces, convino con el dueño en firmarle varios pagarés de cinco pesos cada uno, y que él iba a enviarle el dinero poco a poco. Por cierto, cuando volvió en l930, Tallet le preguntó si había pagado alguno de los pagarés y Barba le contestó airado: “No hombre, no”, y dijo que, seguramente, el dueño los había vendido como autógrafos y era algo claro que le habría sacado bastante plata.
En Lima se encuentra en 1926 y comenzó a publicar en el diario La Prensa, pero su manera continua de atacar a los gobiernos dictatoriales o totalitarios, lo hizo caer en desgracia casi inmediatamente de su llegada. No tenía ni un céntimo y comenzó a vagar por todo el territorio peruano, lleno de miseria, casi un vagabundo. Según sus propias palabras llegó a implorar en las puertas de las iglesias: “Por favor, una caridad para el mejor poeta de Colombia”. Su martirio en Perú duró un buen tiempo. Alguien notificó al embajador colombiano en Lima de cómo vagabundeaba Barba por las calles e iglesias peruanas, y este, que conocía la obra del poeta, tuvo la gran gentileza de notificar al Gobierno colombiano la situación de este y lograr para él la repatriación.
A pesar de todo el agobio que pudo tener Barba, dedicó un poema a la capital peruana, en los primeros momentos en ella, y aquí muestro una primera estrofa, que tituló, pues, Lima:
Lima es como un lienzo
lleno de colores
que arrulla mis horas
ayunas mis amores...
De esta manera, volvió Barba a su país tras veinte años de ausencia, del que había marchado en 1908. No todo le fue bien, pues según él, su hermana Mercedes no le prestó atención, no le brindó algún dinero, en momento alguno lo socorrió, y Barba decía que ella y su marido tenían una buena posición. Del marido, su cuñado, hablaba que hacía cosas horribles, que era un ladrón, pero que después murió, y dejó viuda a su hermana. Igualmente dijo de su sobrino, un hijo de Mercedes que se había marchado, al parecer para los Estados Unidos, y de quien habló muy mal. Todo esto le contó a Tallet. Sin embargo, habría que ver la verdad de las cosas, pues era notorio que, si no tenía dinero, Barba solamente sabía pedir. Así, acabado de llegar, se encontró sin ninguna entrada, pero como estaba ya acostumbrado a pedir, se puso a hacerlo también a las puertas de las iglesias, con el consabido: “Por favor, denle una limosnita al mejor poeta de Colombia”. Pero, al parecer, esta penuria duró poco tiempo, pues no se sabe cómo, comenzó a viajar por las principales ciudades del país, ofreciendo recitales de sus poemas. Además, fue jefe de redacción del periódico bogotano El Espectador. Así pasó estos tres últimos años en Colombia. Y a pesar de sus francachelas en que gastaba buen dinero, logró guardar algo, y se marchó para Cuba. Nunca más regresó a su país de origen.
SU ESTANCIA CUBANA EN 1930
Algún tiempo después de marcharse de Cuba en su tercera visita, se supo por noticias provenientes de Colombia que enfermó gravemente y hasta había caído en coma, así como se dijo que los médicos aseguraron que el final sería en pocas horas. Pero la United Press quiso dar un “palo periodístico”, y lo mató antes de morir, y en eso se le adelantó a otras agencias de prensa; sin embargo, Barba no murió. Salió de aquella difícil situación que presentó y se rehabilitó, pero quiso aprovechar “la muerte que le había sucedido”, y todo lo dejó así. Nadie sabe cuántas deudas tendría y “estando muerto” nadie le iría a cobrar, y quiso volver a Cuba.
Tallet cuenta que cuando Barba lo fue a ver a él, en un sobresalto al verlo le dijo:
— ¡Por Dios! ¿Pero usted no estaba muerto?
Y muy tranquilamente Barba le contestó:
— Pues no, estoy vivo. Y no se asuste, que ahora volví con suficiente dinero para mis gastos.
Tallet contaba que solamente traía unos ciento cincuenta dólares. Insignificante cantidad para todos los gastos en que incurriría. A otros amigos les dijo que el dinero que traía era de una lotería que se había sacado su hermana Mercedes, pero a Tallet le contó todas las miserias que había pasado en su última estancia en Colombia, además de lo padecido en Perú.
Según algunas personas que vivieron esta cuarta estancia en La Habana de Barba Jacob, en 1930, lo que más significó de ella fue la coincidencia de tener en Cuba al gran poeta español Federico García Lorca. Según contaba Tallet, ambos asistieron a un acto en Santiago de las Vegas, al cual él asistió. Los intelectuales cubanos les ofrecieron a ambos un acto, con un almuerzo, en un restaurante. Se habían reunido en la capital cubana dos de los poetas en lengua española más singulares de la época, y aquí el español y el colombiano dieron muestras de su íntima amistad.
Barba Jacob tenía grandes contradicciones en su vida. Sus propios poemas nos dicen de esto. Por ejemplo, por una parte, en algunos de ellos, como en este de Acuarimántima, nos muestra su increíble sensualidad, donde nada le puede impedir su “impúdica vida”, como él mismo señala:
Soy huésped de garitos y tabernas.
Disfruto al “puede ser” un pan ingrato;
y dejo que mi carne, ruïn loba
de lúgubres anhelos arrecida,
se me abandone al logro del deleite,
desnuda en la impudicia de la vida.
Por otro lado, escribió en su poema En las noches oceánicas un encuentro en Cuba con una dama de nuestros campos:
En las noches oceánicas
de los campos de Cuba,
muchachuela rural ha llamado a mi hombría;
tiene las carnes fúlgidas,
tiene los ojos bellos,
desnuda muestra corales vivos...
De los venezolanos exiliados en Cuba en tiempos del dictador Juan Vicente Gómez, los más connotados vivían en una casa en la calle de Monserrate, en La Habana, entre ellos Carlos Aponte.
Con estos venezolanos también vivía un indio de una fortaleza descomunal y muy fumador, quien se encargaba en la casa de las tareas domésticas. En esa casa también se reunían algunos cubanos simpatizantes de la lucha por salir del dictador Gómez, así como otros extranjeros, entre estos, Barba Jacob. Y sucedió que un día a Barba se le quedó en la casa de los venezolanos una cajetilla de cigarrillos que, realmente, eran cigarros de marihuana. Pero el indio los encontró y se fue fumando uno tras otro todos los cigarrillos de la cajetilla. Sin embargo, cuando al rato Barba volvió a la casa a recuperar su “caja de cigarros”, se encontró que el indio se los había fumado todos y estaba ¡como si nada! Tiempo después, varios de estos venezolanos hacían este cuento entre grandes carcajadas.
Carlos Aponte le dijo al indio de fortaleza descomunal: “Mira a ver lo que te fumas, pues un día vamos a encontrarte muerto aquí”.
Barba volvió a cometer las mismas tropelías respecto a los lugares de alojamiento. Estuvo alojado en el hotel Roosevelt, en el centro de La Habana, y como debía unos trescientos pesos, pues el administrador lo invitó a que firmara un cheque sin fondo, esto es, uno falso, y sin detenerse a considerar cuáles serían las consecuencias jurídicas que tal acto le traería, pues así lo hizo. Y, efectivamente, el dueño del hotel lo acusó. Solamente con la ayuda que le prestó el entonces muy conocido periodista José Manuel Valdés Rodríguez, amigo del dueño del hotel, pudo Barba escapar de que lo llevaran a juicio por estafador. Claro está, en el acuerdo estaba que se marcharía del hotel. El dueño quiso presenciar su despedida del hotel para pedirle que le firmara un autógrafo, y Barba dijo de esto “¡Qué se habrá creído! Acaso no le bastó la firma que le dejé en el cheque de hace días”.
En esta última visita a Cuba, coincidió con que habían nombrado un nuevo embajador mexicano en La Habana, quien era admirador de las artes y conocido de Barba. Entonces se comenzaron a hacer gestiones, tanto de amigos cubanos como por el propio embajador para levantar la orden que existía contra él, de no dejarlo entrar en México y aunque en un principio se chocó contra una dura pared, finalmente el embajador, apellidado Cienfuegos, logró levantar esa prohibición.
Barba decía que en Cuba nadie se moría de hambre, pues cualquier amigo le regalaba un peso a uno para poder comer; sin embargo, que alguien le diera cincuenta pesos juntos para sacar un pasaje, eso no se encontraba.
Como se sabía de su gran anhelo por llegar a México, los amigos y admiradores lograron reunir una cantidad de dinero para que pudiera comprar el pasaje, así como para otros gastos. Para ese viaje, también le regalaron algunas cosas. Por ejemplo, Tallet cuenta que le regaló un abrigo y le brindó un almuerzo en su casa con la familia...
Sin embargo, cuando todos sus amigos y conocidos pensaban que ya se había marchado, pues había desaparecido por varios días, no lo hizo, y de pronto se le presentó a los del grupo, que estaban reunidos en un café, y se le notaba en su cara cierta picardía infantil. Algo enfadado, Tallet le dijo:
— Pero, ¡cómo! ¿No se marchó usted? ¡Y el dinero!
Y cuenta Tallet que “con una sonrisa, casi angelical, toda llena de descaro”, le contestó:
— Me lo bebí en tres deliciosas parrandas.
Hubo que volver a recoger para el viaje, pero esta vez no se le entregó el dinero. El “tesorero” de la “ponina” fue el periodista Alberto Riera, por cierto, muy amigo de Tallet desde su juventud y quien moriría muy joven. Como Barba conocía que Riera estaba encargado de administrar los fondos, un día se le apareció para pedirle tres pesos, y con una “tremenda cara de tranca”, le dijo:
— Del dinero ese que me tienes, dame tres pesos que necesito.
Y Riera le contestó:
— Ese dinero no es tuyo. Si no te vas, habrá que devolverlo a sus dueños.
El caso fue que se le compró el boleto, se le acompañó hasta el mismo barco y fue allí donde se le entregó el pasaje más algún dinero para gastos, y por fin pudo volver a México.
En México, durante años publicó en el periódico Excélsior, en su columna Perifonemas, con prosa magistral, no igualada por ningún otro periodista contemporáneo de América.
Realmente, era una persona tan conocida en los círculos artísticos, literarios y periodísticos mexicanos, que se le abrieron de par en par todas las puertas. Al parecer, en esta nueva oportunidad fue más cauteloso en sus escritos.
En Cuba no se le volvió a ver más. En 1942 se recibió la noticia de su muerte en México. Había muerto enfermo de los pulmones. En ese año, Tallet escribiría un artículo en la revista Grafos acerca de quien fuera su amigo el poeta colombiano Porfirio Barba Jacob, que tituló: Barba Jacob: perdulario genial. Y en el escrito consideró que había sido uno de los mejores poetas en lengua castellana.
Deje un comentario