Barba Jacob, un poeta perdulario del siglo XX (PARTE I)


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Caricatura de Porfirio Barba Jacob por Ómar Rayo, 1949.

En el periódico habanero Granma de fecha del miércoles 22 de junio de 2016, en una noticia aparecida en su página 4, bajo el título Confirman en México reunión con maestros opuestos a reforma educativa, se dice que el Gobierno de la República de los Estados Unidos Mexicanos se va a reunir con los integrantes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE). Esta noticia apareció después que una manifestación pacífica de maestros en el estado de Oaxaca, fuera reprimida por las fuerzas armadas mexicanas y dejara unos doce muertos y medio centenar de heridos, pues la fuerza pública arremetió contra los maestros a balazos. La manifestación fue contra una ley acerca de asuntos educativos que firmó el presidente Peña Nieto, y que rechazaban los maestros. La verdad es que a un Gobierno que ataque una manifestación pacífica de maestros y deje tan horroroso saldo, como digo antes, solamente se le puede calificar con los peores epítetos.

Continúa la información que ofrece el diario Granma, y dice que el Gobierno de la nación mexicana va a estar representado por el titular de la Secretaría de Gobernación (Segob), cuyo secretario o ministro lo es el señor Miguel Ángel Osorio, y esto último me dejó pensando: “¡Pero si se llama igual que el gran poeta colombiano Barba Jacob, quien utilizó varios nombres ficticios!”.

Por supuesto, quizás solamente algunos estudiosos de literatura se acordarán de aquel bardo colombiano, que murió hace casi setenta y cinco años, en 1942. Barba Jacob no solamente sabía versar y versar bien, sino que era un bohemio especial, y un excelente periodista hombre.

Pudiera ser que este secretario de Gobernación para nada tuviera que ver con aquel Miguel Ángel Osorio, pero del diablo son las cosas y a lo mejor pudiera ser que sí, y fuera, por lo menos, su nieto o bisnieto. Pues muchos años que el otro Miguel Ángel Osorio vivió en diversos estados mexicanos, y a pesar de que cambió varias veces de nombre, si hubiera tenido algún hijo lo habría inscrito con su apellido original. Vaya usted a saber de dónde será oriundo este secretario de Gobernación. Sin embargo, esta casualidad o no, me ha dado pie para escribir acerca de este poeta tan singular, diría que singularísimo, que fue amigo de tantos intelectuales cubanos hace como un siglo.

Porfirio Barba Jacob visitó a Cuba varias veces. No digamos “visitó”, pues en cada una de tales visitas lo que verdaderamente hizo fue una larga y, por momentos, complicada estancia, no para él, sino para sus amigos, aunque estos, a la postre, mucho que se divirtieron con él, mucho que disfrutaron de su compañía, mucho que se deleitaron con sus versos.

Había nacido el 29 de julio de 1883 —próximamente se cumplirán ciento treinta años de su nacimiento—, en la población de Santa Rosa de Osos, en Antioquia, Colombia. Sus padres lo fueron Antonio María Osorio y Pastora Benítez, quienes lo dejaron a los tres meses con sus abuelos paternos. Cuando murió su abuela, todo se le vino al suelo.  Antes, había sido llamado por el ejército colombiano para combatir en una guerra civil, y después fue maestro. Entonces salió de Colombia.

El poeta colombiano cambió su nombre varias veces, y con cada uno de ellos fue conocido ampliamente. El primero que adoptó fue el de Maín Ximénez, después se llamó Ricardo Arenales, y el último nombre que “se escogió” fue el de Porfirio Barba Jacob.

En 1902, en Bogotá, fundó el periódico El Cancionero Antioqueño, y ya allí tenía cambiado el nombre a Maín Ximénez. Leamos la primera estrofa de su obra Acuarimántida:

 

Vengo a expresar mi desazón suprema

y a perpetuarla en la virtud del canto.

Yo soy Maín, el héroe del poema,

que vio, desde los círculos del día,

regir el mundo una embriaguez y un llanto.

 

En 1907, en Barranquilla, Colombia, publicó Campiña florida. Aquí adoptó su nuevo nombre, que tendría hasta 1922: Ricardo Arenales.

Su poema Canción de la vida profunda, el más importante de todos los suyos según algunos críticos, en una fuente está referido como que lo escribió en Barranquilla, en 1907, y en otra, que fue escrito en Cuba, en su visita de 1915.

Estuvo en Cuba en cuatro oportunidades: en 1908, 1915, 1925 y 1930.

Así es que, a pesar de ser pocos los años de una de sus estancias a la próxima, antiguos amigos cubanos o que vivían en Cuba, lo conocían de la estancia anterior, pero en cada nueva estancia entraba en contacto con nuevos amigos.

En 1908 llegó a Cuba por primera vez, donde estuvo algún tiempo y más tarde viajó hasta México, y allí continuó su afición por crear periódicos y revistas. En Monterrey, la mayor ciudad del norte mexicano, fundó la Revista Contemporánea y fue jefe de redacción de El Espectador. Sin embargo, su carácter discutidor, de siempre estar metido en problemas, lo hizo enemigo del régimen dictatorial de Porfirio Díaz, y en los últimos momentos de este régimen, en 1911, esto le costó seis meses de cárcel, pero fue sacado de ella por los revolucionarios, cuando derrocaron a Díaz.

Posteriormente, en la capital mexicana colaboró con los periódicos El Imparcial y El Independiente, así como con la revista El Porvenir.

Tiempo más tarde, en 1914, publicó un reportaje periodístico titulado El combate de la Ciudadela narrado por un extranjero, hecho que sucedió en 1913, en el cual se combatió durante diez días (la Decena Trágica); en él se relatan los sucesos que siguieron al asesinato del expresidente Francisco Madero ?ordenado por Victoriano Huerta?, por parte de los “revolucionarios” de Huerta contra seguidores de Madero, y se vio obligado a huir del país, pues habían jurado matarlo por ello.

Inmediatamente pasó a Guatemala, y allí ejerció gran influencia y dejó una muy buena huella literaria. Su amigo, el poeta y cuentista guatemalteco Rafael Arévalo Martínez publicó un cuento, en ese mismo año 1914, titulado El hombre que parecía un caballo, en el cual se refiere al propio Arenales, y que dio gran notoriedad al poeta colombiano, pues fue el inicio de la leyenda que se tejió acerca de su vida. Pero como siempre, en tantos líos políticos se metió el colombiano, que de Guatemala también tuvo que salir huyendo.

En 1915 se da su segunda estancia habanera. Aquí escribe varios de sus poemas, entre ellos: Canción innominada, Elegía de septiembre, Lamentación de octubre, y Soberbia. Según una fuente —ya lo dije antes— fue en esta estancia cubana cuando escribió su poema Canción de la vida profunda, que otra expresa que fue en Barranquilla, en 1907. Más tarde se fue a Nueva York, donde colaboró con varios periódicos en español.

 

LA CANCIÓN DE LA VIDA PROFUNDA

 

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,

como las leves briznas al viento y al azar...

Tal vez bajo otro cielo la gloria nos sonría...

La vida es clara, undívaga y abierta como un mar.

 

Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,

como en Abril el campo, que tiembla de pasión:

bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,

el alma está brotando florestas de ilusión.

 

Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,

como la entraña oscura de oscuro pedernal:

la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas,

en rútilas monedas tasando el Bien y el Mal.

 

Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos...

? ¡niñez en el crepúsculo! ¡laguna de zafir! ?

que un verso, un trino, un monte, un pájaro

que cruza,

¡y hasta las propias penas!, nos hacen sonreír...

 

Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,

que nos depara en vano su carne la mujer:

tras de ceñir un talle y acariciar un seno,

la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.

 

Y hay días que somos tan lúgubres, tan lúgubres,

como en las noches lúgubres el llanto del pinar.

El alma gime entonces bajo el dolor del mundo,

y acaso ni Dios mismo nos puede consolar.

 

Mas hay también ¡oh Tierra! un día... un día... un día...

en que levamos anclas para jamás volver;

un día en que discurren vientos ineluctables...

¡Un día en que ya nadie nos puede retener!

 

En 1916 lo vemos en Honduras. Traba amistad con Vicente Monterroso, padre de los hermanos Monterroso, que todos eran gente de arte. Tenían una imprenta y una revista en Tegucigalpa, la capital hondureña, que después la trasladaron a La Ceiba. Los hijos se llamaban Vicente Monterroso Lobos — padre de Augusto Monterroso y Bonilla, el hombre que escribió el cuento más breve del mundo—, y su hermano Augusto, genial caricaturista y director artístico de la revista que primero editó su padre y, después, su hermano. Vicente Monterroso Lobos, quien estaba casado con Amalia Bonilla, inscribió a su hijo, por su hermano Augusto, con igual nombre. He aquí el origen del nombre de Augusto Monterroso Bonilla, más conocido por Tito Monterroso, el hombre famoso en la historia del mundo, por un cuento de siete palabras. El poeta colombiano, en su estancia hondureña, hizo muy buenas ligas con el padre de los hermanos Monterroso, esto es, con el abuelo de Tito. En 1916, Barba Jacob, que era entonces Ricardo Arenales, publicó su periódico Ideas y Noticias, en la imprenta de la revista América Central, que estaba establecida en el departamento hondureño de La Ceiba.

En 1917, Ricardo Arenales, que también era muy buen periodista, se encontraba residiendo en El Salvador cuando tuvo lugar un gran terremoto que dejó destruida a la capital, la ciudad de San Salvador, el 7 de junio —aunque existe otra versión que dice que ese mismo día él llegaba a San Salvador—. Entonces publicó en ese país un libro de crónicas que tituló: El terremoto de San Salvador: narración de un superviviente, de 180 páginas.

 

(Continuará)


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