Mi primer contacto con Leonel Limonta se remonta a finales de los años ochenta del pasado siglo, si mi memoria no me traiciona, en el desaparecido cabaret Caribe, del hotel Habana Libre. Aquel primer encuentro estuvo matizado por una presentación de la Charanga Habanera y él estaba ahí para entregarle a David Calzado un tema que había compuesto y que años después sería todo un éxito de esa orquesta cubana: Extraños ateos.
Le recuerdo tan desgarbado como ahora, acusando cierta timidez y muy cuidadoso al hablar. Compartimos la mesa y una larga charla ya entrada la madrugada —vimos amanecer— recostados a la cerca de la heladería Coppelia, que para ese entonces reunía a los habaneros que disfrutaban tomar helados pasada la media noche.
Años después, asistí al lanzamiento de su orquesta a la que nombró Azúcar Negra y se permitió el lujo de tener a Haila Mompié como cantante solista; para ese entonces había ya consolidado su carrera como compositor de algunos de los temas más bailados en los años noventa y la orquesta que fundaba, parecía una aventura efímera al estar subordinada al actuar y proceder de su cantante; sin embargo, sobrevivió a la salida de esta años después y poco a poco avanzó, hasta llegar a estos tiempos para presentar su más reciente producción discográfica titulada: Bailar con tacones, del sello EGREM y que fuera presentada a los medios en días pasados.
Bailar con tacones es un disco más de música bailable, como otros tantos, que se producen hoy en Cuba, del que sus productores sienten su correspondiente orgullo, y no es para menos, todo disco es un hijo al que se dedican esfuerzos de todo tipo y se le ve caminar cuando comienza su vida útil en el mercado y hasta aquí estamos todos de acuerdo.
Un fenómeno que viene enfrentando la música popular cubana es el agotamiento que la está marcando y al que no escapa ninguna orquesta, productor y/o figura involucrada y que ya se comienza a manifestar en una parte importante de la discografía que se está produciendo. Esto es harto peligroso y compromete el futuro de la música bailable y al mismo bailador y de ello aún no parecen tomar conciencia los directores de agrupaciones, que continúan agrandando este círculo vicioso en sus presentaciones en vivo o en los conciertos en las salas de fiesta de la ciudad y por desgracia hasta Azúcar Negra y Leonel Limonta en su doble rol; sin embargo, aún este fenómeno no trasciende a la producción discográfica, pero puede llegar en cualquier momento.
Antes me referí a Limonta como compositor y este CD es una muestra de ello, al ser de su autoría once, de los trece temas, donde comparto alegrías con Dame un beso, La dama de la noche y Si tú me das yo te doy; aquí regresa su madera de compositor —en lo personal son los mejores temas propuestos por él para esta producción— que logra sobrevivir a los modismos y los giros que impone un sector del público que asiste a las salas de baile; mas donde hace determinadas concesiones efectistas es en un tema como La farándula me llama; que bien puede ser prescindible y aquí quisiera acotar que el uso indiscriminado de tal palabra ha vulgarizado un concepto que va más allá de pizpiretas, algunos que otros “pichi” trasnochados y girovagantes sin fortuna; pues el término “farandula” siempre fue aplicable al ambiente propio donde concurrían artistas de las diversas artes, muy a pesar que su gran mayoría fueran músicos y bailarine(a)s (proviene de las noches francesas que precedieron al impresionismo y dicen que Henry Tolouse Latret acuño el término en su primera exposición).
Musicalmente Bailar… combina diversos ritmos caribeños y ello aporta diversidad sonora, muy necesaria cuando vivimos tiempos de música desechable y reciclada y que este redactor espera superen el papel de track acompañante y hagan vida propia en los medios de difusión; pues timbear es algo que merecemos, pero una timba bien dosificada reconforta el alma.
No quisiera terminar estas notas sin antes referirme al diseño del CD, sobre todo a su portada, que de modo atrevido hace uso de un recurso ya empleado por el cine (muy a lo Almodovar) y que para nada resulta agresivo y/o denigrante en materia de género; todo lo contrario es un juego de imagen y tiempo expresado en una croma agradable que contrasta con la foto de pose gastada de la contraportada; lástima que aún ese recurso no se supere.
Han pasado más de veinte años de mi primer encuentro con Leonel Limonta; la Charanga Habanera y el hotel Habana Libre, hoy corren por otros caminos (también faltan los amigos, el tiempo para charlas esperando la llegada de un nuevo día); pero su creatividad musical ya muestra una madurez necesaria. Ojalá que le dure muchos años para bien de la música cubana… por mi parte bailaré con mis propios tacones (me pondré los zapatos de “Manacho”) y esperaré el próximo CD.
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