La Editorial Oriente está circulando desde hace varios meses un libro de un centenar de páginas escrito por Blas Naval Pérez Camejo acerca de la mirada de José Martí hacia Vasili V. Vereschaguin, pintor ruso del siglo XIX (1842-1904), quizás el que alcanzó mayor reconocimiento en el mercado internacional del arte en los finales de aquella centuria.
Los conocedores de la obra del Maestro siempre hemos dado importancia, sobre todo, a su crónica acerca de una muestra de más de doscientas de sus pinturas en Nueva York, publicada en el diario La Nación, de Buenos Aires. Bajo el título de “La exhibición de pinturas del ruso Vereschaguin”, tal texto evidencia el interés y la alta estima que el cubano dio a la creación del ruso, en quien apreció especialmente sus temas acerca de la guerra.
Es comprensible que Martí, quien en alguna ocasión llegó a afirmar que “el porvenir es la paz” se identificara con el rechazo a los conflictos bélicos que provocaban los sufrimientos y la muerte de enormes cantidades de seres humanos. No por gusto una y otra vez calificó a la lucha armada a la que convocó al pueblo cubano como una “guerra necesaria”, porque la metrópoli no dejaba otra salida para resolver los problemas de la nación y alcanzar su independencia. A ese fin, su plan para iniciar el combate se basaba en que la guerra fuese “rápida como el rayo”, a fin de que las pérdidas humanas y materiales fuesen las menos posible, plan que tuvo que ser modificado al ocupar las autoridades de Estados Unidos los tres barcos y los recursos bélicos que debían haber ido hacia la Isla con los principales jefes militares mambises.
Claro que en virtud de su enorme cultura artística y de su especial sensibilidad, Martí reconoció las cualidades que adornaron la pintura de Vereschaguin, tanto su manejo de la luz y el color como el impresionante dramatismo de sus escenas colectivas e individuales acerca del dolor y el sufrimiento que provocan las guerras.
Recordemos que desde mediados del siglo XIX del desarrollo de la industria bélica producía armas de fuego de mayor alcance, precisión y cadencia. La Guerra de Secesión o Civil en Estados Unidos, y en Europa la Austro-Prusiana y la Franco-Prusiana movilizaron a cientos de miles de hombres en varios combates por los bandos contendientes con semejantes enormes pérdidas humanas.
Como nos explica Blas Naval, Vereschaguin fue un creador prolijo que trató temas diversos, en acuerdo con sus numerosos viajes y residencias que incluyeron buena parte de Europa, zonas de Asia y el Pacífico y Estados Unidos. Pero un sector numérica y artísticamente significativo de su gigantesca obra pictórica presenta lo mismo las tétricamente imponentes imágenes de centenares de caídos en los campos de batalla como el drama en solitario del soldado herido o agonizante, cuadros en los que volcó su presencia en las expediciones militares rusas en Turquestán y en la Guerra ruso-turca, al igual que recogió escenas de la atroz represión inglesa sobre las insurrecciones en India contra la dominación colonial. En un viaje a Cuba, terminada la Guerra Hispano-Cubano-Norteamericana, realizó numerosos dibujos y óleos de aquella contienda. En contraste con su creación dedicada a desestimular el espíritu bélico, Vereschaguin pereció en el hundimiento de un acorazado ruso durante la guerra de su país contra Japón.
El libro de Blas Naval consta de una larga “Introducción” que rastrea la presencia de Vereschaguin en todos los escritos martianos, un primer capítulo que entrega con amplitud la vida y la obra del pintor, y un tercero en que se examina detalladamente la crónica martiana acerca de la exposición neoyorquina del artista. Muy valioso resulta el “Anexo gráfico” que incluye doce de sus cuadros a color, además de los varios que se insertan a lo largo del libro. Finalmente, hay que agradecer al autor la amplia relación bibliográfica que consultó, actualizada con numerosas fuentes en Internet, muchos de cuyos títulos se encuentran en lengua rusa.
El autor había mostrado desde mucho antes en varias obras su interés por la cultura rusa, y en cuanto a Vereschaguin había publicado una bibliografía sobre la estancia del artista en Cuba y otro sobre sus piezas en la galería Tetriakova de San Petersburgo. Ahora, con Asir la luz, pone a nuestra disposición las claves que permiten entender por qué el Maestro se interesó favorablemente por el ruso.
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