Así empezó la historia del Che (II)


asi-empezo-la-historia-del-che-ii
Che Guevara

Los cuatro últimos meses del joven Guevara en Guatemala se caracterizan por una vertiginosa actividad que ha de señalar un hito pre definitorio en su vida: su tránsito desde la inda­gación social hacia la acción política, desde la orientación económica hacia la práctica revolucionaria.

Ya en los primeros días de mayo la contrarrevolución pasa a la ofensiva militar. Asentada en Honduras y con el total apoyo del gobierno de Eisenhower en equipos bélicos, adiestramiento y financiación, se prepara una fuerza reaccionaria para invadir el país, e inician sus incursiones aviones piratas que bombar­dean no solo objetivos militares sino algunos barrios poblados y el palacio presidencial.

Ante la intervención directa del Departamento de Estado, de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y de su principal inter­mediario, el embajador yanqui en Guatemala, John Emil Peuri­foy, lo mejor del pueblo se apresta a la defensa del país. Pero la traición estaba tramitada dentro de las filas del ejército guatemalteco cuando comenzó la agresión en gran escala desde el extranjero.

Guevara, que en esos momentos colaboraba en la redacción de una tesis relacionada con la reforma agraria, mientras conti­nuaba su trabajo nocturno en el Centro de Maestros, multiplica su tiempo uniéndose a la Alianza de la Juventud en las tareas de vigilancia y defensa civil y, más tarde, el 18 de julio, al pasar la frontera la legión mercenaria dirigida por el futuro dictador Carlos Castillo Armas, forma parte de las milicias que se ofrecen para ir a luchar en el frente de combate. No logran llegar al Presidente. Se les dice que el ejército es suficiente y que ha tomado las medidas necesarias. Pero la traición se suma y las guarniciones del inte­rior comienzan a unirse a las fuerzas invasoras. Junto a otros revolucionarios latinoamericanos y a jóvenes del Partido Guatemalteco del Trabajo (comunista), participa en la concre­ción de un plan para la defensa de la capital, pero no reciben armas. Los partidos políticos integran un comité de emergencia. Arbenz dirige un mensaje radial al país el 25 de junio. El 26 renuncia, se refugia en la Embajada de México, y toma el camino del exilio.

Tres o cuatro días dedica Ernesto a la redacción de un análi­sis del proceso guatemalteco en el que denuncia al imperialis­mo yanqui como promotor del desenlace contrarrevolucionario.  Plantea la tesis de la posibilidad y necesidad de que el pueblo tome las armas para luchar contra sus enemigos, lo que hace extensivo a los demás países latinoamericanos, y culmina el artículo "Yo vi la caída de Jacobo Arbenz" con una expre­sión premonitoria: "La lucha comienza ahora". (1)

La llegada de Castillo de Armas a la capital no atemoriza a este joven Guevara, que se dedica a la peligrosa tarea de conseguir casas donde esconder a dirigentes políticos o a gestionarles protección en las sedes diplomáticas.

Su participación en los trajines defensivos lo había puesto en evidencia como un extranjero peligroso ante el régimen despó­tico, que inmediatamente inicia una oleada represiva. Reside varios días en casa de la luchadora hondureña Elena Leyva y, a instancias del encargado de negocios argentino, Sánchez Toran­zo, pasa a hospedarse en la Embajada de su país que, como todas las demás, estaba repleta de asilados. Allí encontraría de nuevo al cubano Mario Darmau y a algunos otros conocidos.

Finalizaba el mes de agosto cuando llega un avión argentino para sacar del país a los refugiados en la Embajada. Ernesto Guevara rechaza la oferta; otros eran sus planes. A riesgo de ser detenido, sale a la calle y solicita visa en la Embaja­da mexicana. Mientras se resuelve ese trámite va a recorrer durante tres días la indígena región del Lago Atitlán.

A su regreso a Ciudad Guatemala, ya obtenido el permiso, empaqueta sus libros en casa de una tía de Elena Leyva —donde había dejado sus cosas al salir de la embajada varios días antes— y recoge su pasaporte argentino para pasar una nueva frontera. Aunque en ese momento no lo sabe, esta sería la última vez que va a utilizarlo. En lugar de este pasaporte, cuando veintisiete meses después inicie su siguiente viaje intramericano, su credencial ha de ser el fusil guerrillero.

Al norte, México. Y, en el trayecto, Julio Roberto Cáceres, "de muy pequeña estatura, de físico más bien endeble; por ello le llamábamos ?El Patojo’, modismo guatemalteco que significa pequeño, niño"; según lo define el propio Che en crónica memorable que escribió al conocer de su caída en combate ocho años después:

La primera vez que nos vimos fue en el tren, huyendo de Guatemala, un par de meses después de la caída de Arbenz; íbamos hasta Tapachula de donde deberíamos llegar a México. ?El Patojo’ era varios años menor que yo, pero enseguida entablamos una amistad que fue duradera. Hicimos juntos el viaje desde Chiapas hasta la ciudad de México, juntos afronta­mos el mismo problema: los dos sin dinero, derrotados, tenien­do que ganarnos la vida en un medio indiferente cuando no hostil. ?El Patojo’ no tenía ningún dinero y yo algunos pesos; compré una máquina fotográfica y, juntos, nos dedicamos a la tarea clandestina de sacar fotos en los parques… (2)

Sin haber promulgado la amnistía política, vindicación que cada día asume más la tónica de un generalizado clamor popu­lar, en noviembre de 1954 se efectúa en Cuba la farsa electo­ral en la que al retirarse el solitario oponente que se prestara al rejuego, el ex mandatario jerarca “perreceísta” Ramón Grau San Martín, el tirano Batista se autoelige presidente como candidato único, con una cifra récord de sufragios, aunque los colegios electorales se caracterizaron por la ausencia de votantes.

En estos tiempos, México se ha erigido en la gran Babel del asilo político latinoamericano.  Caleidoscopio humano que refleja la más variada gama de posiciones y matices ideológi­cos.  La vendetta neofascista patrocinada por la United Fruit Company ha volcado hacia la frontera mexicana a la populosa colonia de refugiados que había atraído Guatemala durante los años anteriores. A ella se agrega ahora un nuevo contingente nacional de perseguidos: el de los guatemaltecos, transforma­dos de la noche a la mañana de anfitriones en desterrados. El mapa político del cordón de países circundantes del golfo de México y el arco del Caribe solo mostraba a dos de ellos sin el ensombrecido tinte de las tiranías.

En noviembre de 1954 el joven Guevara ya había conseguido un modesto alojamiento que comparte con Julio Roberto Cáceres en el centro de Ciudad México.  Con ?El Patojo’ dedica el tiempo libre que le deja su gratuita actividad médica en la Sala de Alergia del Hospital General, a la precaria actividad de fotógrafo ambulante. Ha conocido a más latinoamericanos y va rencontrando a muchos de los conocidos durante su fugaz pero intensa travesía por el itsmo. Allá van a dar, entre los nicara­güense, los Torres; entre los peruanos, Hilda Gadea; entre los guatemaltecos, Villamar, Bauer Páiz, Díaz Roezzoto, los herma­nos Pineda y tantos otros.                                                      

Y, llevando a un compañero que necesitaba atención, un día llega al Hospital General un joven extremadamente alto y delgado, sencillo pero fervorosamente activo en su entusiasmo revolucionario; y, al entrar, es la euforia ante la inesperada presencia de aquel médico argentino a quien había conocido en su tránsito por Guatemala. Es así el rencuentro de “Ñico” López con Ernesto Guevara: el rencuentro del joven Guevara con la Revolución cubana.

Y es de nuevo compartir acción, preocupación y pan con estos cubanos que ahora forman un grupo más nutrido, por los que ya estaban en México o han venido desde su isla o de otros países de América y que afectuosamente, con esa jovialidad que tipi­fica al criollo, ya no lo llaman por su nombre sino que le dicen Che.

Y es así que el Cheve de nuevo a aquel Severino Rosell de sus días en Costa Rica. Y es que en enero ha conocido en la calle al médico argentino Alfonso Pérez Viscaíno, que dirige la sucursal de una tal Agencia Latina de noticias; y es que Guevara acepta brindarle sus servicios fotográficos porque ya tiene experiencia como reportero y fotógrafo deportivo desde que, con quince o dieciséis años, practicaba el futboll rugby y estuvo a cargo de la revista argentina Tacle; y es que es el mes de marzo de 1955 y del 6 al 20 han de efectuarse en la capital azteca los IV Juegos Deportivos Panamericanos; y es que varias competencias se desarrollarán al mismo tiempo y busca quien le ayude para cumplir lo convenido... y Severino Rosell recuerda así su participación con el Che en ese evento: “Hicimos una pequeña cooperativa de fotógrafos. Y después nosotros mismos revelábamos las fotos.”

Y es este el mismo Che que acompaña al “Patojo” algunas noches en el empleo de sereno que le ha conseguido para cuidar las vitrinas de una librería. Y el mismo que atenderá unos casos de alergia en el Instituto de Cardiología. Y que acopia información sobre esa enfermedad y la estudia y comienza a redactar un ensayo sobre "el médico en Latinoamérica". Y que inicia trámites con la Organización Mundial de la Salud para ir a trabajar como médico al África. 

Y que se prepara y gana en concurso una cátedra de fisiología. Trámites que no continuará y cátedra que no ocupará, porque en un futuro ya muy próximo otros han de ser los derroteros hacia los que orientará su vida. Intervendrá, sin embargo, en un Congreso de Alergia en septiembre de 1955. ¿Alguien lo retie­ne en el recuerdo de aquel evento científico? No se sabe. Solo nos queda un título: "Experiencia del doctor Guevara sobre tratamiento de enfermos alérgicos por el método del doctor Pizzani con alimentos semidigeridos".

Pero antes, cuatro meses antes de ese encuentro médico en Veracruz, una vertiginosa serie de acontecimientos que tendrán como escenario a Cuba, desde el día 15 de mayo, han de proyectarse en la circunstancia personal de este joven médico argentino que ya es el Che, aunque todavía únicamente para el reducido grupo de cubanos exiliados en tierras mexicanas. 15 de mayo de 1955. Una fecha clave en nuestra historia. Faltaban siete semanas para un acontecimiento trascendental en la vida de este Che, joven médico argentino.

Siete semanas decisivas

- ¿Piensa quedarse en Cuba?

- Sí, pienso permanecer en Cuba, luchando a visera descubier­ta. Combatiendo al gobierno, señalando sus errores, denun­ciando sus lacras, desenmascarando gánsteres, porristas y ladrones

Pero solo podrá permanecer cincuenta y dos días más en Cuba.

La escena es en el tren que se desliza desde Batabanó —rumbo a La Habana— en la madrugada del lunes 16 de mayo de 1955. Pregunta un periodista de Radio Cadena Habana.  Responde un hombre que desde la tarde anterior ha salido del presidio de Isla de Pinos, tras veintidós meses de encarcelamiento. Lo acompañan otros veintiocho hombres, sentenciados también en la misma Causa 37 de 1953. Y familiares, y amigos y compañeros de lucha. Son una parte de los sobrevivientes del ataque al Cuartel Moncada. Y es el jefe del Movimiento que ejecutó aquella acción, el joven abogado de filiación ortodoxa Fidel Castro Ruz.

El régimen ha tenido que dictar finalmente una completa amnis­tía política. "La amnistía es el resultado de la extraordina­ria movilización popular, secundada magistralmente por la prensa cubana, que ha ganado la más hermosa de las batallas", responde en una de las entrevistas que se suceden sin pausa, y en las que queda nítidamente definida la posición de los moncadistas: “Estamos por una solución democrática. El único que se ha opuesto aquí a soluciones pacíficas es el régimen.”

Fidel utiliza la misma táctica de los meses posteriores al golpe del 10 de marzo. Presionar para agotar las vías convencionales, descaracterizar ante la opinión pública a la tiranía, evidenciar sus intenciones. Acelerar una etapa para despertar conciencia en el pueblo sobre lo imprescindible de asumir la solución necesaria:

Los cubanos queremos la paz; pero solo a través del camino de la libertad podemos alcanzarla. La paz no puede convertir­se en un paréntesis para que el despotismo consolide el privi­legio y la opresión con un apaciguamiento que le permita disfrutar en calma de los gajes del poder usurpado.

Presionar. Quemar una etapa. Solo que ahora no será necesa­rio esperar mucho. Como lo anunciara antes del Moncada, el latrocinio, el abuso, el despojo a los trabajadores, el cri­men, el privilegio en favor de las minorías explotadoras, y la sumisión y entrega del país a los intereses extranjeros han sobrepasado todos los antecedentes de la época seudorepubli­cana.  Solo que ahora la duda respecto a las soluciones elec­torales se han transformado en la incredulidad por lo ocurrido un año antes en las más espurias elecciones que registraría nuestra historia. Solo que ahora ya existe en esa misma historia el 26 de julio de 1953 y una vanguardia dispuesta a luchar hasta la victoria o la muerte.

Sí, piensa permanecer en Cuba. Pero desde prisión ha guiado los hilos que conducen a la integración de núcleos cada vez más numerosos de agitación política, que mantienen en constan­te jaque a la tiranía y que, al mismo tiempo, constituyen la cantera de una organización que se prepara para reiniciar la insurrección armada, y que inmediatamente que los moncadistas salen de la cárcel ya tiene un nombre, que se escribe con la sangre de sesenta y un compañeros caídos en Bayamo y Santiago de Cuba: Movimiento Revolucionario 26 de Julio (MR-26-7).

Sí, piensa permanecer en Cuba. Pero el 19 de mayo es detenido el director de la Onda Hispano-Cubana por haber radiotransmi­tido un programa en que habló Fidel. Y el 20 de mayo es registrada la vivienda de Pedro Miret, a solo cinco días de su excarcelación, en un aparatoso despliegue de fuerzas represi­vas, que esa misma noche se multiplican para acordonar toda el área de la colina universitaria.  Motivo: el gobierno prohíbe a la Federación Estudiantil Universitaria, presidida ya por José Antonio Echeverría, que efectúe el acto de masas para el que se anunció haría el resumen Fidel.

Faltaban seis semanas.

Sí, piensa permanecer. Pero el coronel Río Chaviano, eficien­te intermediario en el asesinato masivo de los revolucionarios apresados en Oriente en julio de 1953, con unas miserables declaraciones públicas se hace actor de una clara maniobra de provocación. Y Fidel denuncia sus venalidades y crímenes: "No importa que nuestras manos estén sin armas. Hoy somos columnas morales de la patria y, como columnas, nos desplomaremos antes que doblegarnos.  En Cuba estamos a pesar de todos los riesgos, y nuestros pechos limpios se yerguen sin temor a la bala homicida y mercenaria". (3)

Sí, piensa permanecer. Pero el revolucionario Juan Manuel Márquez, que devendría miembro de la Dirección del MR-26-7 y segundo al mando en la expedición del Granma, tiene que ser hospitalizado tras resultar brutalmente agredido por la poli­cía. Y Fidel denuncia el hecho con una enérgica nota en el periódico La Calle, que dirige Luis Orlando Rodríguez. (4)

Faltaban cinco semanas.

Sí, piensa permanecer. Pero tiene que ripostar una petulante amenaza del propio Batista: "¡Sea valiente, Batista!; tenga el valor de sobreponerse a los oscuros intereses que lo rodean, a su propia soberbia y devuelva a la nación lo que le ha arreba­tado." (5)

Sí, piensa permanecer. Pero va a hablar en la Hora Ortodoxa el seis de junio, y una orden ministerial prohíbe la radiación del programa ese día. Hablará de todas maneras, mediante una denuncia escrita publicada por la prensa. (6)

Faltaban cuatro semanas.

Sí, piensa permanecer en Cuba. Pero son apresados Juan Pedro Carbó Serviá, José Machado “Machadito”, “Manolo” Carbonell, y se acusa a otros revolucionarios; y, no obstante que se encuentra en Oriente el día de los hechos, se ordena el procesamiento en la misma causa, por la explosión de una bomba en el cine Tosca de La Habana el 9 de junio, de uno de los recién excarce­lados combatientes del Moncada. La burda intención guberna­mental resulta evidente.  Y es así que Raúl Castro debe asi­larse y partir hacia México. (7)

Sí, piensa permanecer. Pero Jorge Agostini es capturado y acribillado a balazos por las fuerzas represivas. Y de nuevo se alza la voz de Fidel: “¿Por qué esa cacería humana contra un hombre que no estaba reclamado por ningún tribunal de justicia? Agostini estaba comprendido entre los beneficiarios por la última ley de amnistía...” (8)

Faltaban tres semanas.

Una sola vez más podrá utilizar Fidel el diario La Calle. En esta ocasión, para protestar del atropello a los trabajadores ferroviarios en huelga y alentarlos en su lucha; y para denun­ciar la resolución que prohíbe a Unión Radio y al Canal 11 transmitir todo tipo de programa en el que figure Fidel Cas­tro. (9) Arbitrariedad insólita, el régimen no clausura ya un programa radial o televisivo: ¡clausura a una persona!

Faltaban dos semanas.

Esa reiteración de la osadía de Luis Orlando Rodríguez, que ha mantenido abierto siempre un espacio de su diario para Fidel, rebasa ya con mucho lo que el despotismo puede soportar. Y el 16 de junio es clausurado el diario La Calle. Faltaba una semana. 

La suerte está echada. Firme la decisión, escaso el equipaje, parte “para emprender una lucha de la que no se regresa o se regresa con la tiranía descabezada a los pies.” (10)

Esto será todo...

O casi todo.  Porque en esta nueva fase que así se ha iniciado —y que devendría reapertura del capítulo de los partes de guerra— será coincidentemente otra vez, igual que ocurriera antes del asalto al Moncada, el semanario Bohemia, el último órgano de la prensa nacional cubana que utiliza Fidel para retar al régimen. Aprovecha una encuesta acerca del posible regreso a Cuba del derrocado ex presidente Carlos Prío. Y en el propio local que entonces ocupaba la revista, en la calle Trocadero, redacta su opinión en la que al tiempo que responde al tópico encuestado estalla en un nuevo reto a la dictadura.

El jueves 7 de julio de 1955, en vuelo el avión hacia México, la rotativa de Bohemia reproduce doscientas sesenta y cinco mil veces sus declaraciones:

Después de seis semanas en la calle y ver las intenciones de la camarilla gobernante, dispuesta a permanecer en el poder veinte años, como piden los adulones y aprovechados sin con­ciencia, ya no creo ni en elecciones generales. Cerradas al pueblo todas las puertas para la lucha cívica, no queda más solución que la del 68 y la del 95. (11)

Hacia la historia heroica

En Ciudad México, la calle José Emparan; en el 29-C, el apar­tamento de María Antonia González, la cubana que hace tiempo vive en la capital mexicana, y que siempre puede agregar un plato más a la mesa desde que hace unos veinte meses llegaron de su tierra los primeros: estos jóvenes que muchas veces buscan dónde dormir con la maleta bajo el brazo; que algunos días comen y alguno que otro no comen; que tienen trabajo a veces y a veces no lo tienen; dispersos y juntos, jaraneros y serios: la broma que les surge de lo cubano; la seriedad que brota del compro­miso contraído con el pueblo ante la tumba de sus hermanos muertos.

Y visita frecuente de esta casa es este joven argentino, Che para los cubanos, que ahora vive en Pachuca 108.

Tan pronto llega a México este nuevo exiliado, una de las primeras puertas que toca es la de Emparan 49. Allí, siempre, algunos cubanos. Y es el abrazo a compañeros no vistos desde hace veinticuatro meses. Y las orientaciones que trae desde La Habana. Y es quizás el relato de su andar de aquel domingo 26 de julio, a campo traviesa, siguiendo las líneas del ferrocarril hacia San Luis, y la noche y la mañana y otra tarde, hasta contar tres días antes de que lo encerraran en aquella celda, de frente al patio en que una placa señala el lugar de tránsito por unas horas del cuerpo sin vida de José Martí, llevado en mayo de 1895 para Santiago de Cuba. O quizás no hubo este relato, pero el hecho es cierto. Tan cierto como los veintidós meses que pasó encarcelado. Y como que este médico al que acaba de conocer es argentino, y le dicen Che, y estaba en Bolivia precisamente aquel domingo 26 de julio de 1953, aunque este quizás tampoco haya hecho ese relato.

Y el Che comenzará a visitar así a este recién llegado Raúl Castro Ruz. Y Raúl, a Ernesto Guevara de la Serna. Igual inquietud revolucionaria, similar propósito. Y pronto, muy pronto, la misma convicción, el mismo método, igual inquebran­table fe en el triunfo.

Jueves 7 de julio de 1955. Y en descenso, el avión toca pista en el aeropuerto de Mérida, Yucatán. Firme la decisión, escaso el equipaje, ya el 8 de julio llega en ómnibus a Ciudad México un hombre que ha dejado escrito al partir de Cuba: “Volveremos cuando podamos traerle a nuestro pueblo la liber­tad y el derecho a vivir decorosamente, sin despotismo y sin hambre.” (12)

Volverá. Es el máximo dirigente del MR-26-7, quien al frente de la Juventud del Centenario supo responder a un 10 de marzo con un 26 de julio. Ha dicho que volverá. Y volverá. Así lo repite en el bosque de Chapultepec el 26 de julio de 1955, en acto conmemorativo del segundo aniversario del asalto al Moncada, ante un grupo de exiliados latinoamericanos; entre ellos, este joven argen­tino Ernesto Che Guevara, a quien ya conoce; Raúl los ha presentado días antes.

La identidad fue absoluta, instantánea:

(...) Charlé con Fidel toda una noche y, al amanecer, ya era el médico de su futura expedición. En realidad, después de la experiencia vivida a través de mis caminatas por toda Latinoamérica, y del remate de Guatemala no hacía falta mucho para incitarme a entrar en cualquier revolución contra un tirano, pero Fidel me impresionó como un hombre extraordinario. Las cosas más imposibles eran las que encaraba y resolvía. Tenía fe excepcional en que una vez que saliese hacia Cuba iba a llegar, que una vez llegado iba a pelear y que peleando iba a ganar. (13)

Sí, la identidad fue instantánea, absoluta:

(...) En una noche —como él cuenta en sus narraciones— se convirtió en un futuro expedicionario del Granma. Pero en aquel entonces aquella expedición no tenía ni barco, ni armas ni tropas. Y fue así como, junto con Raúl, el Che integró el grupo de los dos primeros de la lista del Granma.

Che era una de esas personas a quien todos le tomaban afecto inmediatamente, por su sencillez, por su carácter, por su naturalidad, por su compañerismo, por su personalidad, por su originalidad, aun cuando todavía no se le conocían las demás singulares virtudes que lo caracterizaron.

(...) Se le veía impregnado de un profundo espíritu de odio y desprecio al imperialismo no solo porque ya su formación política había adquirido un considerable grado de desarrollo, sino porque hacía muy poco tiempo había tenido la oportunidad de presenciar en Guatemala la criminal intervención imperia­lista a través de los soldados mercenarios que dieron al traste con la revolución de aquel país.

Para un hombre como él no eran necesarios muchos argumentos. Le bastaba saber que Cuba vivía en una situación similar, le bastaba saber que había hombres decididos a combatir con las armas en la mano esa situación, le bastaba saber que aquellos hombres estaban inspirados en sentimientos genuinamente revo­lucionarios y patrióticos. Y eso era más que suficiente. (14)

Fue así como la suerte también quedó echada para el joven Guevara. Diecisiete meses de adiestramiento militar, priva­ciones, cárcel, amenaza de destierro, clandestinidad, renuncia a la vida familiar, preparativos y, a la una de la madrugada del 25 de noviembre de 1956, zarpaba de Tuxpan en una embarcación con ochenta y un hombres armados.

Comenzaba así la historia de un Comandante llamado Ernesto Che Guevara. Comenzaba así la historia de El Guerrillero Heroico.

 

 

 

 

 

NOTAS:

 

(1)  Este escrito del Che nunca fue publicado y, hasta el presente, no han aparecido sus originales. La reconstrucción de su contenido solo ha sido posible a partir de lo expresado por varios testimoniantes que tuvieron la oportunidad de leerlo en aquella época.

(2)  Guevara, Ernesto Che: "El Patojo", revista Verde Olivo, La Habana, agosto 19, 1962.

(3)  Castro Ruz, Fidel: "Mientes, Chaviano", revista Bohemia, La Habana, mayo 29 de 1955.

(4)  Castro Ruz, Fidel: "¡Estúpidos!", diario La Calle, La Habana, junio 4 de 1955.

(5)  Castro Ruz, Fidel: "Manos asesinas", diario La Calle, La Habana, junio 7 de 1955.

(6)  Castro Ruz, Fidel: "Lo que iba a decir y me prohibieron", diario La Calle, La Habana, junio 8 de 1955.

(7)  Después de pasar varios días en la clandestinidad y asilado en la sede diplomática mexicana, Raúl Castro salió de Cuba el viernes 24 de junio de 1955.

                (8)  Castro Ruz, Fidel: "Frente al terror y el crimen", diario La Calle, La Habana, junio 11 de 1955.

(9)  Castro Ruz, Fidel: "Lo que iba a decir y me prohibieron por segunda vez", diario La Calle, La Habana, junio 15 de 1955.

(10) Fragmento final de la dedicatoria fechada el 6 de julio de 1955 de Fidel Castro a José “Pepín” Sánchez en un ejemplar de la primera edición de La historia me absolverá.

(11) Fidel Castro Ruz, en Agustín Alles: "Opiniones sobre el regreso de Prío", revista Bohemia, La Habana, julio 10 de 1955.

(12) Ibid.

(13) Ernesto Guevara de la Serna, en entrevista efectuada por Jorge Ricardo Masseti en la Sierra Maestra en abril de 1958, reproducida con el título: "Che en Guatemala", diario Granma, La Habana, octubre 16 de 1967.

(14) Castro Ruz, Fidel: "Discurso pronunciado en la noche del 18 de octubre de 1967", diario Granma, La Habana, octubre 19 de 1967.


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte