Hacer una breve vista panorámica por el trabajo creativo de uno de los pintores cubanos más virtuosos de la llamada generación de los años ochenta del pasado siglo XX, es una de las deudas pendientes que tengo y que les invito a descubrir, mientras leen estas sucintas palabras.
Buscar en el hacer de Arturo Montoto un proceder analítico o una construcción teórica es reunirse con una obra sentida pero establecida bajo los clérigos de la ilusión del arte, que resulta emocionante sin que nos propongamos tener un fortuito encuentro con pinceladas del arte barroco, a la distancia de sus principales exponentes. Pretendiendo hacer un alegato de existencialidad, de vestigios de una realidad en donde se trenza con un fino hilar lo histórico y lo ilusorio, la transposición de fértiles argumentos y razones estéticas inundan el pensar del artista.
Porque es ahí, en sus doctrinas, donde residen, disipan o invaden la gran riqueza de códigos visuales que despliega su obra, en plenitud de una sensualidad vasta, que denuncia entonces en la sutil belleza elementos arquitectónicos olvidados.
Su hacer denota una meditación continua referente a la indolencia del mundo; por ello la producción artística trasciende la beldad simple, para desbordarse en un compromiso con la autenticidad y con los caminos que envuelven los trasfondos de entramadas lecturas y que conducen a una reparación estética-cultural. Arte que sintetiza sus anhelos artísticos, al tiempo que resalta el desasosiego, la apatía, haciéndose a la oscuridad, a la sombra, y a una pérdida apuntalada como asideros para la creación.
Sobre sus obras, el crítico de arte Rufo Caballero señaló:
Arturo se inscribe con letras mayores en esa breve tradición revolucionaria, contracorriente, que en los surcos de la pintura cubana ha retado el carácter entrópico privilegiado por la mayoría de los artistas. No sé qué pensará al respecto el mismo autor, pero no hay dudas de que el profundo raciocinio de la obra, lo ha llevado a una vivisección de la fruición estética, que tiene mucho más que ver con el orden que con el caos, con el centro que con la fuga. El silencio, la envergadura del silencio es la cualidad que propicia esa concentración. La vida la pone el espectador; el silencio de la obra apenas insinúa.
Su arte tiene un estilo que incita a la contemplación y utiliza esos atractivos visuales para apresar al espectador, cual si fuera una huella fotográfica. De ahí que deje ver factores que contribuyen al estatismo o como alegoría de una instantánea inusitada, pero con plurales universos al que contrapone otros elementos de la naturaleza y objetos cotidianos muy manidos, pero con un aire otro, que encierra como nostalgia del tiempo.
Proyectos sugerentes, delicados, minuciosamente modelados, traspasan un ambiente misterioso y lírico, donde se contrapone lo transitorio y lo perpetuo en trabajosas composiciones para figurar escenarios en un juego de luces, sombras y volúmenes que se nos proponen. De la misma manera, contrastar la sobriedad y la seducción de los colores, con una textura que denota pasión, encarnada en una arquitectura ruinosa y otras iconografías que divergen, edifican escenarios con ambientes construidos, que representan la desfragmentación de asolados sitios. Prueba de que en sus piezas dueña la teatralidad, una lucha por la intimidad y el nuevo protagonismo que asumen cada uno de los elementos de las obras.
Artista que combina dos realidades cual si fuera una. Por una parte lo natural, y por otra, una arquitectura cautivadora para aunar pintura, escultura y otras manifestaciones con una misma representación pictórica, y así desplegar toda su conceptualidad, pero también su lado provocador, sin perder la belleza, la imagen dulce y solícita que ronda su quehacer.
La gama cromática que selecciona despliega diferentes tonalidades. Los destemplados colores cálidos y fríos practican para un ejercicio donde la acción equilibrada de emociones excitantes e hipnóticas, ante la visualidad y subjetividad de cada espectador, intenta manipular las sensaciones. En tanto se las ingenia para adulterar realidades, insistiendo una y otra vez con íconos probados y aceptados.
En Montoto aflora una intimidad con un arrojo intemporal, por lo cual desencadena un carácter emprendedor para poblar pinturas, dibujos, fotografías y esculturas, en un mundo plagado de buen arte, que nosotros tenemos el placer de disfrutar. Les hablo de un goce que se recrea en una lectura que se compromete en el acierto de un referente que no es volátil, sino tangible, palpable, y de una pintura donde el espacio no da signo de letargo, sino lo hace en forma de una existencia sitiada precisamente por el furor de elementos accidentados por el tiempo o la indolencia.
Espacios arquitectónicos en los que descansan frutos, cítricos, vegetales o porciones de ellos y algún que otro objeto de uso humano. Cuerpos que se refugian en segmentos devastados por el tiempo, como columnas o escalones de escaleras preferentemente.
Las figuras y los lugares donde son colocadas, estimulan un diálogo o conversatorio sobre la objetividad de la vida, la espiritualidad y lo imperecedero de aquello que es perceptible o no a la vista humana.
Esa plasticidad conceptual, transluce las obras en huéspedes semánticos que suscitan otras conceptuosidades, para ir más allá de la simple cultura de la delicadeza o la claridad de la propuesta.
Montoto ha creado una visualidad interesante dentro de las artes plásticas cubanas, legado provechoso para el artista capaz de encontrar este u otros caminos. Lo denota, sin duda alguna, una creación dentro de contextos armónicos, dando la sensación de lo pretérito, que en definitiva es la intención o el trasfondo que quiere alcanzar en cada escenario. En este sentido, hay una conformación idílica, un revolucionar y una tendencia a erigir a partir de inquietudes y concepciones que se nutren de la indagación y la reflexión desde el arte.
De él nos llegan propuestas que retoman la sutileza de lo cotidiano, la morfología constructiva y códigos visuales que aprovechan el erotismo de objetos, como evocación del silencio y de instintos sensitivos que reflexionan sobre estos y otros tiempos. Por ello, espacios arquitectónicos suelen ser sus locaciones ideales, para apropiarse de un legado histórico contemporáneo en cuanto a códigos y expresiones se refiere. Diría yo que La Habana, como sitio próspero cultural, lugar donde han nacido grandes personalidades de la cultura cubana, músicos, bailarines, dramaturgos y otras figuras de las artes en general, es el escenario que Montoto inquiere para revindicar lugares que realmente requieren una atención más consciente, y de esa forma revitalizar arquitectónicamente el glamour, la belleza y utilidad que tuvieron dichas edificaciones. Por ello, trata de dar pie a inusitadas iniciativas, en entramados despliegues de pasiones.
Porque ahí radica la riqueza del carácter sensitivo de Arturo Montoto. En el impulso de reanimar voluntades dormidas, quizás por la arquitectura, o por la espiritualidad que le imprime a materiales que enuncian ilusiones. La lectura entonces, se compromete con el reflexionar y el obrar productivo al tiempo que denuncia la frialdad del olvido, el abandono y en ocasiones la negligencia. El deterioro viene a ser su asidero, para poblar obras de duendes arquitectónicos invisibles que reclaman atención. Muestra de su preocupación por la arquitectura de esta ciudad, y por el rescate de sitios en ruinas, patrimonios perdidos ante los ojos de todos; a veces como muestra de falta de gestión. La realidad es que la Habana es una ciudad envejecida y que lastimosamente estamos perdiendo hermosas edificaciones.
Por todo esto, y como apoyo a la reanimación de la capital de todos los cubanos, mi grano de arena desde mi humilde posición a este arte que va al rescate, que desafía con un discurso sobre la sutileza, y que resalta la excepcionalidad de las edificaciones que hemos tomado como herencia cultural. Razón para promover obras de una conceptualización afortunada, que suscita la investigación cultural y que mueva conciencias adormecidas, más allá del agrado por determinada pieza o no.
Es esta una de las posibilidades a mi entender, que tienen las piezas de cobrar verdadera vida. Ellas modifican realidades, y conforman una sucesión de ilusiones. Un cuadro puede ser la legitimación de una subsistencia a pesar del deterioro, como única huella ante la extinción por el implacable tiempo. Como denuncia de un período que se torna doloroso, para los que como yo, hemos visto tantas construcciones importantes reducidas a escombros o convertidas en parques, que aunque la idea no sea mala si tenemos en cuenta que no hay otra opción, en ocasiones la ejecución es pésima, pues se convierten en lugares desolados, en tanto por la mañana, el sol castiga fuertemente, o en la noche la oscuridad no deja ver más allá de nuestras narices, y se convierte en reservorio de malhechores.
Ante ello, el arte funge como denuncia, para aquellos que quieran ver, oír y sentir. Un arte en plenitud de facultades que revierte transposiciones literales de la historia y un imaginario estético por desarrollar.
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