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Arturo Corcuera, poeta de altura, fidelista por convicción


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El 23 de agosto de 1960, al canciller peruano Raúl Porras Barrenechea el gobierno de su país le instruyó sumarse al cerco contra Cuba orientado por Estados Unidos en el seno de la Organización de Estados Americanos, durante la reunión de Ministros de Relaciones Exteriores que sesionaba en San José, Costa Rica.

Una disyuntiva, contada por él mismo, tuvo ante sí el diplomático: o le hacía caso a un mandato intervencionista, o respondía a la petición que un alumno suyo le acababa de remitir con el deseo de no claudicar a las presiones del imperio. Porras Barrenechea dio la razón al discípulo y se opuso a la resolución anticubana. Aquel gesto le costó el puesto en la Cancillería. El joven que le había escrito era Arturo Corcuera, y contaba por entonces con dos colecciones de versos publicadas, Cantoral y El grito del hombre.

No pasaría mucho tiempo para su consagración literaria. Noé delirante (1963) fue el núcleo esencial de una obra poética en la que se reconoce una de las voces líricas de mayor hondura en las letras latinoamericanas contemporáneas, afincada en títulos como Primavera triunfante (1963), Territorio libre (1965), Las sirenas y las estaciones (1967), Poesía de clase (1968), Los amantes (1978) Puen­te de los suspiros (1982), Prosa de juglar (1992) y A bordo del arca (2006), merecedor este último del Premio Casa de las Américas.

Hace apenas unas horas Corcuera fue condecorado en la habanera Casa del Alba con la Distinción por la Cultura Nacional. En un acto sencillo, íntimo, el ministro de Cultura, Abel Prieto, puso sobre su pecho la medalla. Entre los presentes se hallaban Roberto Fernández Re­tamar, presidente de la Casa de las Américas; Miguel Barnet, presidente de la Uneac; y Guido Octavio Cornejo, embajador de Perú en Cuba.

El poeta Waldo Leyva ponderó no solo los valores de la obra del homenajeado, sino también su vocación por la justicia social,  su indeclinable solidaridad con la Revolución Cubana, y su compromiso con las ideas de Fidel.

Al agradecer la distinción Corcuera leyó un texto suyo elocuente, escrito en el 2006: Para hablar de Fidel / hay que cederle la palabra al mar, / pedir su testimonio a las montañas. / El Turquino canta y cuenta su biografía, / los pájaros la propagan, / saben su edad y repiten su nombre. // La edad de Fidel / es la edad de los framboyanes en flor, / la enhiesta edad de su barba verde olivo. // Todos lo sabemos, / los héroes no tienen edad, / tienen historia, / hacen la historia, / son la historia.


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