Llámase casillas, en el mundo de los ferrocarriles, a un espacio rectangular techado y con puertas laterales desplazables, en el que se almacenan, aglomeran, agrupan y colocan cargas de distintos, pesos y volúmenes; ordenados “a la buena de Dios” hasta que se logre el cupo de carga. Por ende en materia de trenes encasillar viene a ser algo así como “… meter a como dé lugar y cuanto quepa hasta que reviente…”
En materia musical encasillar es definir márgenes de los cuales uno espera no se salga el compositor o el intérprete. Así escuchamos decir frases tales como “…me han encasillado en (…) y yo hago más que eso…”; o aquello de “…nuestros géneros deben estar más abiertos a las fusiones (…) que es lo que hacemos y defendemos nosotros que no nos encasillamos en…”. En fin, encasillar en música, por momentos, puede ser una señal de alerta ante los límites del talento; aunque, por momentos, prefiero asumir que estar encasillado —en este campo— también habla de rigor, de profesionalismo y hasta de género definido, lo que no excluye abordar o extender el trabajo a otros estilos o formas de hacer música.
Un ejemplo más que notable: a Vicentico Valdés nunca le avergonzó estar encasillado como bolerista; y, por cierto, lo hacía tan bien que hasta el presente su estilo ha marcado una etapa importante de la música cubana. Cualquier otra observación sería redundante.
Esta fue la primera reacción que provocó en mí la escucha de la más reciente producción discográfica de la cantante cubana Arlenys Rodríguez titulada Distinta y diferente, producido por Marvin Freddy; y que bajo la sombrilla del sello EGREM fue presentada hace unas semanas a los medios y al público, y en la que la intérprete se manifestó en contra de “estar encasillada”.
Quisiera dejar por sentado que Arlenys posee una voz envidiable y que merece que se le considere para empeños superiores; que es capaz —como pocas de su generación y otras de algunas superiores— de abordar casi todos los géneros de la música cubana, incluida la rumba; que le viene en vena por la vía filial (si no pregunten en Pinar del Río, en casa de Salamalecu). Sin embargo, tras la escucha de este fonograma y rumiando sus propias palabras en el acto de presentación quisiera emitir algunos criterios sobre el disco y algunos aspectos que le son afines.
Un disco es la suma de música, textos en el caso de canciones (A&R), el talento y la versatilidad del/los intérpretes y el buen tino o sentido común del/los productor(es) tanto musicales como generales; que muchas veces concurren en una misma persona o figura con cierta carrera o madurez, junto a diseño y promoción. Propongo, una vez clarificado este ABC ordinario, descomponer en sílabas; perdón, quiero decir en música el CD: Distinta y diferente de Arlenys Rodríguez.
El A&R.
Los temas de Distinta y diferente fueron compuestos en su totalidad por el joven músico y compositor Marvin Freddy, quien acusa probado talento y de quien en un futuro se podrán escuchar y conocer cosas interesantes, siempre que su deseo de superar sus vivencias y hasta sus límites se imponga sobre determinados modismos y/o giros propios de estos tiempos, uno de ellos, y que parece dominar tanto su actuar estético como musical, el del síndrome del “género urbano”. Y aquí quisiera, nuevamente, hacer una ligera observación y acercarme a conceptos que como los teoremas de Pitágoras o las leyes de Arquímedes, sin ser dogmas, han sobrevivido a los tiempos.
Música urbana —conceptuada desde el sentido común— es la que se hace desde las urbes y que desde siempre ha reflejado los carencias, alegrías y dolores de los hombres; sin embargo, desde una torcida perspectiva se pretende imponer como “urbano”, o, para ser fiel a las ideas, “el género urbano” aquello que desde los perdidos márgenes de la sociedad se quiere validar. Cierto es que desde la periferia hacia el centro —urbis et orbis— se han impuesto formas y estilos musicales. Así desde los márgenes llegó la rumba, el son, el bolero, el tango, la samba, la bossa nova y el jazz a la universalidad que hoy representa; pero esa universalidad estuvo precedida y acompañada de un proceso de decantación social y de asimilación que les ha llevado a ser lo que son hoy: géneros de marcada influencia universal. Esa es la música.
Literalmente, lo que se escribe para cantar, acusa su probada poética. Una poética que no exige escribir al estilo del Siglo de Oro de la lengua española, o estar adscrito al modernismo, a la poesía coloquial. No hay que ser un Neruda o simplemente un Guillén (aquí caben los dos); basta con acercarse a Amado Nervo o simplemente pensar como Sánchez Galarraga o Manuel Luna; más cercano aún: pensar al menos como Tite Curet Alonso. El buen orden de las ideas hace viable la comunicación. Aquí aplaudo a Marvin Freddy, que aunque hay determinado desbalance literario en algunos temas sorprende con acercamientos al bolero o a una canción que representa a su generación.
Musicalmente Distinta y diferente fue confiada a Batule DJ en la programación y en los arreglos y aquí es donde la mula patea a Genaro. Batule DJ ha sabido traducir coherentemente las ideas y los conceptos que determinan la popularidad del grupo Los 4, tanto que por momentos coquetea con la impronta del Pello y su Mozambique y ha impuesto un sonido o estilo (su casilla definitoria) que marca pautas; aplausos hasta ahí y todos felices; sin embargo, pienso que el listón le quedó demasiado alto y como nos ocurre a todos los humanos “…fue víctima de su propio entusiasmo…” y no supo traducir su creatividad ni entender conceptualmente a Arlenys. La distancia, esa de la que hablaba Brecht, no solo es para el actor, también funciona para quienes escriben letras de canciones y para los músicos.
Canta… niña canta…
Con lo antes expuesto regreso a Arlenys. Lo que toca a ella en el disco está logrado; no al cien por cien, como hubiera debido de ocurrir, tal vez sean determinados límites subjetivos que ni siquiera ella conoce. Unos límites que contradicen sus propias aspiraciones y sus sueños.
Por otra parte están las exigencias de cierto sector del público que merece se les reconozca su espacio; en eso estamos de acuerdo, pero si su asociación con el compositor de los temas se pretende alzar al futuro, se hace necesaria una revisión más a fondo del repertorio; para bien de los dos. Creo que sin hacer concesiones y con un poco de aquello que alguien llamó “…olvidar el murmullo del Diablo, cuando de crear se trata…” podrán muy pronto imponerse sobre algunas sombras que cubren la canción y la música cubana de estos tiempos y que son afines a su generación. Pensar de modo distinto puede ser repetir aquella frase de un bolero de Luis Marquettí que inmortalizara Roberto Faz: “…dar el primer paso al desastre…”
Arlenys, a diferencia de otras “damiselas”, “ladys” y “líderes, príncipes, monarcas y bárbaros bolígrafos” o “seudos vocales”; ella tiene talento, escuela y un futuro promisorio por delante; que a buen recaudo y con las decisiones acertadas llegará a buen puerto.
No quisiera terminar estas notas, encasilladas en mis propias limitaciones, sin referirme al concepto de diseño que acompaña a este disco. Diría que excelente, de buena factura y conceptualmente en función de mostrar esa cara de Arlenys que aún permanece oculta; una diferencia que solo debe ser completada por la distinción de la música.
Sé que vendrán otros discos de Arlenys, que volverá a tener sus quince minutos de fama, que alguien hará estallar todo su talento como se espera; pero esta vez ganó la partida Vicente Rojas “… nos quedamos con ganas…” y yo la seguiré soñando, por ahora, en la casilla musical donde la encontré.
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