Aracelio Iglesias, un precursor de la cultura comunitaria


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Aracelio Iglesias, secretario general del Sindicato de Braceros y Estibadores del Puerto de La Habana y del Comité Pro-Unidad de la Federación Obrera Marítima Nacional, se fogueó en el combate contra la tiranía machadista. Organizó el Partido en los muelles y libró una lucha tenaz contra las injusticias y atropellos de que eran víctimas los trabajadores portuarios y marítimos. Calificado por el propio senador Bradley y la prensa norteamericana como "el zar rojo del Puerto de La Habana", era un enemigo real para el imperialismo.

Nacido en Consolación del Sur, Pinar del Río el 22 de junio de 1901, llegó al trabajo sindical por medio de su incorporación a la militancia comunista, en 1931, como lo hicieran también sus entrañables Lázaro Peña y Jesús Menéndez. Para ellos fue común el origen humilde, la falta de escuela, la miseria.

Tenía 11 años cuando pierde a sus padres y es adoptado por una familia que lo lleva a vivir a Regla, pequeño municipio habanero eminentemente portuario y religioso. Enseguida se adueña de las tipicidades de ese lugar, donde crece y se desarrolla, y donde se vincula, desde muy temprana edad, con el trabajo en el puerto, aunque también, como muchos pobres, realizó disímiles labores previas.

A los 15 años se inició como bracero en los muelles de la bahía habanera. Su temperamento rebelde y su sentido de la responsabilidad lo vincularon a la lucha contra la tiranía machadista. En 1934 fue condenado a tres años de prisión en Isla de Pinos, acusado por ocupársele armas y explosivos. En 1938 fue electo secretario de finanzas del Sindicato de Estibadores y Jornaleros, y más tarde, su secretario general. En 1946 ocupó la secretaría de la Federación Obrera Marítima Local del Puerto de La Habana. La labor de Aracelio, dirigente obrero negro y comunista, tras la ofensiva divisionista de 1947 contra el movimiento sindical unitario, lo convirtió en uno de los líderes cuya vida corría peligro. Cuentan que el presidente Grau, antes de dejar el cargo, se puso en contacto con su coterráneo, advirtiéndole que él lo había podido proteger, pero que cuando dejara la presidencia no podría, sugiriéndole, sin resultado, que saliera del país.

Permeado del ansia de liberar de la opresión económica y política a los trabajadores cubanos y en especial a los portuarios, junto a la lucha denodada en defensa de sus intereses, emergió, como parte de ella, un rasgo que fue común a nuestros grandes líderes proletarios: la necesidad de instruir y preparar culturalmente a los trabajadores y sus familias, a fin de que estuvieran en mejores condiciones para emprender con solidez sus grandes batallas clasistas y revolucionarias.

Por ello, entre sus obras grandes, se destacó la fundación de una escuela en el pueblo de Regla, que nombró Margarito Iglesias, otro destacado líder obrero de entonces.

En dicha escuela, además de las asignaturas curriculares, se impartían inglés, mecanografía y taquigrafía, en tanto para las esposas e hijas de los portuarios adicionó una escuela de corte y costura. Los hijos de los trabajadores asistían de día, mientras en las noches los portuarios recibían la instrucción mínima que necesitaban.

Aún hay vecinos de Regla que recuerdan como, tras el asesinado de Aracelio, una horda del ejército, en apoyo a los mujalistas, destruyó los locales donde funcionaba la referida escuela, y todo lo que él había conquistado para los trabajadores.

Pero hay otra arista de la importancia de la educación con sentido clasista revolucionario del líder portuario, que se multiplicó en su accionar diario: la solidaridad como fundamento para una exitosa lucha revolucionaria.

Al respecto hay un ejemplo muy interesante que da la medida de su estatura: durante la Segunda Guerra Mundial, debido a las circunstancias de la guerra naval, fue imprescindible convertir el puerto de La Habana en puerto único. Los trabajadores portuarios del resto del país quedaron sin trabajo. Ante esta situación, Aracelio logró que se les asignara un subsidio por concepto de paro portuario mientras durase la guerra, a fin de ayudarles en sus necesidades económicas básicas. Pero más que eso, los trabajadores portuarios de La Habana cedieron el 20 % de sus puestos de trabajo para que fueran ocupados por aquellos más necesitados del resto del país.

También hizo posible que los portuarios, mediante el pago de una cuota módica, tuvieran garantizada la atención médica y hospitalaria, medicinas, y que se le pagara dieta de un peso al trabajador que enfermara, y una ayuda de mil pesos a la familia en caso de fallecimiento, hasta tanto se tramitara la pensión correspondiente.

Esta voluntad de dignificar a los trabajadores también se manifestó cuando los dirigentes mujalistas no pudieron imponerse en el sindicato.

Aracelio, ganó una vez más el liderazgo de los portuarios por decisión mayoritaria de los trabajadores en las elecciones sindicales de 1948. Sus casi dos mil miembros votaron por él para Secretario General.

Ante la imposibilidad de su destitución, se impuso el asesinato.

En la tarde del 16 de octubre de 1948, en el local del Sindicato de los obreros portuarios de la empresa naviera de Cuba, sita en Oficios no. 259, un grupo de trabajadores se reúnen con Aracelio para acordar los puntos que le entregarían al ministro del Trabajo, entre ellos, el cese inmediato de los interventores en la oficina de control, la búsqueda de nuevas fórmulas para enfrentar la imposición mujalista en el seno del movimiento sindical cubano y el restablecimiento de la situación de derecho alterada por éstos.

Terminada la reunión, en el momento que Aracelio conversaba con sus compañeros, y próximo a retirarse, irrumpe en el local un grupo de pistoleros que balea a Aracelio por la espalda, siendo alcanzado por cuatro proyectiles. La artera agresión, fríamente calculada, lo tomó por sorpresa. Sin tiempo siquiera para defenderse, el firme y enérgico dirigente de los estibadores del puerto de La Habana y de todo el país se desplomó, acribillado a balazos. Trasladado al hospital, falleció 16 horas después, cuando era intervenido quirúrgicamente (1). Era el 17 de octubre de 1948.

A las seis de la mañana de aquel 17, desafiando todo tipo de represión, Lázaro Peña, el gran capitán de la nave de los trabajadores cubanos dirigiéndose a los cientos de estibadores que aguardaban en la Plazoleta de Luz, sobre la culata de un camión, expresó: “Compañeros, acaba de morir Aracelio Iglesias, ustedes sabían lo que significó Aracelio para ustedes y para todos los portuarios del país, hace falta mantener su obra, divulgarla, para que sea difícil a los cetekarios vender las reivindicaciones por las que dio su vida. Hace falta que mientras su cadáver esté insepulto no se mueva un solo bulto, que no suene ni un güinche, ni una grúa, y que ustedes marchen en manifestación cerrada, a rendirle homenaje de respeto y consideración a quien dio su vida por esta causa que es de ustedes”.

Esas palabras se cumplieron al pie de la letra, ni los patronos ni los cetekarios, se atrevieron a hacer algo en contra.

Sus restos fueron velados en el Palacio de los Torcedores, y su sepelio fue otro de los grandes que recuerda la historia neocolonial. No pudieron ser detenidos los más de diez mil obreros concentrados en avenidas tales como la Alameda de Paula y en el Muelle de Luz, en homenaje póstumo al líder asesinado.

La vida, como la gran maestra, hizo posible que, para aquel negro huérfano y pobre, su labor como estibador no le impidiera comprender el valor de la instrucción y la cultura como parte imprescindible de la preparación de los trabajadores para ocupar el papel que le correspondía en la sociedad clasista, fortaleciendo los basamentos de sus convicciones y sus luchas, a la postre exitosas.

Aún en la actualidad, cuando muchas personas se refieren a la ausencia de negros en algunas facetas de la vida pública, laboral y social del país, sería oportuno que se adentraran en las labores de los sindicatos y de la propia Central de Trabajadores de Cuba, donde enorgullece encontrar a tantos dirigentes negros como tradicionalmente, en todas sus instancias del movimiento sindical. Ello es símbolo de que el negro sigue siendo un trabajador que está avanzando y está haciendo avanzar nuestro proceso revolucionario. Quizás no aparecen mucho en programas televisivos, sin embargo, están ahí, representados y en la conducción de los trabajadores, el sector mayoritario de la sociedad cubana.

También la sociedad Abakuá, en sus invocaciones, lo reconoce y recuerda como una de sus personalidades más relevantes.

 

 

 

 

Nota:

(1) Perpetraron el crimen el pistolero anarquista y miembro del Buró de Investigaciones Policiales, Joaquín Aubí, y el jefe de los Interventores del Gobierno en el control de Estibadores, Eliécer Baudín Vázquez, El Cojo, confidente de la Embajada norteamericana, organizado en reuniones secretas con Alberto Gómez Quesada (rompehuelgas y traidor) y otros pandilleros, encabezados por Rafael Soler efectuadas en el local de la Unión de Dependientes y Trabajadores, en Regla. Uno de los asesinos, Rafael Soler Puig, alias El Muerto, regresó a Cuba en la Brigada Mercenaria 2506, como parte de un grupo dedicado a operaciones especiales. No fue mucho el tiempo que se le concediera -entre la detención en las arenas de Playa Girón, el proceso judicial y el fusilamiento- para arrepentirse del error cometido de regresar al lugar del crimen.


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