“Aquí hay Cuba para ratificar, ante América Latina y ante el mundo, su lema irrenunciable: ¡Patria ó Muerte!”


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Desde inicios de los años sesenta los planes agresivos del gobierno de los Estados Unidos contra Cuba entraban en una etapa decisiva con acciones terroristas para asesinar a los líderes cubanos, en especial al líder de la joven Revolución Fidel Castro Ruz; esto último, algo que llegó a ser una obsesión enfermiza por parte de la Administración norteamericana durante décadas, al tiempo que las organizaciones contrarrevolucionarias y las redes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) apoyaban con infinidad de recursos y pertrechos a las bandas de alzados terroristas en gran parte de las zonas rurales del territorio nacional, las que asesinaban a maestros, campesinos, milicianos y a pobladores revolucionarios en general.

Igualmente, el bloqueo económico, comercial y financiero se hacía cada vez más asfixiante contra la Isla, además que, desde la Estación CIA con su puesto de mando entronizado en la propia embajada estadounidense en La Habana preparaba las acciones subversivas y paramilitares de la llamada “oposición interna”, creada, dirigida y financiada por el gobierno imperial.

Asimismo para finales de agosto, en San José de Costa Rica, tuvo lugar la reunión de la Organización de Estados Americanos (OEA) con el objetivo de condenar a Cuba por su presunta exportación de la Revolución y de una ideología de carácter izquierdista en la región. En aquella ignominiosa cita diplomática los cancilleres de Nicaragua y Guatemala se mostraron muy activos al apoyar la futura agresión, con la preparación de mercenarios en sus territorios. Todo ello al servicio de los planes de Washington contra la joven Revolución cubana en el poder, y demostrando una vez más la vigencia histórica imperial de la Doctrina Monroe en este continente.

Toda una operación con vista a una futura intervención armada y la ocupación futura bajo el estandarte de otra nueva oligarquía en el poder muy semejante a tantas otras anteriores realizadas por la CIA y sus representantes diplomáticos en las tierras de nuestra América, como fue el caso de la perpetrada contra el gobierno nacionalista y democrático del presidente guatemalteco Jacobo Arbenz, en 1954.

Entretanto, y no obstante continuar su vida normal, el pueblo de Cuba se hallaba en pie de guerra junto al Ejército Rebelde y las Milicias Nacionales Revolucionarias, las que se preparaban a ritmo acelerado en el manejo de los primeros armamentos recibidos de la URSS y de otros países socialistas, y los incipientes Órganos de la Seguridad del Estado se enfrentaban a los planes de la CIA.

Contra las tentativas de desacreditar a la Mayor de las Antillas y tratar de acallar la voz de su pueblo ante la opinión pública mundial, el Dos de Septiembre de 1960, ante más de un millón de cubanos, se realizó la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba, en la Plaza Cívica (actual Plaza de la Revolución), donde el máximo Líder de la Revolución, pronuncia un vibrante discurso y da a conocer la Primera Declaración de La Habana, suceso inédito en los anales de Latinoamérica, legítimamente constituida como fuente de derecho democrático. 

En ella se condenaba inicialmente cada una de las cláusulas expuestas en la llamada Declaración de San José de Costa Rica, ordenada y elaborada por la Casa Blanca, al igual que se señalaba que: “(…)La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba rechaza asimismo el intento de preservar la Doctrina de Monroe, utilizada hasta ahora, como lo previera José Martí, para extender el dominio en América de los imperialistas voraces, para inyectar mejor el veneno denunciado asimismo a tiempo por José Martí, el veneno de los empréstitos, de los canales, de los ferrocarriles”.

“(…) Por ello, frente al hipócrita panamericanismo que es sólo predominio de los monopolios yanquis sobre los intereses de los pueblos americanos y manejo yanqui de gobiernos prosternados ante Washington, la Asamblea del Pueblo de Cuba proclama el latinoamericanismo liberador que late en José Martí y en Benito Juárez (…)”.

El documento denunció, además, la política imperialista de los Estados Unidos durante más de un siglo de intervenciones en México, Nicaragua, Haití, Santo Domingo, Cuba y Puerto Rico para apoderarse de sus tierras y establecer los lazos neocoloniales que garantizaron hacer de la región el traspatio del imperio.

En otro de sus acápites el pueblo de Cuba rechazó la sordidez y calumnias de la propaganda anticomunista y proclamó:

“(…) La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba niega categóricamente que haya existido pretensión alguna por parte de la Unión Soviética y la República Popular China, de utilizar la posición económica, política y social de Cuba, para quebrantar la unidad continental y poner en peligro la unidad del hemisferio.”

Al mismo tiempo y, en franco despliegue del ideario del Apóstol, denunció el apócrifo concepto de democracia representativa que sirve solo a los intereses de las oligarquías nacionales, a la vez que proclamó el derecho de los pueblos a escoger el camino revolucionario y practicar el “deber de los obreros, de los campesinos, de los estudiantes, de los intelectuales, de los negros, de los indios, de los jóvenes, de las mujeres, de los ancianos, a luchar por sus reivindicaciones económicas, políticas y sociales”, al igual que el de las naciones oprimidas y explotadas, a combatir por su liberación.

También se reconoció que la voz genuina de los pueblos se abrirá paso “desde las entrañas de sus minas de carbón y de estaño, desde sus fábricas y centrales azucareros, desde sus tierras enfeudadas, donde rotos, cholos, gauchos, jíbaros, herederos de Zapata y de Sandino, empuñan las armas de su libertad, voz que resuena en sus poetas y en sus novelistas, en sus estudiantes, en sus mujeres y en sus niños, en sus ancianos desvalidos”.

Por último se afirmó que: “(…) A esa voz hermana, la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba le responde: ¡Presente! ¡Cuba no fallará! Aquí hay Cuba para ratificar, ante América Latina y ante el mundo, como un compromiso histórico, su lema irrenunciable: ¡Patria a Muerte!”.

La Primera Declaración de La Habana fue difundida al mundo, rebasó las campañas mediáticas del imperialismo y significó un rotundo triunfo moral y político ante los intentos estadounidenses y de sus títeres del continente de aislar y desmoralizar a Cuba poco antes de la agresión de Girón.

Así, en abril de 1961, y contra todos los pronósticos imperiales intervencionistas, el pueblo miliciano de la Mayor de las Antillas liderado por Fidel, demostró una vez más su valentía e intransigencia revolucionaria fraguada en el espíritu antimperialista martiano y de tantísimos próceres y mártires para aplastar, en menos de 72 horas, el desembarco mercenario en las arenas de Playa Girón, primera gran derrota del imperialismo en América Latina.

Victoria popular que no pierde ni perderá vigencia histórica en esta época en que el imperio continúa tratando de realizar todo tipo de maniobras y de proyectos en contextos diversos con el objetivo de crear y consolidar una ofensiva reaccionaria contra la Revolución cubana. Ofensiva que fracasará nuevamente, porque como bien expresara nuestro eterno Comandante en Jefe al definir el concepto de Revolución para el pueblo de Cuba: “(…) Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo”.

A lo cual agregaríamos también: de una Cubanidad ilimitada en todos nuestros frentes de lucha histórica.

 


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