Durante cuatro semanas, todos los miércoles de mayo, el Museo Nacional de Bellas Artes abrió sus puertas a expectativas pendientes de un público distintivo: adultos jubilados, de las más diversas profesiones; que llegaron para participar de Sentir el Arte (SEA), guiados por Oramis López Cedeño, especialista del Departamento de Servicios Educacionales.
La experiencia tuvo aprecios de felicidad entre la veintena de participantes. Unas y otros se involucraron en la interpretación, apropiación y construcción de significados. En cada encuentro confluyeron lo vivencial, orientaciones religiosas, ideológicas y culturales, mientras compartían saberes y disfrutes.
A Elvira Valdés, jubilada del sector de la Salud, le permitió ponerse en contacto con una manifestación que mucho disfruta y «quería conocer un poco más», al tiempo que la ingeniera proyectista Hildelisa Pérez pudo «descubrir cosas que uno es capaz de hacer».
Criterios que aportaron razones de participación, tanto como juicios de complacencia por estar y participar, alcanzar una meta o validar saberes; para vestir añoranzas, con sus presencias, y sublimar la representación plástica desde el discernimiento; acompañados entre las distintas jornadas por Omar Díaz Liria, Glenda Santiago Navarro y Laura García Parra, también especialistas del Departamento.
«Soy una artista frustrada», afirmó categórica Hildelisa, que con SEA ha proseguido el aprendizaje que le propició la Cátedra del Adulto Mayor, de la Universidad de La Habana; para alcanzar una motivación pendiente, «por el tiempo dedicado al trabajo, quedando un poco atrás en el conocimiento de la cultura, y la interpretación del arte contemporáneo».
Para Francisco Torres, ingeniero biólogo de profesión, fue volver al camino transitado por el Museo, que visita desde adolescente; sencillamente, porque le gusta la pintura. De modo que estos días le permitieron «apreciar más el arte y comprenderlo, porque nunca lo estudié», dijo; como el químico y agrónomo Ramón Montano Martínez.
«Lo que te hace más humano son estas cosas», aseguró enfático, en tanto reconoció que «cincuenta años atrás esto era un lujo».
Primerizos o repitentes, por segunda o cuarta vez, coincidieron entonces en que SEA fue abundante en satisfacciones y perspectivas cumplidas en el conocimiento del arte y por «defender nuestro criterio sobre lo visto y lo que expresan los pintores», al decir de Elvira Valdés.
Así, modestos y sinceros, concordaron con el propósito de tan nutricio espacio, que a lo largo del tiempo ha propiciado la interacción de diferentes grupos etareos: niños, adolescentes y adultos mayores; a tenor de la visión de «Museo Educador», política que ha venido desarrollando el Departamento, «implicando más al visitante y contando más con sus criterios», de acuerdo con Oramis López Cedeño.
El arte resultó entonces la conexión y, la institución, el contexto en que se realizaron las motivaciones y sus experiencias, durante estos encuentros; disfrute que, más allá de ser solaz, repercutió como entorno propicio para seguir creciendo, entre el conocimiento, más allá de la experiencia vivida.
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